Desperté incluso mucho más temprano de lo acostumbrado. No había indicios del cansancio espantoso que había sentido ayer. ¡Estaba en plena forma! Por lo tanto, me vestí tomándome todo el tiempo del mundo. Cuando me consideré lista, bajé a buscar algo para desayunar.
Allí me sirvieron el habitual té que desayunaba. Una bebida dulce que me energizaba por las mañanas junto a una compota de fruta endulzada con jarabe de bayas. Bebí su contenido y degusté la fruta picada. Cuando finalicé, agradecí al personal y me retiré rumbo al despacho de mi padre. ¿Cómo serían esas tareas que tendría que desarrollar?
Frente a la puerta, golpeé una sola vez y me adentré.
—Nyëmura —pronunció mi padre levantando la vista. Él como siempre ya estaba levantado tan temprano trabajando.
—Buenos días, padre —lo saludé. Luego, me detuve revisando cada rincón del despacho.
No lucía en absoluto como ayer. Al lado de mi padre, nuevos muebles habían sido añadidos. Había una mesita a su izquierda, que ahora se ubicaba en el centro de la oficina, y un escritorio más con su correspondiente silla. Sin embargo, aparentaba dar la misma impresión que el antiguo espacio: una sobrecarga de trabajo. Las oscuras paredes de piedra, la falta de color alrededor y la poca iluminación lo hacían parecer igual de monótono y aburrido.
—Veo que te has fijado en los cambios —añadió entonces—. ¿Qué te parecen?
—Pues —dije pensando en una respuesta—, parece igual de aburrido.
Él emitió una corta risa y luego agregó:
—Me da gusto tenerte aquí. Tendré compañía mientras realizas los deberes que te corresponden.
—¿Compañía? —repetí con lentitud.
—Aquí pasarás algo de tu tiempo —avisó a la vez que la puerta era abierta. Entonces levantó la vista—. Gadin, buenos días. ¿Serías tan amable de indicarle a Nyëmura sus tareas mientras continúo trabajando en el despacho?
—Claro, su excelencia —asintió el secretario de mi padre.
Conocía a Gadin desde que tenía uso de razón. Era uno de los empleados más leales y laboriosos, ya que había acompañado a mi padre desde que este era muy joven. No recuerdo otro secretario tan fiel y diligente. Solía llevar casi siempre un lápiz detrás de la oreja y un cuaderno bajo el brazo. Era delgado y sus años eran visibles en su cabello gris esponjado. Se dejaba el bigote e incorporaba en su vestimenta numerosos chalecos de colores casi tan opacos como el despacho.
—Buenos días, lady Nyëmura. ¿Lista para revisar el despacho?
—Por supuesto —aseguré intentado chocar su puño.
Gadin miró extrañado esa seña.
—Es un saludo —indiqué. Él comprendió y respondió de la misma manera.
—Ay, estos jóvenes y sus peculiares saludos... Qué viejo me estoy volviendo cada día —se lamentó soltando un suspiro. Luego dijo—: Sígame.
Llegué hasta el frente de los muebles.
—Este escritorio y esta silla serán para usted. Estarán colocados justo al lado de... pero, pero, ¿qué hace? ¿Por qué se sienta de esa manera? —preguntó de repente.
Había cruzado mis pies sobre la mesa de manera que mi espalda quedaba reclinada y cómoda en la silla. Miré a Gadin.
—Es cómoda, de verdad —aseguré con una sonrisa.
—Señorita, compórtese —pidió ofendido. Rezongué y me senté derecha—. ¿Cómo puede decir eso? La calidad de la madera trabajada por los habitantes de Veronan es la mejor.
—No hay dudas de ello.
Gadin dirigió la vista hacia mi padre, quien sabe pensando qué, pero este sólo soltó una carcajada. Tal parece que estuvo al pendiente de nuestra conversación.
—Bueno, ahora acompáñeme hasta la ventana, por favor.
Le seguí hasta allí. Él movió la persiana de tal manera que la luz matinal ingresó a toda la habitación. En el exterior, se observaban los relucientes jardines del castillo. A través del vidrio, también podía verse la paloma mensajera de mi padre, un ejemplar de completo plumaje gris. Pero, a su lado, había otra paloma. Esta era un poco más pequeña y tenía toda su cabecita blanca y el resto de las plumas de color marrón. Traía sujeto a su cuello una urna. Gadin abrió la ventana.
—¿Y esta paloma? —señalé de inmediato extendiendo mis brazos para acunarla entre mis manos. Acaricié con dulzura su cabeza. Era suave y mansa y, tal parecía que, emitía unos soniditos de aprobación. En comparación a la otra, esta me gustaba más. Era adorable.
—Eso iba a decirle... —contestó con cierto tono de molestia—. Ahora podrá enviar y recibir correspondencia. Entre los deberes reales, la comunicación con los habitantes de Veronan ejerce un papel fundamental. Son animales dóciles y eficientes. Adonde quiera que envíe su carta, esta llegará.
—¿En serio? ¿Puedo quedármela? —pregunté observándola entre mis manos. Entonces mis ojos se desplazaron desde la paloma hasta Gadin.
—No me mire así de sorprendida, lady Nyëmura. Claro que sí —afirmó emitiendo una risita.
La arrimé a mi mejilla. Era tan suave.
—¿Va a ponerle un nombre? —sugirió Gadin.
—Si tan sólo hubiese pensado en uno...
—Bueno, ya déjela en paz. Tengo otras cosas que mostrarle.
Extendí los brazos por la ventana y la deposité con cuidado fuera del despacho.
—También contará con su propio sello.
—¿Tendré mi propio sello? —pregunté con sumo interés.
—¿Acaso no es usted la única princesa de este castillo? —agregó con ironía.
Asentí con una sonrisa. Gadin no había resultado ser tan aburrido después de todo. Me entregó el sello. Una pieza de madera en cuyo extremo estaba grabado mi nombre: Lady Nyëmura. Ahora una parte del despacho me pertenecía y quizá pasaría mucho tiempo allí.
—¡Casi lo olvido! —exclamó de repente—. Cualquier duda, yo me encargaré de despejarla. También estaré a su servicio —añadió intentando saludarme con demasiada educación. Desvié el curso de su saludo con mi puño cerrado.
Nos saludamos a mi manera.