Releí el mensaje tantas veces como fueron necesarias y en varias oportunidades consulté nuevamente el destinatario. No podía existir ningún error ya que ese escrito estaba expresamente dirigido para mí. Lo enrollé justo como había venido y lo guardé en algún lugar de mi vestido.
Salí del despacho en busca de mi padre. Sin embargo, al recorrer los pasillos del castillo, no podía evitar pensar donde se encontraría ese salón de conferencias. ¡Ni siquiera sabía que aquí existía uno! También no dejaba de preguntarme quién sería Thasel. ¿Desde cuándo mi presencia se había vuelto tan importante?
Escuché sonidos semejantes a la vajilla que se utilizaba durante el almuerzo así que ingresé al comedor. Allí encontré a mi padre sentado con su servilleta envuelta alrededor del cuello y los cubiertos preparados para la degustación.
—Hija, acompaña a tu padre durante el almuerzo.
—¿Por qué tan temprano? —le pregunté extrañada.
—¿No lo sabes? —preguntó rebuscando en mi mirada. Luego, se concentró en beber su zumo de frutas.
Entonces recordé el mensaje que cargaba conmigo. Lo busqué y a continuación lo leí para él. Asintió repetidas veces y caí en la conclusión de que él ya sabía su contenido.
—Me enviaron uno de los mismos —dijo recibiendo un plato con abundante carne y sopa de pollo—. Nyëmura, eres una integrante importante de este castillo y ahora estás construyendo tu propio futuro. De tus responsabilidades diarias dependerá no sólo tu destino sino el de todo este reino. Quizá retrasé demasiado tu formación, pero en verdad estoy orgulloso de tu desempeño hasta ahora.
—Muchas gracias por sus observaciones, padre. Quisiera hacerle una propuesta.
—Adelante —me animó.
—¿Podría decorar el despacho con algunos de mis cuadros? —pregunté—. Comprenderé si mi idea no es de su agrado y...
—Por supuesto, hija —se adelantó—. No me molestaría en absoluto si deseas reformar la habitación por completo. Tienes todo mi permiso.
—Gracias —contesté junto con una sonrisa.
—Ahora, ya basta de tanta cháchara. A comer, que debemos estar puntuales y antes del mediodía —anunció para luego morder una crujiente pata de pollo.
Tomé asiento en la cabecera opuesta de la mesa y me sirvieron la misma ración de alimento. Sabía exquisito y no podía estar más convencida de que el personal de cocina del castillo tenía algún toque especial para casi todas las comidas.
*****
—Ven, es por aquí —indicó mi padre.
—Había imaginado que estaría más alejado.
Él posó su mano sobre la perilla de la gran puerta y esta se abrió. El salón de conferencias resultó ser una amplia sala bien iluminada en cada rincón con velas de bastante grosor. El centro de la estancia lo ocupaba una mesa de madera color caoba de gran longitud y numerosas sillas para recibir al menos a veinte elfos o quizá más. No obstante, dos sillas adornadas con algunas incrustaciones de oro destacaban del resto y ocupaban un lugar privilegiado frente a la mesa.
Mi padre me hizo una seña para que ocupara una de esas sillas. Tomé asiento después de él acomodando mi vestido con delicadeza. Una emoción extraña invadió todo mi ser, pues reconocí el nombre de la abuela y el de mi madre inscripto en los apoyabrazos, así como el de otros antiguos antepasados. Suspiré profundamente y me enderecé aceptando la importancia y el honor que significaba para mí ocupar aquel puesto tan distinguido.
—¿Estás bien, Nyëmura?
—Sí —respondí barriendo una lágrima con el dorso de mi dedo. Luego, miré a mi padre con una sonrisa—. Todo está bien.
Esperé a su lado unos minutos hasta que una serie consecutiva de numerosos pasos comenzaron a resonar. Por la gran puerta abierta empezaron a ingresar elfos de distintas edades y ocupaciones, algunos parecían ser comerciantes, pero otros lucían como hábiles guerreros. Cada uno de ellos saludó a mi padre y a mí con una respetuosa reverencia.
Una vez que todos ellos estuvieron sentados, un elfo joven se elevó de su asiento. Era alto, de cabello negro y vestía una armadura de cuero con algunas partes reforzadas en metal, al igual que otros allí presentes; su voz al pedir permiso para hablar delataba gran madurez y responsabilidad.
—Gracias, excelencia —asintió con la cabeza hacia mi padre—. Bienvenida a nuestra reunión, princesa Nyëmura —dijo posando su mirada en mí—. Permítame presentarme. Yo soy Thasel, el líder de los expedicionarios de Veronan. Sea nuevamente bienvenida —concluyó para luego dirigir su mirada al resto de los participantes. Luego de una breve pausa, prosiguió—: En la reunión que hoy nos convoca, debatiremos dos temas muy importantes. Uno de ellos es la reciente desaparición de uno de nuestros dewoo y, debo resaltar, que efectivamente fue demasiado cerca de nuestra frontera con Darowan. Por lo tanto, no sólo sospecho, sino que confirmo que las intenciones de los elfos de aquella tierra es sustraer nuestros animales para su propio beneficio. Y, lo que más temo, es que se vuelva una práctica recurrente.
Desde mi ventajosa posición, pude notar diferentes expresiones de asombro en los presentes y, a más de uno de ellos, jadear debido a la veracidad con la que se expresaba aquel expedicionario.
—Quiero saber —dijo de pronto—, ¿Qué opina nuestro rey? —preguntó Thasel observándole fijamente.
—Podríamos hacer algunos ajustes en el cobro de impuestos comerciales a Darowan —comentó mi padre—. Considerar una cifra razonable que les sirva de castigo por llevar nuestros animales a tierras extranjeras. Si esta deshonesta práctica recién adquirida continúa, podríamos incrementar aún más el intercambio de nuestros productos.
—Una excelente propuesta, excelencia —valoró el expedicionario—. ¿Alguien más desea proponer otra medida? —preguntó mirando a los presentes. El silencio reinaba por aquel entonces en el salón.
—También podríamos detener el intercambio de productos con Darowan —sentenció Gadin incorporándose de su asiento. A todos sorprendió su brusco proceder y el tono empleado en su intervención.