El aire se tornaba denso a mi alrededor y apenas podía contener la agitada respiración que sofocaba mi pecho; los latidos del corazón no cesaban de retumbar en mis oídos. Kathrin permanecía callada, pero sabía que estaba sumamente alterada. Su rostro lucía pálido y algunas gotas de sudor se concentraban en su frente. Por mi parte, ya no era la valiente y prepotente elfa que desafiaba a un rival más grande y poderoso que ella. Esta no era la misma adrenalina que había experimentado desde el salto que me había situado en Darowan.
Estábamos junto a Kathrin en una clara situación de desventaja y, mis palabras, por más desafiantes o bien escogidas que fuesen, no impedirían al desagradable elfo actuar en contra nuestro. Sus burlas altaneras desprendían más veneno que cualquier otra criatura de Gremland y lograban desconcentrarme de mi silenciosa tarea de buscar una pronta vía de escape para ambas. No pude apartar la mirada cuando sonrió maliciosamente en mi dirección. Su propósito fue cumplido con creces al intimidarme con el agitar de su látigo en las manos.
—Vaya, parece que alguien más también necesita una lección por aquí... —dijo estirando con lentitud esa temible herramienta de tortura.
Tragué saliva pesadamente cuando vi el látigo desenrollado por completo. Sabía que lo había enfadado y temí lo peor para mí cuando empezó a azotar el suelo con gesto amenazante. Mis hombros se encogieron al igual que mi cuello y empecé a percibir las delicadas brisas que producía en el aire.
—¡Alto ahí! —gritó una voz.
—¡Hermano, viniste! —exclamó Kathrin con algunas lágrimas cubriendo sus ojos.
Me fijé en los dos jóvenes recién llegados. Ambos se debatieron en una lucha frenética contra el elfo amenazador. Parecían coordinar muy bien sus movimientos, tal es así que le quitaron el látigo con gran habilidad y con el mismo amarraron sus manos. Sin embargo, al verse derrotado y sin una aparente escapatoria, aprovechó los recursos del terreno a su favor. Pateó el suelo y con ello levantó una inminente polvareda que en cuestión de segundos nubló todo a mi alrededor. Agité mi mano para disipar las partículas que me molestaban por diversas partes. Ambos jóvenes también tosieron a causa del inesperado suceso, pero una vez que se dieron con su ausencia, determinaron ir en su búsqueda.
Miré a mi lado buscando a Kathrin. Ella se había arrodillado frente al animal. El dewoo se lamentaba bastante de sus heridas produciendo una serie de quejidos angustiosos.
—Amiguito, ¿qué te han hecho? —dijo Kathrin acariciando con cuidado su cabeza. Sus ojos estaban completamente llorosos—. ¿Crees que exista una forma de salvarlo si llegamos a tiempo al centro de Darowan? —me preguntó sin despegar los ojos del animal.
Al presenciar el estado lamentable en que se encontraba el dewoo, esto me produjo mucha tristeza además de la voz lastimosa con la que la princesa se expresaba. Sentí en mis manos una urgente necesidad, algo que no podía explicar pero que me obligaba a actuar. Estaban llenas de vitalidad y con una energía muy cálida que las recorría desde las palmas hasta la punta de los dedos. Por una extraña razón, sabía qué hacer en ese momento.
Acerqué mis manos hacia el dewoo y las posicioné sobre su cuerpo. Estas desprendían calor en sus llagas y, a medida que las recorría, este sanaba. La sangre detenía su curso, las llagas cicatrizaban y la piel se cerraba... Poco a poco, su estado fue recuperándose hasta que se levantó firme sobre sus cuatro patas.
Kathrin se paró y me miró como si fuera una absoluta desconocida. Por alguna razón, su detenida inspección me dolió profundamente.
—Ese poder... ¿Eres... eres la princesa de Veronan?
Asentí y me incliné para dedicarle una reverencia.
—Soy Nyëmura Spencaster —le di mi mano—. De Veronan —puntualicé, pero me preocupé cuando no la tomó.
—¿Así que me has engañado? —preguntó en voz baja. Su mirada era indescifrable.
—P-pero fue por una noble causa —le expliqué rápidamente—. Desde hace tiempo he querido decirte que deben dejar de construir sus tuberías con plomo. Así sólo harán daño a su gente. Vengo en son de paz, Kathrin...
—Yo... yo... debería sentirme disgustada contigo. Pero, por alguna razón, creo en ti y en lo que dices —afirmó tomando mi mano y estrechándola—. ¿Cómo puedo decirle esto a mi padre? Además de que, estoy castigada.
En ese momento, los jóvenes llegaron corriendo nuevamente por donde desaparecieron. No temí, pues parecían confiables y verdaderos amigos de Kathrin.
—¿Y el elfo? —preguntó Kathrin.
—Ya dimos cuenta de ello en el centro del pueblo —respondió un joven con casi el mismo cabello plateado de la princesa. Luego se dio cuenta de mi presencia—. ¿Y tú eres?
—Nyëmura... Spencaster —respondí lentamente.
—¿La princesa de Veronan? —dijeron los dos jóvenes al mismo tiempo que no salían de su asombro.
—Tranquilos, chicos. Es noble y buena y viene en son de paz —dijo Kathrin—. Es una larga historia... Les contaré, pero sugiero que sea en...
—Los invito a almorzar —anunció el muchacho pelirrojo de repente—. En mi hogar.
—Está bien. Vamos. Allí les contare cómo fue que la conocí —dijo Kathrin amablemente pasando un brazo sobre mis hombros.
*****
Luego de ocurridas las formales presentaciones, me sentí bien ya que comprobé que sí podía tener amigos. Marchaba junto a ellos hasta la casa del joven Taiel. Tal vez me distanciaría mucho más tiempo de lo acordado con Elwa así que silbé para llamar a mi paloma.
—¿Por qué hiciste eso?
—Llamé a mi paloma.
—¿Tu paloma? —preguntó Kathrin asombrada—. ¿Tienes una paloma mensajera?
—Sí. ¿Tú no tienes una? —le pregunté extrañada.
—En realidad, no puedo tener ninguna. Me está prohibido —dijo con pesar—. ¿Tiene algún nombre?
—Aún no.
La paloma entonces llegó y se instaló en mi hombro. Movió su cabecita emitiendo unos adorables sonidos.