Las princesas de Gremland

Capítulo 3

Abrí los ojos y me desperté por completo. Sin embargo, me acurruqué aún más entre las gruesas y suaves sábanas. Todavía estaba cansada y culpaba a ese dichoso trance de mi estado. ¡El trance! Ay, no... La nana Shaa entraría en cualquier momento para llevarme a entrenar. ¡De nuevo! ¡Y en mi estado!

Oí unos pasos... Me hice la dormida.

—Nyëmura... —llamó Shaa. ¡Era ella! Estaba en la habitación. Descorrió las cortinas y la luz impactó de golpe en mis ojos—. Vamos, niña.

Continué firme con mi actuación.

—Ya deberías estar levantada —dijo, y luego añadió con fingida inocencia—: Sería una auténtica lástima que se desperdiciara este desayuno gigante con frutos dulces y granos secos.

Levanté un párpado. ¿Frutos dulces y granos secos? Ella me sonrió y mostró la bandeja que cargaba.

—¡Esto es un chantaje! —exclamé indignada. Me senté en la cama y ella acercó la bandeja. En cuestión de segundos, comencé a devorar mi desayuno. No me reconocía tan hambrienta.

—Veo que tenías mucha hambre.

—Muchísima —respondí.

—¡Jovencita! ¡No hables con la boca llena! —me regañó. Lo primero que hice fue rodar los ojos—. Y no me hagas esas caras.

—Ay, Shaa, basta ya... —pedí impaciente—. Acabo de despertar. Ni siquiera sé por qué estoy tan cansada.

—Bueno, eso tiene una explicación.

Arqueé una ceja.

—Es por el trance —añadió—. Además de que no cenaste y te fuiste directo a dormir. Debió haberte debilitado.

—¿Y eso es normal? ¿Volverá a ocurrirme? —pregunté inquieta.

—No lo sé con exactitud —respondió. Luego, suspiró y me vio fijamente a los ojos—. Te confieso que sentí miedo.

—¿Miedo? ¿Por qué? —pregunté nuevamente. Ella sujetó mi mano.

—Fue tan fuerte, pequeña. Hacía muchos años que no veía un trance en los elfos Spencaster. Y menos uno tan intenso.

—¿Cómo fue? ¿Qué hice? —pregunté alarmada.

—Convulsionabas, y tus ojos, se abrieron enormemente moviéndose para todos lados. ¡Estaban blancos! —declaró—. Yo... no sabía muy bien qué hacer. Ellor se hallaba bastante lejos hasta que el terror por fin pasó. Te sumiste en un sueño profundo, así que te dejé. Pero, al ver que no despertabas, tuve que intentarlo. Por suerte, volviste a ser la de antes —dijo haciendo la señal divina a nuestra diosa.

—Vaya, no puedo creerlo...

—Estoy tan contenta de que estés bien —añadió mirándome con ternura. Una pequeña lágrima descendió por su mejilla.

—No llores, nana. Estoy bien —le aseguré sonriendo—. Cuéntame, ¿cómo eran los trances de la abuela Feudis? —pregunté a continuación. Ella se limpió la mejilla y suspiró.

—Ella solía tener plena conciencia de sus actos y hasta incluso había veces que lograba comunicarse conmigo. Me escuchaba atentamente y yo la guiaba. Pero... ella nunca perdió el conocimiento.

—¿Y qué vamos a hacer ahora, nana? —le pregunté—. Porque te cuento que apenas siento el cuerpo. Sigo cansada.

Y en demostración, levanté un brazo en alto y, al instante, la gravedad lo venció.

—Tranquila. Ya discutí con tu padre sobre eso. Vamos a tomarnos un descanso hasta que se recompongan tus fuerzas. Por ahora, descansa —finalizó. Luego se marchó del cuarto con la bandeja vacía.

Me quedé sola y en completo silencio. ¡Cómo odiaba hacer reposo! Me giré para uno y otro lado de la cama hasta que no pude tolerarlo más. El sueño ya no regresaría y mi estómago volvía a rugir. Además, también tenía muchísima sed. Destapé las mantas y me levanté para buscar mis pantuflas. Tardé más de lo habitual en vestirme debido a que todavía me costaba movilizarme con normalidad. Pero cuando estuve lista, salí de la habitación.

Me desplazaba como uno de esos típicos y torpes zombis de las profundidades del abismo bajando por las escaleras. ¿No podían los antepasados simplemente construir un castillo que fuera menos alto? Mis habituales movimientos ahora más bien parecían los de una bruja bastante envejecida. Cuando por fin llegué abajo, al comedor precisamente, me dolía la cintura.

Los criados, al verme sentada, de inmediato pusieron ante mí un delicioso plato de carne de jabalí asada con guarniciones de verduras. Almorcé con bastante gusto y después me limpié con una servilleta. Mis ojos se abrieron de par en par al ver al postre acercándose. Se habían esmerado con mi receta favorita: el flan dulce. ¡Mi goloso estómago volvió a rugir de nuevo!

Una vez satisfecha al fin, me quiso atrapar el sueño. ¡Y eso que había dormido toda la noche y casi toda la mañana! Me resistí. Luché con todas mis fuerzas. ¡Lo juro!

—Nyëmura, hija —alguien me llamaba—. ¡Hija!

—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunté sobresaltada. Vi a mi padre. Me alcanzó una servilleta.

—Límpiate, por favor —dijo tomando asiento.

Le hice caso. ¡Por Círceleb! ¡Tenía baba en toda la mejilla! Después, me toqué el cuello. Lo tenía dolorido con tortícolis.

—Quería hablar de algo importante contigo —dijo así que le presté atención—, y quisiera que me acompañaras al despacho.

—Claro.

Él se levantó primero rumbo al despacho. Me entusiasmó la idea, ya que yo casi nunca entraba ahí. Me paré y estiré un poco los músculos. Luego me enfilé para la oficina por medio de un angosto pasillo. La puerta estaba entreabierta y la luz del sol se filtraba por la misma. La sostuve e ingresé. Desde su posición sentado donde estaba, me señaló la silla vacía al frente. Sin dudas, la conversación iría para rato...

—Nyëmura —dijo apenas me senté—, ya tienes diecisiete años y pronto tendrás dieciocho. Eres mi única heredera y, quizá, debí decirte esto antes. Yo nunca quise responsabilizarte a tan temprana edad y cometí un error —aseguró con pesar. Luego, continuó—: Eres la princesa de Veronan y algún día deberás gobernar en mi lugar.

—¿Ha pasado algo? ¿Está enfermo? —pregunté afligida.

—No, no es eso —negó de inmediato y después se le escapó una risa—. Estoy muy sano, pero... ese es tu destino. Deberás esforzarte demasiado. Hay muchos secretarios que serán capaces de ayudarte a dirigir el reino cuando yo no esté. Darowan es un reino complicado que siempre nos ha buscado rencillas y temo que quiera conducirnos a una guerra.




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