—¿Y vives por aquí cerca, Nyëmura?
—Eh... sí —respondió sacudiéndose el polvo de encima—. También trabajo por aquí.
—¿Y a qué te dedicas? —me dio curiosidad por preguntarle. No creo que mi padre se ofendiera al verme interactuar con un aldeano. Nyëmura parecía precisamente amigable.
—Clasifico los alimentos.
—Ah, ya veo. Por eso me ofreciste fruta —comprendí.
—Claro. Es exactamente lo que yo iba a decir —agregó regresando a la parte trasera del wingator. Extendió su mano revolviéndola con insistencia hasta que sacó una fruta redonda y de un brillante color azul—. Princesa, usted debe probar esta variedad única y sabrosa de Veronan. Es muy dulce y jugosa —añadió ofreciéndomela.
—Vaya, sí que lo parece —dije admirando el color tan inusual y sintiendo su textura tan suave como la más fina de las sedas. Aprecié el fruto y miré de reojo a la joven plebeya, quien sonreía todo el tiempo.
Si alguno de mis padres me viera en esta comprometedora situación, se opondrían con total rotundidad a tan imprudente acto como lo era el probar un producto de la calle. ¿Me aventuraría a probar este dulce a pesar de mis vagas sospechas? No era que no confiara en ella, pero un atentado a una princesa podría ocurrir en cualquier momento y lugar, esas eran mis enseñanzas. El veneno, podría estar escondido en cualquier parte, o hasta en la más profunda de las carnosidades de la fruta.
—Anda, pruébala —me instó.
Era el momento de que pudiera tomar mis decisiones para así obtener mis propias conclusiones. Por una vez, tenía ansias de ser una princesa rebelde. La mordí y, al instante en que mis dientes cortaron y deformaron su estructura, el agradable sabor endulzó mi boca. Tenía la consistencia justa, ya que no era ni muy jugosa ni extremadamente seca.
—Es exquisita —la aprobé con deleite.
—Sabía que le gustaría —dijo haciendo una reverencia.
¿Cómo pude dudar de ella? Era una elfa bondadosa en apariencia, como si realmente no perteneciera a esta tierra.
Unos gritos se escucharon a lo lejos y de repente varios elfos avanzaban en una gran congregación. Miré hacia la calle y la fila interminable no dejaba de aminorarse. Aquello sólo podía significar una cosa: otra manifestación en contra de mi padre. Mi corazón latía desesperado a causa de las vociferaciones de protesta así que me refugié detrás de aquella simpática plebeya.
—Pero si es la manifestación, esta es mi oportunidad... —la escuché susurrar.
—¿Qué? ¿De qué hablas? —le pregunté afligida.
—Tengo que ir con ellos —añadió poniéndose en marcha.
—¡No, detente! ¡Ni se te ocurra dejarme sola! —la acusé con el dedo—. Te... te lo ordeno como... como princesa de Darowan.
—¡Ja! Deberías verte —se burló de mí—. Ni tú te crees con el poder para hacer eso. Además, a mí no puedes mandarme —hizo una reverencia con gracia, sonrió y luego comenzó a alejarse de mí.
—¡Espera! ¡Detente, pequeña rebelde! —le grité tratando de alcanzarla.
—O... puedes venir conmigo —dijo inocentemente dándose la vuelta.
—¡Imposible! Todo Darowan me reconocerá. Sobre todo, mi padre —me escandalicé—. ¿Qué? ¿Qué haces? —le pregunté cuando lo vi todo oscuro.
Descubrí la manta de alrededor de mis ojos.
—Ponte esta manta sucia sobre la cabeza y anúdala. Créeme, nadie te reconocerá.
Le hice caso. Ajusté la manta alrededor de mi cabeza. No sabía por qué obedecía las indicaciones de una extraña, ni tampoco por qué continuaba escabulléndome del castillo. Quizá fuera porque allí seguramente estaría Aëgel y sus infortunadas conversaciones sin fundamentos. ¿Prefería la osada y temeraria aventura de Nyëmura a la obligatoria y aburrida compañía de Aëgel?
—Espérame —le rogué varios metros detrás.
La alcancé justo al final del callejón. Ella iba decidida de camino a la manifestación detrás de todos esos elfos en contra de mi padre. Mi corazón palpitaba veloz mientras me costaba respirar debido a la carrera que había ejercido.
—Espero que esta dichosa manifestación valga la pena —añadí indignada junto a ella.
—Claro que sí, princesa. Todos estos elfos quieren nada más que la verdad. ¿Por qué habría Veronan de incrementar los impuestos una vez más? ¿No crees que el rey no es del todo justo y sincero?
Reflexioné sobre sus preguntas. El reino de Veronan incrementó los impuestos porque se vierte plomo en sus tierras. ¿Será que padre no informó de eso a sus ciudadanos?
—¿Todos ustedes saben acerca del derrame de plomo? —su voz amable y gentil dio paso a una más seria y severa.
—Bueno, yo lo sé —me encogí de hombros—. Pero no todos lo saben aquí... Eh, ¿y cómo sabes tú sobre eso?
—¿Y cómo es que tú también lo sabes? —preguntó ella con mucha curiosidad, pero pronto fue interrumpida.
—¡Ahí está el rey! ¡Que hable!
—¡Sí! ¡Que se manifieste y dé la cara!
Los elfos pidieron respuestas una vez que llegamos frente al castillo. Mi padre salió hasta el balcón y pidió silencio extendiendo sus brazos. Temí que su inquisidora vista que recorría la larga fila de congregados pudiera reconocerme entre tanto elfo.
—Tranquilos, ciudadanos de Darowan. Su odio no debe ser dirigido hacia mí, sino hacia nuestro rival —dijo con calma y la gran cantidad de elfos prestó atención—. El reino de Veronan se está sobrepasando con los impuestos de manera injustificada y, por tal razón, disminuiremos nuestras flotas de intercambio hacia la frontera.
—¿Qué? ¿Y de qué viviremos?
—¿Cómo nos alimentaremos?
Todos los elfos empezaron nuevamente a protestar. Mi padre volvió a pedir silencio.
—La única forma de que Veronan se arrepienta es que venga de rodillas a implorar perdón. ¿No quieren eso?
Vi a muchos asentir.
—Pues no hay victoria que valga sin un poco de sacrificio. Eso es todo, ciudadanos.
Suspiré cuando su capa se ondeó en el aire y él se perdió hacia dentro del castillo. El alivio había vuelto a mí como lo hace una desesperada paloma cuando cumple con entregar el mensaje para su amo.