Las (no Tan Heroicas) Aventuras de Hans

Capítulo 6: Silencio Bajo la Lluvia

La cabaña estaba en silencio. Solo el crepitar suave del fuego y el golpeteo constante de la lluvia contra la roca llenaban la penumbra. Era un sonido rítmico, casi hipnótico, como si el mundo se hubiera reducido a ese rincón oculto en mitad de la nada.

Hans dormía profundamente. Su respiración era pesada y lenta, el tipo de descanso que no nace del confort, sino del agotamiento absoluto. Su cuerpo, tan golpeado como su orgullo, se mantenía inmóvil, aferrado al calor de las mantas y al tenue refugio del sueño.

Dormido, se le veía distinto. La torpeza que lo acompañaba despierto se esfumaba. Su rostro, libre del gesto nervioso y del murmullo atolondrado, mostraba lo que quizá alguna vez fue antes de las cicatrices, antes del desastre: un joven con demasiadas preguntas, y pocas respuestas.

Sentada en una esquina, con la espalda apoyada contra la roca, Lysandra lo observaba. En su rostro no había juicio, ni ternura, ni impaciencia. Solo una quietud peligrosa. La misma que antecede a las decisiones importantes.

Sus ojos estaban puestos en él, pero su mente vagaba lejos.

Las palabras de Hans, horas antes, seguían resonando como una campana mal apagada.

—No sabría si llamarlo suerte... sentí algo diferente.

Una frase cualquiera, lanzada con esa mezcla de ingenuidad y solemnidad que él parecía usar sin darse cuenta. Pero a Lysandra le había dejado un eco. Uno que no sabía cómo silenciar.

Ella no creía en la suerte. Jamás lo había hecho.

En su mundo, la suerte era solo el disfraz barato del cálculo ajeno. Una excusa que usaban los vivos cuando no podían explicar cómo sobrevivieron. Y los muertos... bueno, esos no explicaban nada.

Hans, sin embargo, era otra cosa. Era el caos personificado. Una criatura absurda, empujada por una fuerza tan impredecible como la tormenta que golpeaba el exterior. Y, sin embargo, seguía respirando. Seguía hablando. Seguía caminando.

Y eso, aunque le pesara admitirlo, empezaba a intrigarla.

¿Qué eres tú, Hans?

Cerró los ojos por un instante. Y sin quererlo del todo, los pensamientos empezaron a brotar, hilando recuerdos, escenas, reflexiones que nunca había puesto en voz alta.

Palabras sin dueño. Fragmentos de otros tiempos.

Hay almas consumidas por el miedo,
forjadas en la dureza de los años, endurecidas por su propio destino.

Y hay hombres de andar recto y mirada limpia
que, a la mínima sombra, clavan la daga sin temblor,
y siguen su camino sin mirar atrás,
porque en su mundo no existe la culpa.

Pero también existen los que, rotos por dentro,
caminan con el alma hecha astillas
y aún así extienden la mano cuando nadie lo hace.

El destino a veces cruza caminos imposibles,
y en un instante, dos mundos que no deberían tocarse, se miran.
Uno con miedo. Otro con esperanza.

Hay quien busca pelea,
y quien ofrece paz con una torpeza que desarma.

Hay quien calla y guarda secretos,
y quien habla demasiado, sin saber que está revelando su verdad.

Lysandra abrió los ojos y tragó saliva con pesadez. El fuego chisporroteó, rompiendo el flujo de sus pensamientos.

Había visto muchas cosas en su vida. Demasiadas. Y muchas de ellas, las había olvidado a propósito.

Hans... no encajaba en lo que ella entendía por "útil". No era un soldado, ni un espía, ni un ladrón hábil. Era un tropiezo constante. Una anomalía con piernas.

Y sin embargo...

No era un traidor. No era un cobarde. No era uno de esos que se venden al primer postor o que corren cuando el viento sopla en contra.

No. Él se quedaba. Aunque no supiera por qué.

Lysandra se pasó la mano por la frente y se ajustó el guante, como si con ese gesto pudiera atrapar y silenciar una duda que no terminaba de formarse.

Finalmente, se puso en pie. El movimiento fue silencioso, mecánico. Caminó hasta el fuego y se dejó caer sobre la hamaca, dejándose balancear suavemente con el crujido del cuero y el susurro de la lluvia marcando el ritmo.

Antes de acomodarse del todo, giró la cabeza.

Hans murmuraba en sueños. Palabras sueltas, frases inconexas. El tipo de cosas que dicen los hombres que han tenido que tragarse demasiado en silencio.

No parecía un elegido. Ni un héroe. Ni alguien con destino.

Pero algo en él... algo no cuadraba.

Tal vez mañana descubra qué es, pensó. O tal vez no. Pero no será por falta de curiosidad.

Acomodó la capa sobre su cuerpo, sin dejar de mirarlo.

Una sola mirada bastaba para notar que, por dentro, Hans ardía con una brasa que ni él sabía que cargaba.

Y a veces, eso era lo único que hacía falta.

Lysandra soltó un suspiro apenas audible. Se acomodó en la hamaca, dejando que el leve balanceo la meciera, mientras sus músculos tensos protestaban en silencio.

Aunque su rostro no lo revelara, su cuerpo llevaba días al límite. El sueño había sido escaso, interrumpido, siempre con un ojo abierto y una mano cerca del acero. Dormir bien no era algo que pudiera permitirse. No en su mundo. No con lo que llevaba encima.

Pero esa noche, en esa cabaña perdida entre la roca y la tormenta, con el sonido de la lluvia golpeando el techo y el fuego manteniendo a raya el frío, algo cedió dentro de ella.

No fue una rendición. Fue una pausa. Una tregua breve y silenciosa.

Cerró los ojos. Los últimos pensamientos se diluyeron como tinta en agua.
Y por primera vez en mucho tiempo, Lysandra se dejó llevar.



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Editado: 01.05.2025

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