Había despertado temprano, tal y como esperaba hacerlo. No era algo difícil puesto que no había descansado adecuadamente. No recordaba cuanto había llorado, pero era hora de enfrentar la realidad, mi propia realidad. Además, no podía desobedecer a mi padre y menos faltar a su palabra. Estaba cansada, ya no sólo mentalmente, y no quería recibir más reprimendas de su parte.
Revisé mi aspecto frente al espejo y este no era para nada agradable. Mi cabello plateado estaba enmarañado, mis ojos aún lucían rojos y un atisbo visible de tristeza se percibía en ellos. Con un poco de agua lavé mi cara y, después de concluir mi higiene personal, procedí a dedicarme al cabello. Con pocas ganas cepillaba mi pelo tratando de no ejercer demasiada presión sino arrancaría un poco del mismo. No podía dejar de pensar en esa visita, así que decidí que le pediría consejo a mi madre. No quería continuar disgustada con ella y menos aún expresarlo abiertamente, aunque dudo que no se haya dado cuenta al evitarla desde ayer por la noche.
Ni siquiera me fue necesario ir a buscarla para pedirle disculpas, ya que se apareció por mi habitación.
—Kathrin.
—Mamá... —dije feliz de tenerla cerca—. ¿Crees que estoy bien? —le pregunté.
—Hija... deberías haberte puesto un vestido más lindo. Hoy vendrá el joven Aëgel a conocerte —anunció desde la puerta.
Mientras más escuchaba el nombre de ese joven, más crecían la desconfianza y los nervios de mi parte. Dudaba que ese joven haya sido cautivado sólo por mi belleza. Una parte de mí estaba convencida de que esto sólo podía tratarse de una estratagema de mi padre. ¿Pero con qué fin? ¿Qué quería lograr con ello?
—Y un peinado más favorecedor. Anda, deja que te peine —pidió—. Pero primero, ponte ese vestido verde que tienes. Resaltará más tu silueta —indicó saliendo un momento por la puerta.
Busqué esa prenda en mi armario y la puse sobre la cama. Era bonita y apropiada, ya que era clásica y a la vez puntillosamente bordada con adornos y detalles de tela de colores verdes combinados con un fondo negro. Deslicé las manos por la textura del vestido a lo largo de mi cuerpo, y esta tenía aún la dulce fragancia del perfume que usé la última vez y, cuando estuve lista, la llamé.
Ella ingresó y lentamente asintió con aprobación.
—Maravillosa, Kathrin. Estás muy bonita. Sabía que el verde realzaría más tus ojos.
—Gracias, mamá.
—Haré un recogido en tu cabello. Siéntate.
Hice caso y tomé asiento frente al tocador mientras mamá cepillaba aún más mi cabello. Frente al espejo, observé la cicatriz que cruzaba toda mi mejilla izquierda y la recorrí con los dedos.
—¿Quieres que la cubra? —se ofreció mamá—. Conozco algunas técnicas de maquillaje...
—No. Eso sería como borrar una parte de mí. Los que realmente me quieran, me aceptarán por lo que soy.
La vi sonreír y, desde mi posición, observé cómo sus hábiles manos trenzaban y enroscaban mi cabello hasta dar por finalizado un bonito peinado que nunca antes me había hecho. El resultado me pareció grandioso y satisfactorio.
—Listo, querida —palmeó mi hombro—. Bajemos que pronto estará la visita y el desayuno.
—De acuerdo —asentí fingiendo interés.
Salí de la habitación y bajé las escaleras unos pasos detrás de ella. Abajo, un Draksael afligido, que se movía de un lado a otro, le dio un beso en la mejilla a nuestra madre.
—¿Adónde vas, hijo?
—A entrenar, pero Taiel ya tendría que estar aquí...
—¿Por qué no lo esperas un poco? Ven y desayuna con nosotros.
—Está bien.
Tomé asiento en el gran comedor tratando de ocultar mis emociones, pero lo cierto es que experimenté una sensación de desconfianza cuando mi padre descendió por las escaleras con un aire triunfante. Se sentó a la cabecera de la mesa, donde le correspondía, y en poco tiempo un sirviente se le acercó y le dijo algo al oído.
—Kathrin, ve a recibir al joven Aëgel —indicó con autoridad.
—Sí, padre.
Como pude, salí de mi lugar y me encaminé por los fríos pasillos hasta la entrada del castillo seguida por un criado. Por las ventanas comprobé que había estado lloviznando y, cuando estuve frente al portón, el criado procedió a abrirlo dejando entrever un carruaje de grandes dimensiones, opulencia y lujo. No podía ver al joven oculto bajo el paraguas, pero cuando estuvo a escasos metros de nosotros, lo cerró, dejando expuesta su imponente presencia.
—Kathrin Dumintar, un placer por fin poder conocerte —se presentó haciendo una reverencia y quitándose el sombrero.
Era joven, pero se notaba que era mucho mayor en comparación mía. Su cabello era negro, sus ojos azules y su tez blanca. Era apuesto, de eso no había duda. Sin embargo, su mirada fue a detenerse por largos segundos justo en mi cicatriz, y pude notar que esa marca no le resultaba particularmente interesante.
—Buenos días, joven Aëgel. Sea usted bienvenido.
—Puedes tutearme, si quieres —dijo, luego besó mi mano y me esforcé por no retirarla. Me di cuenta que parte de él se esforzaba en ser gentil, pues no miraba con demasiado gusto y agrado a nuestro criado. Ni siquiera le dirigió un asentimiento de cabeza. Le dejó su paraguas y su sombrero y se encaminó sin más en solitario.
Iba a alcanzarlo, cuando unos golpes resonaron nuevamente.
—¿Trae usted visita? ¿Señor Aëgel?, ¿señor Aëgel? —pregunté con insistencia, pero él ya no se encontraba por los alrededores. Se había marchado veloz por los pasillos con nuestro criado detrás.
Encogí mis hombros y me dispuse a abrir por mí misma el gran portón, acción que, de ser observada por mi padre, sería reprendida. Según él, sólo los criados debían hacer eso, pues eran hechos para servir. Y, allí mismo, me encontré frente a frente con Taiel. Todo su cabello cobrizo estaba alborotado, mucho más de lo acostumbrado, además de mojado y con bastantes gotas de lluvia. Me quedé viéndolo, es decir, ambos nos mirábamos mutuamente.