Esa mañana me levanté con un firme propósito: cambiar un poco el rinconcito del despacho que me pertenecía. Recuerdo que lo primero que hice fue retirar el lienzo que descansaba sobre mi caballete. Estaba completamente seco y terminado. Al ubicarlo en el lugar donde mejor lo creí conveniente, noté que ese aspecto monótono y sombrío de la oficina adquiría más color. La imagen que proyectaba el cuadro no era otra más que la de la mismísima diosa Círceleb con las gotas de lluvia mansa cayendo sobre ella. Era una ilustración de la que me enorgullecía muchísimo y que había resultado fruto de la inspiración durante mis paseos. Esperaba que su bendita presencia atrajera buenas bendiciones y providencia a cada uno de los sectores de este castillo. ¿Estaría el despacho aún más colorido y lleno de vida cuando lo decorara con unos cuantos más?
Papá elogió nuevamente mi talento y admiró no sólo la dedicación empleada en los trazos sino también la elección del cuadro tan particular. Él sabía que me encantaba retratar paisajes, flores y animales, así que se maravilló de la combinación de colores expuestos alrededor de nuestra deidad más importante. Detecté un atisbo de emoción en sus ojos cuando procedió por fin a sentarse en su correspondiente asiento.
El resto de gran parte de la mañana me la pasé sentada en el escritorio jugando con mi sello. Mi padre ya se había pronunciado en contra e incluso me había regañado para que no gastara la tinta, pero es que me encontraba demasiado aburrida. Había acariciado a mi paloma varias veces y le había regalado numerosas golosinas. Esperaba ansiosa por otro mensaje en su urna, más ningún otro se hizo presente.
Mi padre no hacía otra cosa más que firmar documentos rápidamente, cuando de pronto, entró Gadin, pero me sorprendió que esta vez lo hiciera junto a Ellor. Una sensación extraña se apoderó de mí, algo así como la intuición de que volvería a los extenuantes ejercicios y entrenamientos con Shaa. Lamentaba en verdad que el tiempo hubiera pasado tan rápido porque me había divertido a la vez que había cumplido con las obligaciones que mi padre había requerido.
—Su excelencia, Lady Nyëmura —saludó Gadin.
—Gadin, gracias por traer a Ellor —contestó mi padre soltando la pluma—. Nyëmura, hoy te escoltará Ellor ya que irás junto con Gadin a la frontera. Necesito que conozcas más sobre el intercambio de comercio que se realiza con Darowan —luego volteó la vista hacia su fiel secretario—. Dejo en tus manos su aprendizaje.
—Claro, su excelencia.
—No olvides llevar tu sello, Nyëmura. Podrías necesitarlo —dicho esto, continuó firmando más y más documentos.
—En marcha entonces —dijo Ellor.
Tomé el sello conmigo y luego emprendí el rumbo hacia la frontera. Mientras atravesaba el pueblo, muchos elfos y elfas e incluso algunos pequeños me saludaban con cierto distanciamiento. Sus manos se alzaban en el aire y yo les respondía con el mismo ademán. Con extrañeza, me pregunté el porqué de su recelo al acercarse y luego comprendí que se debía a la intimidante presencia de Ellor. Él era un orgulloso guerrero que destacaba por su notable arco y su mirada endurecida que se asemejaba a la de una mismísima águila que vigilara en todas las direcciones. Esa actitud y seguridad en su postura eran las que imponían respeto.
Una vez que abandoné el pueblo y comencé a seguirles por un sendero en medio de la selva, me sentí algo inquieta debido al comportamiento que manifestó Ellor. En vez de sentirme segura ya que iba con el estimable secretario de mi padre y un gran soldado en quien depositaba mi más absoluta confianza, me sentía incómoda. Ellor se posicionaba delante de nosotros tensando el arco con firmeza, tanto que sus nudillos eran demasiado visibles, y otra de sus manos permanecía en alerta cerca de sus flechas. Su vista se dirigía a cada uno de los puntos cardinales a nuestro alrededor y me daba la temerosa sospecha de que algo o alguien podrían atacarnos en cualquier momento.
—Gadin, ¿no crees que se toma su trabajo demasiado en serio?
—Lady Nyëmura, su obligación es protegerte. Si algo malo te sucediera... ¿Quién sabe cómo lo tomaría tu padre, el castillo y toda Veronan?
Enmudecí en el acto ante tal revelación. ¿En qué me había convertido? Ese soldado estaba dispuesto a dar la vida por una noble causa: el deber y el honor de poner su servicio a disposición y protección del reino. Aun así, no podía comprender lo importante que me había vuelto para Veronan ahora que ejercía algunas funciones que, aunque básicas, eran casi igual de necesarias. Noté la relevancia de mi presencia con el correr de los días desde que suplanté a Iornas en la pintura de aquel mapa.
Varios metros después, alcancé a ver dos torres de observación constituidas totalmente de piedra. A medida que me acercaba, podía ver lo grandes y altas que eran. Ambas contaban con una escalera caracol para subir hasta lo más alto de sus estructuras. Imaginé que serían piezas clave en la protección del reino si ocurría alguna clase de incidente con ya-se-sabe-quien.
De pronto, un ancho puesto con la exposición de variados productos acaparó mi atención... ¡Seguro que ese era el punto de intercambio! A medida que mis pasos me llevaban hasta allí, logré ver a un comerciante de Darowan montando a uno de sus animales característicos. Esa criatura de grandes proporciones que se elevaba sobre los aires pesaría varias toneladas. El elfo de Darowan se sujetaba a ella por medio de unas cuerdas que colgaban del par de cuernos en su cabeza. El animal era gigante y por su fisonomía estaba a la vista que estaría destinado al transporte de cargas pesadas. Así lo confirmé cuando vi sobre su amplio lomo una caja de almacenamiento firmemente amarrada.
Las vistas eran increíbles. Me maravillaba que una simple princesa recluida como yo fuera capaz de observar todo eso. Hasta hacía sólo unos días vivía en el castillo naturalmente, sin obligaciones ni preocupaciones, y ahora podía ser parte de todo lo asombroso y extraordinario que el mundo solía ser.