Las (no Tan Heroicas) Aventuras de Hans

Capitulo 7: Un Código en la Noche

La lluvia había menguado, pero el sonido de las gotas deslizándose lentamente por la piedra aún marcaba el ritmo de la noche. Un goteo persistente, hipnótico, como si la propia montaña respirara bajo el peso de la tormenta.

El refugio seguía sumido en un silencio contenido. El fuego chisporroteaba en su rincón, reducido ya a brasas tenues. Hans dormía profundamente, el cuerpo aún maltrecho por los sucesos recientes, pero por fin en paz. Su respiración era lenta, pesada, y su rostro —relajado por primera vez en días— parecía pertenecer a otro hombre. Más joven. Más simple. Menos golpeado por el mundo.

Lysandra, sin embargo, parecía dormida... pero algo pareció inquietar su poco descanso, y eso que la noche transcurría tan normal y tranquila que ni un búho se habría alterado.

Entonces ocurrió.

Un leve sonido, casi imperceptible, quebró el ritmo de la noche.

No era el crujido habitual de la madera por la humedad ni el canto lejano de un ave nocturna. Fue más seco. Más preciso.

Una pisada.

Lysandra no abrió los ojos al instante. Solo su mano, como por reflejo, se movió despacio hasta el puñal que mantenía oculto bajo su capa. Lo envolvió con los dedos sin apretar, pero sin soltar. Permaneció así, respirando con calma, como si todavía estuviera dormida.

Toc. Toc.

Dos golpes secos sobre la madera. Una pausa.
Y luego un tercer golpe, más espaciado.

Fue como una melodía corta, pero reconocible. No musical, sino codificada. Como un tambor sordo que no buscaba ritmo, sino significado. Una forma de llamar que no dejaba dudas sobre quién estaba del otro lado.

No necesitaba abrir los ojos para saber quién era. Ese patrón... era un código.

Y no uno cualquiera. Uno del gremio.

Sus párpados se alzaron sin prisa, como si acabara de despertar, pero su mente ya estaba en marcha, afilada como siempre. Se incorporó en silencio, echó una rápida mirada a Hans —que seguía tan ajeno al mundo como antes— y se acercó a la puerta.

Abrió apenas unos centímetros. Lo justo para ver la figura encapuchada frente a ella, mojada por la lluvia y envuelta en oscuridad.

Lo reconoció al instante.

—Cinco días —dijo una voz ronca y grave—. Cinco malditas noches buscándote.

Geronimus.

El último rostro que esperaba ver. Y también el único que significaba que las cosas estaban a punto de complicarse.

Sin decir palabra, le hizo un gesto para que entrara y cerró la puerta tras él. Luego bajó la lámpara de aceite, hundiendo la cabaña en una semioscuridad aún más densa. La única luz provenía del fuego moribundo.

El silencio volvió, tenso y espeso.

—¿Cómo me encontraste? —murmuró Lysandra sin rodeos.

Geronimus se sacudió la capa con brusquedad. Varias gotas se estrellaron contra el suelo de piedra. Su rostro, más envejecido que la última vez, apenas necesitó una mueca para mostrar que estaba harto.

—Rastreé los informes de la zona —dijo con un tono bajo y contenido—. Los mercaderes y comerciantes estaban alterados, con miedo. Solo me comentaron que hubo una disputa fea ayer, algo que dejó a varios malheridos. Nada que me acercase directamente a ti... menos mal que te encontré.

Lysandra frunció el ceño.

—No es un escondite obvio.

—Por eso mismo tardé más en encontrarte —respondió, quitándose el guante derecho—. Pero ya sabes que siempre encuentro lo que me mandan a buscar.

Hubo una pausa. Los dos sabían lo que venía.

—El gremio ya te está buscando —dijo Geronimus al fin, sin adornos.

Lysandra respiró hondo, sin mostrar sorpresa.

—Supuse que pasaría. La tarea no volvió.

—¿Y la razón?

Ella cruzó los brazos, el tono frío como siempre.

—Demasiado movimiento. La carrera fue un caos. El camino que había planeado quedó bloqueado por revisiones, trampas, y... testigos imprevistos.

Geronimus alzó una ceja.

—¿Testigos?

Lysandra asintió, sin apartar la mirada.

—Hubo un incidente. Un jinete que, sin saberlo, generó una distracción perfecta. Me permitió completar la parte más delicada. Pero justo cuando creí que la salida estaba libre, todo se torció.

—¿Tienes la carga?

—Sí.

—¿Y por qué no volviste?

—Porque habría sido lo mismo que entregarla a mis verdugos. Ir sin control sobre la situación habría sido suicida.

Geronimus entrecerró los ojos.

—El gremio cree que huiste con el oro.

—Que piensen lo que quieran —respondió ella—. Lo único que importa es el resultado.

—¿Y cuál es ese resultado?

—Puedo entregarlo. Pero necesito dos días más.

Geronimus resopló con escepticismo. Se acercó al fuego, observando las brasas, como si buscara en ellas una forma más sencilla de explicarle lo que ella ya sabía.

—No tienen dos días. No tú. No yo. Están divididos. Algunos quieren enviarte un ejecutor.

Lysandra sostuvo su mirada, serena pero decidida.

—Mi prestigio me acompaña. Nunca he fallado una misión. Y aunque el gremio sea estricto, si me dan esos dos días, volveré con la carga completa. Saben quién soy. Lo he demostrado demasiadas veces como para que una excepción los haga dudar de todo. No vengo a pedir confianza... solo lo que ya me he ganado.

Geronimus la miró largo rato, sin pestañear. Luego, con un leve suspiro, se giró hacia la puerta... pero antes de abrirla, se detuvo.

—Yo sí confío en ti, Lys —dijo sin volverse del todo—. Solo... por favor, no falles. Sabes lo que está en juego. Y lo que viene si fallas.

Giró apenas el rostro para mirarla de perfil, empapado por la lluvia que se colaba por los marcos.

—No sé qué planes traes entre manos con la carga sin entregar y un jovenzuelo herido durmiendo en tu refugio, pero... para lo que sea, cuenta conmigo.

Entonces, con media sonrisa ladeada, añadió con tono bajo, como quien repite un viejo mantra de guerra compartida:

—Ya sabes lo que decimos en la hermandad: "El que mucho pregunta, mucho se equivoca"... o "Donde no sabes, no te metas."



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Editado: 01.05.2025

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