Sombras en Júpiter.
POV. NOVA.
La mañana transcurre con una lentitud exasperante. Después de clases, Megan nos lleva a Isaac y a mí a la cabaña de su tío.
Adrián...
No puedo sacarme de la cabeza sus ojos... Y revisar las cámaras de seguridad no hace más que enredarme aún más.
Los recuerdos de la fiesta de Megan son un rompecabezas mal armado en mi mente, una película rebobinada al azar.
Pero las cámaras no mienten.
En efecto, él me ayudó llevándome al baño. Dos horas después, sale asegurándose de que la puerta no se pueda abrir.
—¡Le vomitaste en la cara a esa chica! —Megan suelta una carcajada sin el más mínimo pudor.
—¡Vinimos a confirmar si había droga, no a que te burlaras! —le reclamo, fulminándola con la mirada.
Isaac cambia de cámara, y en una de las pantallas puedo verme a mí misma, en el baño, acostada en el suelo, cubierta por una chaqueta que no es mía.
—Megan... tu tío tiene cámaras en los baños.
—Las tiene en todos lados —responde—. Se los advertí.
El corazón se me acelera con una ráfaga de esperanza.
Eso quiere decir...
—Isaac... retrocede hasta la 1 de la mañana.
El video se rebobina; veo cómo todo ocurrió desde el final hasta el comienzo, y lo detengo en el preciso momento en que yo... lo beso.
—Ese es el amigo de Nayet —dice Megan, asombrada—. ¿Te acostaste con él?
—Sí... —admito, sintiendo una ligereza en mi pecho.
Él no me había violado; había dicho la verdad. Adrián estaba lavando mi vestido manchado de vómito cuando yo lo besé. Todo lo demás fue iniciativa mía.
Isaac se aparta de la pantalla como si acabara de ver un crimen.
—Traumante. No tengo hermanas, pero verte teniendo sexo... ¡prefiero arrancarme los ojos! Me da náuseas.
¡Atrevido!
¿Cómo se atreve a decirme que le doy náuseas?
—Ah, ¿sí? ¡Ahora vemos quién se la metió a quién! Tú a Rafa o él a ti —propongo haciendo como que busco la grabación.
Megan cierra la pantalla de un golpe.
Sonrío.
Sabía que no iba a permitir que se supiera que se acostó con ambos, pero al menos logré revivirle la pesadilla a mi amigo.
—Con esta resolución no se puede saber si hubo o no droga, y había demasiada gente —analiza Megan, evaluando las pantallas como si fuera detective.
Por su expresión, puedo adivinar que está pensando en otra solución.
—Tampoco bebimos nada raro. Y Debrah solo tomó jugo.
—¿¡Drogaron a Debrah?! —exclama Isaac, pasmado.
—Sí, pero no le pasó nada —me adelanto antes de que Megan le diga la verdad.
Quiere refutar, pero le hago "ojos de mamá" para que cierre la boca.
Con Debrah no estamos seguras de lo que pasó, pero salió de la cabaña y por lo que nos cuenta, Nayet la encontró tirada en la playa. Aunque no sé por qué razón no le creo, él no permitiría que nada malo le sucediera.
—Deberías preguntarles directamente a los amigos de Carolina. Ella dijo que alguien dentro de la fiesta vendió la droga.
—Tendrá que ser después de finalizar la venganza —replico, cruzando las piernas—. Ya bastante es que tengan que fingir que la rata está loca.
Megan sonríe con diversión.
—¿Cómo te va con eso?
Isaac frunce el ceño y nos mira con desconfianza.
—¿Qué hicieron?
Ambas lo observamos, como si fuera un niño al que le vamos a contar un cuento de terror.
Fui la primera en hablar:
—Carolina fue la que comenzó a decir que había droga en la fiesta de Megan, y como no recordamos nada, podría tener razón.
—Y en vez de hablarlo con nosotras, se lo dijo directamente al director —completa Megan, con una mueca de disgusto—. Así que le dije a Nova que la volviera loca.
Isaac nos mira con una mezcla de asombro y horror. Su expresión se arruga a medida que le vamos contando nuestro plan.
—Están enfermas. Vayan a terapia.
POV. ADRIAN.
El motor del auto ruge en la carretera mientras miro por la ventana, fingiendo una indiferencia que, en realidad, es puro mecanismo de defensa.
Mi padre está al volante, con una expresión relajada que contrasta con la tormenta de pensamientos que sacuden mi mente.
Sé que cualquier cosa que implique a mi padre nunca es algo simple, o legal. Si no es un trato con la policía, es una trampa en las próximas elecciones del senado. No es el tipo de hombre que hace cosas sin un propósito calculado.
—¿A dónde vamos? —pregunto, intentando sonar despreocupado.
Sé que no es al parque de diversiones que le pedía ir de niño, pero al menos quiero estar mentalmente listo para ver a alguien vivo... o que pronto dejará de estarlo.
—Te presentaré a un amiguito para que juegues —se le escapa una risa, la misma que usa cuando planea algo turbio—. Es el hijo del oficial Stonw... presiento que se llevarán bien.
¿Por qué? ¿Compartimos los mismos traumas? ¿Su padre también le regaló un arma para disparar? ¿O simplemente es otra de esas piezas que mi padre mueve en su tablero de ajedrez político?
La curiosidad y el mal presentimiento crecen dentro de mí, pero sé que no debo preguntar más.
Me intriga más saber por qué quiere la repentina alianza.
El auto se detiene en medio de la calle, frente a una discoteca con un cartel de neón que dice "Júpiter".
Bajamos del auto y entramos al lugar. Está casi vacío, salvo por unos empleados de limpieza y un par de borrachos aferrados a la barra bebiendo como si fuera el fin del mundo en pleno sábado a las 10 de la mañana.
—¡Compadre! —una voz retumba desde el segundo piso.
Levanto la vista y veo al jefe de policía asomado, sonriendo con una familiaridad que me resulta nauseabunda. A su lado, un chico rubio con pinta de recién salido de prisión. Rubio, con ojos grises y burlescos. Su expresión es pacifica, su mirada afilada. Todo lo contrario a mí.
No sé qué tiene planeado mi padre, pero no me gusta.
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Editado: 11.03.2025