Hans despertó con la extraña sensación de haber descansado de verdad.
Su cuerpo, aunque aún resentido, ya no le dolía con cada movimiento. Su cabeza no palpitaba como un tambor de guerra y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que había dormido lo suficiente.
Pero su estómago tenía otras prioridades.
El rugido de hambre lo sacudió antes incluso de que pudiera sentarse. Se pasó la mano por el rostro, intentando despejarse, y parpadeó varias veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la tenue luz del refugio. Un leve resplandor de la lámpara de aceite aún iluminaba las paredes de piedra, pero lo primero que captó su atención fue el sonido.
Un movimiento constante, medido. Pasos firmes. El roce de cuero contra madera.
Hans frunció el ceño y miró a su alrededor.
Lysandra no solo estaba despierta, sino que se movía con la urgencia de alguien que no tenía tiempo que perder. Sus manos se desplazaban con precisión mientras empacaba, asegurando bolsas, ajustando correas, verificando cada detalle con una concentración casi militar. No era solo preparación, era determinación. Y urgencia.
Hans entrecerró los ojos, aún tratando de sacudirse el letargo del sueño. Su estómago gruñó otra vez, casi como si estuviera exigiendo explicaciones.
—¿Y la comida? —preguntó con la voz aún áspera.
Lysandra ni siquiera se giró.
—Os salvo la vida, os doy de comer... ¿qué más queréis?
Hans parpadeó.
—Bueno, si os ponéis a ofrecer...
Lysandra le lanzó una mirada afilada, y Hans decidió no terminar la frase.
—Mira en la bolsa sobre el cofre —añadió ella con un suspiro.
Hans dirigió la vista hacia donde ella indicaba. Sobre un viejo cofre de madera oscura y desgastada, había una pequeña bolsa de tela atada con un nudo simple. La tomó con curiosidad y la abrió, esperando encontrar algo sustancioso: quizás carne seca, algún pedazo de queso bien curado o, con suerte, un pan grueso y bien horneado.
Pero lo que encontró fue... algo menos alentador.
Un pan oscuro, compacto, con un leve aroma a especias. No estaba duro como una piedra, pero tampoco prometía una experiencia culinaria memorable.
Lo sostuvo en la mano, evaluándolo con suspicacia.
—¿Qué es esto?
Lysandra chasqueó la lengua.
—Pan de camino. No te sacia, pero te mantiene en pie.
Hans parpadeó, luego miró el pan con resignación.
—¿O sea que no quita el hambre, pero tampoco deja que me caiga muerto?
—Exactamente.
Hans bufó con una leve sonrisa y le dio un mordisco. La textura era densa, el sabor apenas pasable, con un toque de especias que evitaba que fuera completamente insípido. No era lo peor que había comido, pero tampoco era algo por lo que vendería su alma.
—Gracias. —Dijo al final, sin rastro de ironía.
Lysandra no respondió, pero Hans notó que su expresión se suavizó apenas un instante antes de seguir ajustando una de las correas de su equipo.
El ambiente tenía un peso extraño, una prisa contenida, un aire de tensión que Hans no podía ignorar. Algo había cambiado desde la noche anterior, aunque él no sabía qué.
—¿Y a todo esto... por qué tanta prisa? —preguntó al fin.
Lysandra no se detuvo. Simplemente recogió su daga y la aseguró en su cinturón antes de responder.
—Porque nos vamos ya.
Hans arqueó una ceja.
—¿Nos vamos?
—Yo me voy. —Lysandra se giró para mirarlo, su tono firme—. Vos podéis quedaros aquí si queréis.
Hans parpadeó, sorprendido por lo tajante de su respuesta.
—¿Eso es en serio?
Lysandra se cruzó de brazos, su mirada evaluándolo.
—No tenéis que venir. Os salvé la vida y os di comida. Ya estáis recuperado. No os debo nada, y vos no me debéis nada a mí.
Hans no respondió de inmediato. Miró a su alrededor, el pequeño refugio, las pocas brasas que aún ardían en la chimenea, las marcas en la piedra que indicaban que alguien había vivido aquí antes que ellos.
Podría quedarse. Podría esperar a que Lysandra se marchara y luego decidir qué hacer con su vida.
Pero la idea no le gustaba.
Se puso de pie, sacudiéndose el polvo de la ropa y ajustándose la espada al cinto con un gesto más seguro de lo que en realidad sentía.
—Pues yo os debo una.
Lysandra ladeó la cabeza con ligera incredulidad.
—No os lo he pedido.
Hans sonrió con calma.
—No importa. Me salvasteis la vida. Qué menos que ayudaros.
Ella entrecerró los ojos, como si evaluara si el hombre frente a ella hablaba en serio o solo era una nueva muestra de su torpeza habitual.
Hans se encogió de hombros, despreocupado.
—Además, si tenéis tanta prisa, seguro que os vendría bien otra mano. No digo que sea el mejor compañero de viaje, pero al menos sé correr cuando las cosas se ponen feas.
Lysandra suspiró, mirándolo con una mezcla de frustración y resignación.
—Si venís conmigo, no habrá tiempo para torpezas.
Hans sonrió con confianza.
—Siempre soy torpe en los peores momentos. Pero de alguna manera, sigo vivo.
Lysandra negó con la cabeza, pero una sombra de diversión cruzó su rostro antes de darse la vuelta y terminar de empacar.
Se colgó la bolsa al hombro y avanzó hacia la salida sin mirar atrás.
—Haced lo que queráis. Pero si os quedáis atrás, no os esperaré.
Hans sonrió de lado, sintiendo que, de alguna manera, acababa de meterse en algo más grande de lo que imaginaba.
Antes de salir, Lysandra se detuvo apenas un instante y sin girarse, añadió con voz fría:
—Y cuando terminemos la tarea, cada uno tomará su propio camino.
Hans alzó una ceja, pero no discutió.
—Claro, claro. Nada de lazos duraderos, entendido.
Lysandra le lanzó una mirada afilada sobre el hombro.
—No os equivoquéis. Esto no es una alianza. Es solo una coincidencia... pasajera.
Hans dejó escapar una breve risa y se encogió de hombros.
Editado: 01.05.2025