Las (no Tan Heroicas) Aventuras de Hans

Capitulo 5: Las Manos que Salvan, La Manos que Juegan

La noche anterior había sido un infierno. Hans no sabía cuántos golpes había recibido, pero su cuerpo se encargaba de recordárselo con cada punzada de dolor. Su cabeza palpitaba con un latido sordo, y su costado ardía como si lo hubieran golpeado con una maza. Sentía la piel tirante donde tenía raspones, y al intentar mover la pierna derecha, un calambre subió por su muslo hasta su espalda, obligándolo a soltar un quejido ahogado.

El aroma a madera quemada y hierbas secas flotaba en el aire cuando abrió los ojos. La luz tenue de una lámpara de aceite proyectaba sombras danzantes en las paredes irregulares de piedra. Estaba en una especie de cabaña excavada en la roca, pequeña y camuflada con el entorno. No era una construcción típica; parecía más bien un escondite, un refugio diseñado para pasar desapercibido.

Durante un instante, en la penumbra, sintió que algo —o alguien— lo observaba. Como una fiera agazapada, evaluándolo, decidiendo si valía la pena ayudarlo... o rematarlo.

El suelo de piedra estaba cubierto con pieles de animales y algunas mantas viejas, y había un fuego débil en una pequeña chimenea de piedra que apenas ofrecía calor. Unos estantes rudimentarios, clavados en la roca con clavos de hierro, sostenían frascos de cristal con líquidos de distintos colores, junto a pequeños paquetes de hierbas atadas con cordeles. Sobre una mesa de madera robusta, algunos pergaminos enrollados se mezclaban con dagas bien afiladas y un mapa abierto con varias marcas en tinta oscura.

Intentó incorporarse, pero el dolor lo obligó a recostarse de nuevo con un jadeo. Levantó la camisa rasgada y vio que tenía vendajes bien ajustados alrededor del torso. La piel bajo ellos estaba amoratada, y la sensación de ardor le indicó que alguien había limpiado sus heridas con alcohol o algún ungüento fuerte.

—Bien, sigues respirando —dijo una voz desde la penumbra.

Hans giró la cabeza con esfuerzo.

A un lado, apoyada contra la puerta de madera gruesa, estaba ella.

Era la misma mujer que había visto en la taberna... o eso pensaba su aturullada mente después de semejante golpiza.

Ahora, bajo la tenue luz de la lámpara, pudo apreciarla mejor: vestía ropa discreta pero elegante, con tonos oscuros y bordados sutiles en las mangas. Su cabello caía en una trenza larga y bien cuidada, y sus ojos afilados lo observaban con la paciencia de un depredador.

Hans alargó la mano con torpeza y tomó el odre de agua que ella le había dejado. Bebió con ansia, sintiendo cómo el líquido frío aliviaba un poco el ardor en su garganta y el caos en su cabeza.

Se limpió la boca con el dorso de la mano, luego alzó la vista hacia ella, que seguía observándolo desde la penumbra con esa calma inquietante.

—¿Quién eres? —preguntó, con voz algo más clara—. ¿Y por qué me salvaste... y por qué estabas anoche en el bar de Ávalon?

Lysandra lo miró en silencio, alzando apenas una ceja. Por un instante pareció sorprendida, casi divertida, ante tal batería de preguntas lanzadas sin filtro. Pero su expresión se endureció al momento.

—Vaya —dijo al fin—. Al menos el golpe no te quitó el habla.

Se irguió con lentitud, cruzando los brazos.

—Me llaman Lysandra Baile Sombrío —dijo con voz firme, casi como si lo estuviera anotando en piedra—. Te salvé porque me recordaste a una persona que admiraba... y apreciaba. Siempre metido en líos, siempre con una forma ridícula de enfrentarlos, pero con agallas de sobra. Eso es raro de ver. Y también difícil de ignorar.

Dio unos pasos hacia el fuego y se detuvo, sin volver a mirarlo.

—Pero en cuanto se alce el sol —continuó con frialdad— yo me iré por un lado... y tú por el otro. Esto no es un vínculo, ni un inicio de nada. Fue un cruce de caminos. Ya está.

Volvió la cabeza apenas, lo justo para mirarlo de reojo con una media sonrisa cargada de sarcasmo.

—Y sobre la última pregunta... ¿qué bar estás insinuando exactamente? ¿Acaso ligaste con una moza parecida a mí cuando ibas hasta las cejas de cerveza y ahora estás aquí divagando, con la memoria hecha trizas?

Hans aún no terminaba de procesar todo lo que acababa de oír. El nombre "Baile Sombrío" le retumbaba en la cabeza con una mezcla de extrañeza y escalofrío. No creo que dance con los pies, pensó, mientras una punzada de nerviosismo le recorría el estómago. Sonaba peligroso, como una advertencia disfrazada de poesía. Aunque nada de lo que había vivido con ella hasta ahora se pareciera a una amenaza... más bien, a un juicio constante.

Que lo hubiera salvado por parecerse a alguien que admiraba... alguien que probablemente ya no estaba en este mundo... le dejó un sabor amargo en la boca. Eso lo hizo pensar que tal vez debía dejar de confiar tanto en su famosa suerte. No dijo nada, pero esa idea se le quedó pegada detrás de los ojos.

Y lo del bar... ahí tenía dudas. Estaba casi seguro —daría el cien por ciento de su brazo torpe— de que era ella. Esa mirada no se olvidaba. Pero había algo en su forma de responder, tan directa, tan seca, que no encajaba con la idea de que le estuviera mintiendo. Las otras respuestas le habían parecido sinceras. ¿Por qué mentir solo con esa?

Antes de que pudiera decir una palabra más, Lysandra se le adelantó como si hubiese leído su mente.

—Y ahora te toca a ti —dijo, con un leve filo en la voz—. ¿Quién eres tú? ¿A dónde te diriges? ¿Y por qué tenías un matón encima tuyo ayer?

Hans la miró con los ojos aún cansados, pero esta vez no desvió la mirada. Se incorporó un poco más, respiró hondo —quizá por dolor, quizá por nervios— y respondió con una sinceridad rotunda, como si aquella presentación la hubiera ensayado frente a un espejo... aunque sonara tan espontánea como improvisada.

—Mi nombre, el cual ansías saber, es Hans.
Mi nombre no lleva consigo ningún título del que pueda sentirme orgulloso... al menos no todavía.
Pero anhelo, algún día, ganarme uno. Uno que valga la pena.
¿A dónde me dirijo?
Eso sigue siendo un misterio, aunque siempre tenga un destino.
Porque, aunque yo marque una dirección, la vida —la suerte, o como quieras llamarlo— siempre tiene sus propias rutas.
Y en esas rutas hay batallas. Batallas que uno no elige, que no serán fáciles...
pero que igual habrá que enfrentar sin bajar la mirada.



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Editado: 01.05.2025

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