Las (no Tan Heroicas) Aventuras de Hans

Capitulo 10: El Camino de los Valientes y los Necios

El camino se extendía ante ellos, enredándose como una serpiente entre la maleza espesa y los restos de antiguos senderos olvidados. A pesar de la aparente indiferencia de Lysandra, Hans notó que ella también pensaba en el acertijo. Sus pasos eran medidos, sus ojos se desviaban de vez en cuando hacia las sombras de los árboles, como si esperara encontrar alguna pista oculta en la forma en que la luz del sol se filtraba entre las hojas.

—Diría que alguien quiere asegurarse de que este enigma no se resuelva con facilidad —comentó Hans, rompiendo el silencio.

—Eso es evidente —respondió Lysandra sin apartar la vista del camino—. Lo que no sabemos es si el premio vale la pena.

Hans sonrió con aire pensativo.

—Pero es un premio, al fin y al cabo. Y según la inscripción, quien logre descifrarlo se llevará algo.

Lysandra no dijo nada, pero su mirada se volvió más afilada.

A medida que avanzaban, el acertijo se enredaba en la mente de Hans. Dos bocas. Una sombra que marca un camino. Dos guardianes de piedra.

Había una certeza en todo esto: el lugar existía. No era solo una advertencia críptica o una fábula olvidada. Había un tesoro o algo lo suficientemente importante como para ser ocultado con tanto celo. Y más aún, habían dejado pistas para que solo los dignos o los astutos pudieran encontrarlo.

Hans miró a Lysandra de reojo.

—¿Qué crees que sea?

Lysandra suspiró con cierta impaciencia.

—Podría ser cualquier cosa. Oro, armas, un conocimiento perdido... o una trampa.

—Una trampa con recompensa.

—O una recompensa con trampa —replicó ella.

Hans soltó una leve risa.

—Siempre optimista.

—Siempre un ingenuo suertudo —corrigió ella con frialdad.

Hans se encogió de hombros. No podía negar que la precaución de Lysandra tenía sentido. Si algo había aprendido en su vida era que los tesoros ocultos nunca venían sin consecuencias.

Sin embargo, lo que más le llamaba la atención era la actitud de Lysandra. A pesar de su aire distante y calculador, estaba claro que el acertijo había captado su interés más de lo que quería admitir. Hans podía notar el brillo en sus ojos cuando pensaba en ello, la forma en que su mente parecía procesar cada palabra con rapidez, buscando un patrón, un indicio. Su ambición la hacía peligrosa, no solo porque la impulsaba a descubrir lo que se ocultaba tras aquel enigma, sino porque revelaba que lo deseaba.

Pero toda ambición se le congelaba cuando el persistente recuerdo de su situación volvía a instalarse en su mente. Lysandra no tenía tiempo. No iba a su favor, sino en contra. Cada segundo que pasaba sin avanzar en su objetivo real era una amenaza, un recordatorio de que no podía permitirse distracciones.

Hans lo veía en la forma en que tensaba los hombros, en la manera en que sus pasos a veces se volvían más rápidos, como si tratara de huir de un peligro invisible.

Y aunque no lo decía en voz alta, estaba claro: el acertijo era importante. Pero no tanto como el tiempo que ella estaba perdiendo.

Hans suspiró.

La cuestión era: ¿valía la pena arriesgarse?

Por ahora, no lo sabían. Pero lo averiguarían.

Y con esa idea rondando en su mente, continuaron su camino, cada uno con la certeza de que, tarde o temprano, regresarían a descifrar aquel enigma.

El sendero se volvía cada vez más traicionero. Entre laderas escarpadas y precipicios cubiertos de bruma, el camino se estrechaba, obligándolos a avanzar con cautela. La maleza había desaparecido, reemplazada por roca dura y suelos irregulares que crujían bajo sus pasos. El viento ululaba entre las grietas de las montañas, trayendo consigo un frío que contrastaba con el calor de la caminata.

Hans avanzaba con cuidado, asegurando cada pisada. Podía sentir el vacío a su derecha, la amenaza de un resbalón fatal a cada metro recorrido. Lysandra, en cambio, se movía con la confianza de alguien que había transitado caminos peores. Sus dedos se aferraban ligeramente a la roca cuando el suelo se volvía más inclinado, y su mirada no se apartaba de la ruta adelante.

Fue en ese momento cuando, quizás buscando distraerse de lo peligroso del terreno o simplemente por curiosidad, decidió cambiar de tema.

—Dime, Hans —preguntó sin girarse—, ¿de dónde vienes?

Hans parpadeó, algo sorprendido por la pregunta.

—De un pueblo pequeño. Uno de esos lugares que nadie recuerda a menos que se pierda en el camino.

Lysandra esbozó una sonrisa irónica.

—Eso lo explica todo.

Hans alzó una ceja.

—¿Qué significa eso?

—Que tienes la actitud de alguien que nunca tuvo mucho que perder —respondió con naturalidad—. Y sin embargo, sigues adelante como si el mundo entero dependiera de que no tropieces.

Hans se encogió de hombros.

—Bueno, si tropiezo aquí, seguro que el mundo no lo lamentará... pero yo sí.

Lysandra soltó una risa breve y seca.

—No hablaba solo de ahora.

Hans guardó silencio por un momento. Sabía que Lysandra rara vez hablaba sin un motivo oculto, así que esperó.

Y entonces ella lanzó la pregunta que realmente le interesaba:

—Ese espíritu de aventura que tienes... ese valor de enfrentarte a enemigos invisibles, ¿de dónde lo sacas?

Hans la miró con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Enemigos invisibles?

Lysandra asintió.

—No sabes contra qué te enfrentas. No tienes certeza de lo que acecha más adelante, y aun así sacas ese coraje innato que muy pocos hombres poseen.

Hans rió con suavidad, como si la idea le resultara extraña.

—No sé si lo llamaría coraje.

—¿Ah, no?

Hans negó con la cabeza.

—Para mí, el miedo es como el hambre. Siempre está ahí. La diferencia es que algunos lo disimulan mejor que otros.

Lysandra lo observó con atención.

—Entonces, ¿qué te hace seguir adelante?



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Editado: 01.05.2025

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