Las princesas de Gremland

Capítulo 9

Días después, de una triste noticia tan sólo se hablaba en el castillo. Iornas, el pintor oficial de mapas, había muerto de la misma enfermedad que padeció mi madre. Aquella fatídica enfermedad cuyo nombre ya sonaba aterradoramente familiar: la enfermedad del Cosmos. Según parecía, los estudiosos la habían llamado así porque aquello que la causaba descendía exactamente de los cielos y se propagaba por los aires. Los síntomas al principio eran casi tan leves que la volvían indetectable, pero con el paso de los días, el cuadro empeoraba drásticamente enviando a los elfos al reposo absoluto y a un marcado debilitamiento. 

Cada día rezo a mi diosa Círceleb tal y como me lo enseñó Shaa para que nadie más en el castillo caiga preso de tan terrible enfermedad. Los elfos pequeños y los ancianos, así como los elfos que son demasiado susceptibles a las alergias, parecen ser los más vulnerables.

Aquella misma mañana en que me enteré de la partida de Iornas de nuestro mundo, fue suficiente para pedirle permiso a mi padre para visitar a los enfermos. Recuerdo que fue la primera vez que discutimos.

—¡No! —se negó rotundamente—. De ninguna manera voy a permitir que acudas a auxiliar a los enfermos. Los médicos del castillo y del pueblo ya están para eso.

—¡Quiero ayudar! —exigí.

—La enfermedad del cosmos es aún desconocida para todos nosotros. Tu madre, Mara, falleció de ello. ¡No puedes ir! —dijo cortante.

—Al menos... déjeme siquiera ver los suministros médicos o visitar a los estudiosos de las plantas medicinales del poblado.

—No, no y no. ¿Acaso no recuerdas que tu madre era alérgica lo que la hizo más vulnerable a la enfermedad del cosmos?

—¡Pero yo no soy alérgica! ¡Nunca enfermé de glatarcia!

—No puedo perderte. Entiende, niña...

—¡Ya no soy una niña! —aclaré elevando la voz—. Sólo quiero ayudar a los más desamparados.

—¿Quieres ayudar? —se levantó de su asiento en el despacho—. Pues entonces aprende la magia curativa de Shaa. Es lo único que puedes hacer por ahora.

Me sentí indignada así que soltando un resoplido salí a toda prisa del despacho. No podía creer que mi padre me mandara a seguir con esos entrenamientos cuando podría ser útil en cosas más urgentes. Noté la mirada afligida de Gadin y de otros asistentes por los pasillos y traté de reprimir las lágrimas que querían surcar un camino por mis mejillas. Subí con prisa las escaleras hasta mi habitación y cerré dando un portazo.

Sentada en el borde de la cama, me permití llorar en silencio como hacía un tiempo no lo hacía. Las lágrimas comenzaban a cesar luego de un rato mientras pensaba que todos me consideraban todavía una niña. Seguramente todos oyeron nuestra fuerte discusión y me oyeron desafiar a mi padre. Sé que él tan sólo quiere protegerme, pero hay veces que deseo demostrarle cuánto he aprendido. Suspiré a la vez que me sentía verdaderamente avergonzada.

Unos ligeros toques en la puerta llamaron mi atención.

—Nyëmura.

Era la voz de Shaa.

—Nyëmura...

—¿Tú también escuchaste todo? —pregunté una vez que abrí la puerta.

—Sí.

—Lo único que quería era saber cómo estaba la salud de los habitantes de Veronan —murmuré y ella puso una mano en mi hombro.

—Vamos, Nyëmura —me guio de la mano y nos sentamos en el borde de la cama—. Tu padre sólo quiere tu bien y protegerte. Es por eso que recién ahora te delega tareas que quizá mucho antes te debieron ser encomendadas.

—Me llamó una niña... —protesté en un débil susurro.

—Nyëmura, siempre serás su niña. Quizá fuiste un poco inmadura y él un poco arbitrario. Tan sólo ten presente que siempre serás su hija, su niña especial. Fuiste lo que le quedó de Mara. ¿Sabes lo que le dolería perderte? Piénsalo —dicho esto, salió de mi habitación.

Recapacité ante sus palabras y nuevamente unas lágrimas humedecieron mis ojos así que las sequé con un pañuelo. Me recosté sobre la cama y pensé en la ausencia de mamá y en cuánta falta nos hacía a ambos.

Un picoteo en el cristal de la ventana me despertó. Me giré y la vi. Era mi paloma mensajera. Seguro me anunciaba que tenía hambre así que cerré de nuevo mis ojos. Sin embargo, un nuevo e insistente repiqueteo me advirtió de que quizá podría ser algo importante.

Abrí la ventana y se expuso de tal manera que me anunciaba que tenía un mensaje. Acaricié su cabecita, saqué el mensaje de su urna y le di su golosina en recompensa.

Princesa Nyëmura:

Con suma urgencia redacto este mensaje para usted y espero su servicial paloma lo lleve cuanto antes. Sepa disculpar las circunstancias de tan apresurado escrito, pero es urgente que usted venga al centro del pueblo a ver el aljibe. Este está emanando un terrible olor y creemos que es por la presencia de sustancias tóxicas.

A la espera de su presencia, Elwa.

Dejé el escrito en mi habitación y bajé con prisa por las escaleras del castillo. Salí con absoluta imprudencia al no pedir permiso a mi padre, pero esperaba que él pudiera entenderme ya que quería saber qué ocurría en el pueblo.

Cuando estuve cerca de las ferias de comerciantes, un olor extraño se hizo presente alrededor y entonces vi a Elwa. Me abrí paso entre la multitud, la cual estaba muy alterada.

—¿Qué sucede, Elwa? —pregunté, y entonces el olor que percibí ya era muy parecido al azufre.

—Acérquese, princesa.

Dos elfos sacaban cubos y cubos de agua para luego verterlos al suelo. En vez de contener agua potable, esta tenía un color distinto a la normal y despedía aquel olor.

—Princesa. ¡El agua contiene desechos químicos! ¡Está contaminada! —decía asombrado uno de los elfos que la vertía a modo de demostración.

—¿Cómo beberemos ahora el agua que sale de este aljibe? —se impacientaba una elfa sosteniendo a su bebé en brazos.

—¡Son desechos! —aseguraba un elfo.




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