Las (no Tan Heroicas) Aventuras de Hans

Capitulo 9: Dos Guardianes y una Sombra

El amanecer se filtraba entre las hojas, bañando el sendero con un resplandor pálido y dorado. Hans caminaba detrás de Lysandra, tratando de mantener su ritmo sin tropezar con las raíces que sobresalían del camino. A pesar del frescor matutino, el aire estaba cargado de una tensión apenas contenida.

—Dime una cosa —dijo Hans tras un rato en silencio—. Esa "tarea" de la que hablaste... ¿consiste en transportar algo o en escoltar a alguien?

Lysandra no se detuvo ni volvió la cabeza. Su respuesta llegó cortante, sin rastro de paciencia:

—No te pedí ayuda, así que no esperes respuestas.

Hans frunció los labios. No le sorprendía su actitud, pero tampoco le gustaba quedarse con la incertidumbre. Antes de que pudiera insistir, Lysandra añadió con un suspiro resignado:

—Lo único que necesitas saber es que si vienes, tendrás que ayudar a transportar un paquete. Nada más.

Hans arqueó una ceja.

—Vaya, eso suena completamente inocente. Seguro que solo es un encargo simple y no algo que podría meternos en problemas mortales, ¿verdad?

Lysandra lo miró de reojo con una expresión que dejó claro que no tenía ganas de discutir.

—Aún nos queda un largo camino por delante. ¡Camina!

El sendero que Lysandra había elegido no era el más transitado. Caminos sinuosos y angostos se abrían entre la maleza, donde las hierbas crecían a sus anchas, ocultando senderos antiguos que parecían olvidados por el tiempo. En algunos tramos, el silencio se volvía inquietante: ni el canto de los pájaros ni el crujir de las hojas rompían la quietud. Hans se sorprendió al notar que incluso el viento parecía evitar aquellas rutas.

A medida que avanzaban, distinguió restos de lo que alguna vez pudo haber sido un camino bien trazado: piedras cubiertas de musgo asomaban bajo la tierra, y en ciertos puntos, se veían postes de madera podrida con inscripciones ya irreconocibles. Como si aquel sendero hubiera pertenecido a alguien... y luego hubiera sido deliberadamente borrado del mapa.

La jornada continuaba acompañada por el canto de los pájaros, cuyo trinar parecía casi una conversación. Como si discutieran entre ellos sobre lo que ocurría en el bosque y más allá de él. Hans, siempre dispuesto a llenar el silencio con palabras, aprovechó la atmósfera tranquila para hablar.

—Sabes, antes de la carrera ilegal, estuve en un bar en las afueras de Avalon. Creí verte allí, pero no estabas sola.

Lysandra no se detuvo, pero su respuesta fue inmediata y firme:

—Imposible. No me gustan los sitios con mucha gente y no sé de qué hablas.

Hans ladeó la cabeza, sin convencerse del todo.

—Parecías bastante ocupada con un tipo de aspecto peligroso. Aunque bueno, supongo que hay muchas mujeres con tu misma actitud cortante y aire misterioso.

Lysandra soltó una exhalación corta, como si ni siquiera valiera la pena responder. Hans entendió la indirecta, pero no pudo evitar sonreír.

—De acuerdo, perdona.

A su alrededor, la vegetación se cerraba en algunos tramos, obligándolos a caminar en fila india. Había vestigios de antiguas rutas de piedra a medio enterrar bajo las enredaderas, sugiriendo que, en algún momento, este camino había sido más transitado.

—Parece que alguien usó esto antes —dijo Hans, pateando suavemente una roca que asomaba bajo el follaje.

—Hace muchos años —respondió Lysandra con voz baja—. Y nosotros no queremos que vuelvan a usarlos ahora.

Hans sintió un escalofrío en la espalda. No supo si era por la advertencia implícita en sus palabras o por la sensación de que, en cualquier momento, podrían encontrarse con alguien que no quería que estuvieran allí.

Se detuvo por un instante, observando el bosque a su alrededor. Algo no estaba del todo bien. No era solo la sensación de estar en un camino que no debía ser descubierto; era la forma en la que las sombras parecían alargarse de forma antinatural entre los árboles, como si algo los estuviera observando.

Un pensamiento cruzó su mente como una advertencia silenciosa: esta simple ayuda podría ser solo la punta de un iceberg.

Hans tenía el presentimiento de que lo que estaba haciendo no era un simple favor. Que había algo más oculto en esta misión de Lysandra. Sin embargo, entre su instinto aventurero y su innata curiosidad, decidió ignorar de momento las incógnitas.

Después de todo, había llegado hasta aquí sin pensarlo demasiado. ¿Qué podía salir mal?

Y con esa pregunta en su mente, siguió caminando tras Lysandra, sin darse cuenta de que el verdadero peligro aún no se había revelado.

De pronto, repararon en una tumba en mitad de un pequeño altar del que la naturaleza se había adueñado por completo. Las raíces serpenteaban sobre la piedra, musgo y enredaderas ocultaban la mayoría de las inscripciones. A pesar de su prisa, Lysandra decidió detenerse.

Hans entrecerró los ojos y leyó en voz alta, tratando de descifrar las palabras gastadas por el tiempo:

"Donde el agua cae y nunca regresa,
un eco responde si el oro se besa.
Dos bocas posee, mas una es mortal,
quien busque la llave, no debe saltar."

El viento agitó las hojas a su alrededor, como si el bosque mismo hubiera escuchado las palabras. Hans y Lysandra intercambiaron una mirada, pero ninguno de los dos dijo nada de inmediato.

—¿Alguna idea de lo que significa? —preguntó Hans tras un momento.

Lysandra sacudió la cabeza.

—No aún.

Hans volvió a mirar la inscripción.

—Habla de un lugar con dos entradas... tal vez una cascada o un río.

—O tal vez nada de eso —respondió Lysandra—. No tenemos forma de saberlo todavía.

Hans suspiró y pasó una mano por la piedra cubierta de musgo.

—Bueno, no lo resolveremos aquí. Pero lo recordaré.

Lysandra asintió y se apartó de la tumba.

—Yo también.

No había más que hacer allí. Sin entender el significado del acertijo, lo único que podían hacer era guardarlo en su memoria. Algún día, en el momento menos esperado, las palabras de la inscripción podrían cobrar sentido.



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Editado: 01.05.2025

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