Golpeé la puerta una sola vez e ingresé al despacho. Mi padre ni siquiera levantó la vista de sus diligencias con la pluma.
—¿Y bien, querida hija? ¿Sigues disgustada conmigo?
Me dirigí a mi asiento y me senté cruzando los brazos. Solté un fuerte bufido que envió volando un delgado mechón de cabello rubio hacia un costado.
—Con todos —dije. Luego de una pausa, continué—: Se suponía que serían tareas sencillas, ¿verdad?
—Pues has supuesto mal —contestó apartando la mirada de su escritura—. Gobernar no es fácil, era lógico que las tareas que te concernieran no serían así. Escucha, Nyëmura —pidió entonces—. No te rindas. Estoy seguro de que estarás tan capacitada como yo algún día.
—¿Crees eso? —pregunté descruzando los brazos.
—Por supuesto —afirmó—. Me recuerdas tanto a mi madre. Tienes el mismo espíritu de tu abuela Feudis. Tan alegre, tan talentosa, tan... caprichosa también.
—Creo que no hacía falta recalcar eso —agregué sonriendo.
—No necesito preguntarte acerca de tu primer día, pero ¿hubo alguna novedad en la maderera? —preguntó retomando sus apuntes.
—Desapareció un dewoo. El encargado me dijo eso. También te envía saludos.
—Bueno —asintió—, en eso consistirá tu nueva misión. Vas a ir al criadero acompañada de Gadin y vas a averiguar qué sucedió con ese animal. ¿Entendido?
—¿Tengo que ir con él?
—¿Entendido? —repitió.
Bufé y me paré de mi asiento.
—Está bien —respondí a regañadientes.
Salí fuera del castillo y encontré al secretario en los jardines, sentado precisamente en la fuente más grande que había. Rodeada de agua y de pequeñas plantas acuáticas, estaba Círceleb en el centro, en un tamaño mucho más diminuto comparado al de la réplica de la selva adonde acudía a meditar. La diosa elevaba sus manos hacia el cielo implorando e invocando la lluvia.
Me acerqué a Gadin, quien me vio y dejó de escribir en su cuaderno.
—¿Está al tanto de la tarea en cuestión?
—Claro. Su padre lo tiene todo planificado —contestó colocando su típico lápiz detrás de la oreja.
—En marcha, entonces.
Había que investigar acerca de ese dewoo desaparecido hasta dar con su paradero.
—¿Ya no está enfadada conmigo? —preguntó caminando con la vista al frente.
—Considérelo propio de mi temperamento —respondí de la misma manera.
—A pesar de sus... —le miré expectante—, crisis juveniles, usted tiene potencial. No cualquier elfo se expresaría de esa manera.
—Bueno, supongo que... gracias.
—Le recuerdo que su padre me pidió recordarle que extremase las precauciones con los dewoo.
—Era apenas una niña. Además, estos dewoo lucen débiles y pequeños. No creo que posean tanta fuerza —aclaré restándole importancia con una mano.
—Se equivoca. Serán pequeños, pero tienen una fuerza considerable —me aseguró.
El camino era casi el mismo en dirección a la maderera. A excepción de una bifurcación en el trayecto. Este nuevo paso hacia el criadero estaba lleno de grandes piedras y zanjas. Era transitable, aunque dificultoso y temía por la integridad de mis zapatitos revestidos de cuero. Los dewoo pronto se hicieron notar por los alrededores y resistí la tentación de ir a molestarles. Ellos pastaban con tranquilidad y alguno que otro se atrevía a masticar la madera blanda de alguna rama.
Un rancho con un abundante techo de paja en caída diagonal y fortificado con tirantes de madera parecía el destino final. No obstante, una elfa salió a nuestro encuentro. Recogía su cabello envuelto en un pañuelo y le caían dos trenzas por los costados. En su indumentaria llevaba amplios bolsillos y cargaba en una de sus manos un balde. Fui con Gadin a su encuentro.
Una reverencia de su parte fue el saludo inicial. Aproveché para quitarle el balde con delicadeza y comprobé que era bastante pesado. Su contenido era un grano especial con el que nutrían a los dewoo. Exhalé pesadamente el aliento cuando logré depositarlo sobre el suelo.
—Buenos días, princesa. Qué maravillosa visita —anunció la elfa, quien resultó ser una de las encargadas de la crianza—. ¿Qué los trae hasta estos parajes?
—Igualmente... —comencé diciendo, pero fui interrumpida.
—Será una visita breve. La princesa necesita información como le indica su padre —dijo Gadin—. Debe saber acerca del dewoo desaparecido.
—Comprendo —asintió—. Entonces, acompáñenme hasta la casa.
La seguí y me fijé en cada detalle de la vivienda. Desde las profundas raíces de donde comenzaba el hogar hasta la interrupción del crecimiento del árbol en la parte superior donde un tejado la cubría del exterior. Deslicé mi mano por la textura de la puerta y le pregunté:
—¿Cómo logran hacer estas casas? Son tan hermosas.
—Ay, por favor, princesa. No tenemos tiempo para esto —se quejó Gadin.
La elfa paseó su vista desde Gadin hacia mí como si solicitara aprobación, hasta que él contestó:
—Explícale —gruñó buscando asiento dentro de la casa.
—Todas las casas de Veronan suelen crearse de la misma manera. Se debe elegir un árbol que tenga las condiciones adecuadas de desarrollo y tamaño para que pueda servir de hogar. El dewoo debe estar entrenado y es guiado para que ingiera la suficiente cantidad de madera generando así una abertura que será la entrada. Tiempo después, cuando la casa está completamente finalizada y es segura, se coloca la puerta.
—¿Ocurren accidentes durante la construcción de las casas?
—En la actualidad, no. Pero no puedo negarle que en el pasado nuestros ancestros tuvieron grandes dificultades para domesticar a los dewoo. Sin embargo, las nuevas generaciones son más dóciles y cualquier conducta salvaje ha desaparecido. Son criaturas con carácter. Siempre y cuando no se los moleste, no reaccionarán defendiéndose violentamente.
—Ya veo. ¿Y el dewoo faltante era el que usaban para las casas?