Las (no Tan Heroicas) Aventuras de Hans

Capítulo 12: El eco de lo que no se dijo

El orco ya no emitía sonidos.

Su cuerpo, enorme y vencido, yacía en el suelo como un pedazo de montaña derrumbada. Pero lo que más inquietaba a Hans no era su inmovilidad, ni siquiera la sangre que se secaba lentamente en la tierra húmeda.

Eran sus últimas palabras.

"Morvath reinará sobre la oscuridad."

Hans las había escuchado como un rugido final, pero ahora le llegaban como un eco lejano, una advertencia que el bosque parecía haber absorbido. Esa frase no se disipaba con el viento. Se quedaba. Vibraba, como si algo la estuviera recordando por él.

Se pasó una mano por la nuca, todavía sudoroso, intentando sacarse la tensión del cuerpo. Había hecho algo que no creía tener dentro. Había actuado. Había peleado. Y había ganado.

¿Pero qué había ganado, exactamente?

El bosque, antes solo inquietante, ahora parecía observarlo con un respeto silencioso. Las hojas no se movían, el aire no cantaba. Todo estaba en pausa.

Y Lysandra... no volvía.

Hans revisó el cielo a través de las copas: la luz había cambiado. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que ella desapareció por el sendero, pero ya eran más de unos minutos.

Quizás más de una hora.

Empezaba a preguntarse si algo había salido mal.

O si la tarea que Lysandra perseguía era mucho más peligrosa de lo que estaba dispuesto a imaginar.

Hans se quedó de pie junto al claro, observando el cadáver del goblin y al orco inmóvil, que ya no era más que una carcasa pesada y sin propósito. Pero su mente estaba en otra parte.

No era la primera vez que oía hablar de criaturas como esas. Orcos, goblins... sí, existían. Lo sabía como se sabe que las tormentas caen en el norte o que el vino barato da dolor de cabeza: una verdad general, lejana, de taberna.

Pero verlos tan cerca de Avalon…

Eso era distinto.

Esa zona siempre había sido “segura”, al menos en la medida en que algo podía serlo cerca de una ciudad como Avalon. Patrullas irregulares, alguna alimaña de bosque, contrabandistas y bandidos... eso era normal. ¿Pero orcos armados, goblins con cuchillos, y sobre todo… una criatura de piedra?

Eso no.

Y lo que lo inquietaba no era solo su presencia. Era el ser rocoso, el que habían encadenado como si fuera un simple animal. No había atacado. No había huido. Solo había dicho una cosa:

“He despertado hace poco. Quiero volver a casa.”

Hans repasó esas palabras en su mente, dándoles vueltas.

¿Despertado?

¿De dónde?

¿Y qué clase de casa podría tener un ser así?

La imagen del rostro inexpresivo de la criatura volvía una y otra vez a su mente. No parecía amenazante. Tampoco parecía exactamente… consciente. Era como si estuviera empezando a recordar algo que aún no entendía. Como si su propio cuerpo hubiera estado dormido por siglos y solo ahora comenzara a notar que el mundo había cambiado.

Hans tragó saliva.

Ese bosque, los acertijos, los murmullos de poder antiguo. Todo encajaba de una forma incómoda. Como si algo más profundo se estuviera despertando bajo la superficie del mundo, y él —por accidente, por costumbre, por mala suerte— estuviera justo donde no debía estar.

"Morvath reinará sobre la oscuridad."

Volvió a mirar al orco.

Esa frase no era simple fanatismo. Tenía peso, como una profecía que se arrastra entre ramas viejas y templos caídos.

Hans no creía en reyes oscuros, ni en destinos escritos en piedra... pero sí sabía reconocer un mal presentimiento.

Y este lo era.

Uno grande.

Hans se levantó despacio, observando de nuevo el sendero por donde Lysandra se había ido. Llevaba demasiado tiempo fuera. Demasiado silencio. Demasiado bosque.

Sabía que ella podía cuidarse sola —lo había demostrado una y otra vez—, pero algo en el ambiente había cambiado. Tal vez eran los cuerpos que yacían cerca. Tal vez era la frase del orco aún zumbando en su cabeza. O tal vez, simplemente, era que no quería quedarse quieto un segundo más.

Dio un paso. Luego otro.

—Solo echaré un vistazo —murmuró, más para convencerse que por necesidad.

Iba a adentrarse en el sendero cuando el crujido de ramas secas lo hizo detenerse en seco.

Desde entre los árboles emergió una figura familiar.

Lysandra.

Venía cargada con dos sacos al hombro, el sudor pegado al cuello, la mirada firme. Sin decir palabra, lanzó uno de los sacos hacia Hans. Cayó a sus pies con un sonido opaco, metálico.

—Toma —dijo ella sin detenerse—. No quiero saber qué ha pasado aquí. No me interesa.

Hans la miró sorprendido. La sangre aún fresca, el goblin con la garganta abierta, el orco apenas consciente… y ella siguió como si no fueran más que piedras en el camino.

—¿No vas a preguntar...? —empezó a decir Hans.

—No —interrumpió Lysandra con frialdad, ya caminando—. Me lo contarás de camino. No tenemos tiempo para pararnos ahora.

Hans frunció el ceño.

—No ha sido poca cosa, Lysandra…

Ella se detuvo un instante, sin girarse del todo.

—Lo sé. Y yo también vi cosas que no me gustaron. Pero ahora mismo, lo importante es llevar la tarea. Esto se está revolviendo más de lo que me esperaba.

Sin añadir más, echó a andar con paso rápido, lanzando una mirada fugaz al bosque, como si esperara que algo más emergiera de las sombras.

Hans se quedó un segundo más observando el claro vacío, el cadáver del goblin y el cuerpo inerte del orco. Todo eso ya era parte del camino.

Suspiró y siguió a Lysandra, la bolsa al hombro, el cuerpo cansado y la mente aún llena de preguntas. Pero por ahora, solo podía caminar.

Las respuestas —si llegaban— tendrían que esperar.



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Editado: 01.05.2025

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