Las princesas de Gremland

Capítulo 20

Los rayos del sol comenzaron a proporcionar calor sobre mi rostro y desperté. Hice a un lado las sábanas y me desperecé estirando mis extremidades. Miré por la ventana notando un paisaje único pues temprano había llovido y se veía un fantástico arcoíris que hacía rato no se veía en Veronan.

Cuando estaba calzándome los zapatos, Shaa golpeó la puerta con prudencia y entró a la pieza.

—Nyëmura, tu padre quiere hablar inmediatamente contigo en el despacho —dijo con autoridad—. No le hagas esperar —pidió saliendo.

Noté que Shaa traía un aspecto neutro y sombrío, aunque algo afligido, como si algo le causara pesar por dentro. Nunca la había visto así. Su voz se notaba bastante alicaída y decepcionada.

Omití pensar un momento más en eso. Quizá la reacción se debiera a la sorpresa y a que mi padre estuviera contento porque percibiera en mí cómo fluye la energía de la magia curativa. Bajé canturreando las escaleras e ingresé al despacho. Él estaba ahí parado, mirando por la ventana y dándome la espalda.

—Siéntate —me pidió.

Hice caso. Él salió de su posición y se sentó al frente mío. Se le notaba bastante serio, con las arrugas típicas que surcaban su rostro, pero con un gesto notablemente muy endurecido.

Por mi parte, no podía contener la alegría. Había esperado algo de tiempo hasta tener la completa seguridad de que mis poderes se manifestaran y este era el momento adecuado para anunciarlo.

—Padre, estoy tan contenta... Me ha costado mi esfuerzo, pero ya puedo decir que domino el arte curativo tanto como usted —anuncié posando mi mano sobre la suya. Sin embargo, él me miró fríamente y luego la retiró de la mía—. ¿Pasa algo? —pregunté con preocupación.

—Sé lo que has estado haciendo, Nyëmura. Tu mentira se ha descubierto —dijo secamente y sin prisas. Los colores debieron abandonar mi rostro así como la rigidez dominar mi cuerpo—. Alguien me contó lo de tus viajes y lo de tus heroicas hazañas...

Elwa, pensé de inmediato.

—Puedes estar tranquila que no voy a retirarla de su puesto. La pobre no tenía paz ni hallaba consuelo cargando con tu mentira y la comprendo. Todos en este reino te aprecian, no sólo por el hecho de ser la princesa. Estoy demasiado decepcionado de tu comportamiento —sentenció con amargura—. Quedas castigada. A partir de este momento, Ellor vigilará que no salgas de este castillo a ninguna parte.

Abrí la boca de inmediato para defenderme de sus acusaciones, pero... no tenía sentido. Todo aquello que decía era verdad, así que asentí repetidas veces y me marché de allí en silencio.

Fui subiendo derrotada hasta mi habitación con los hombros caídos y mi ánimo por el suelo. Regresé a la ventana que tan buen pronóstico me brindaba, pero ahora ya no estaba el arcoíris, sino un nubarrón muy denso que probablemente anunciaría lluvia.

Comencé a observar el horizonte, hacia las lejanas tierras de Darowan, y me lamenté ahora que por fin había conseguido verdaderos amigos. De pronto, una sombra oscura se abría paso en lo alto del cielo. Miré fijamente para distinguir qué era eso. Parecía tratarse de una especie de criatura que nunca antes había visto, pero que me resultaba bastante familiar de alguna parte. Era delgada y elegante, pero a la vez fuerte, y cargaba a alguien sobre su lomo. Se desplazaba de manera majestuosa a través del cielo de camino a Veronan. Sus afilados dientes brillaban y un cuello muy esbelto era notorio. Su forma me era tan particular que creía haberla leído en algún libro.

Mi sorpresa fue mayor cuando reconocí a quien venía sobre ella. Era el rey Dumintar, de Darowan, y esa criatura alada era sin dudas un dirtophant. Maniobró a la criatura de tal forma que esta descendió sobre nuestros jardines. Me aproximé a un balcón que había cerca para observarlo mejor. El rey Dumintar se bajó del dirtophant y pude notar que venía armado.

Los gritos y el revuelo no se hicieron esperar por todo el castillo.

—¿Qué es todo este espectáculo? —quiso saber mi padre saliendo a su encuentro—. Teníamos estrictas órdenes de no pisar el terreno contrario... —comenzó diciendo, pero el rey Dumintar desenvainó su espada y le apuntó.

Presentí que algo malo pasaría... Fui a buscar a Ellor, quien ya se había comprometido a no dejarme salir a ningún lado.

—Ellor, por favor, haz algo. Defiende a mi padre —le supliqué.

—La palabra de su padre es la ley. Lo siento, no puedo dejar de vigilarla, Milady.

Regresé al balcón afligida y observé la situación. Lo que tanto temí, estaba sucediendo. El rey Dumintar retaba a mi padre a un combate y este aceptó sin dudarlo ni un instante.

Un fiero combate se dio a continuación entre ambos y nada ni nadie podría separarlos. Todos los miembros políticos, económicos, expedicionarios y criados presenciaban con interés aquella disputa rodeando la escena.

Las hojas de acero chocaban con hermetismo en el aire y no podía escuchar nada de lo que hablaban entre sí. Ambos se miraban con profundo odio y mucha rivalidad. El rey de Darowan consiguió cortar la mejilla de mi padre y en ese instante lancé un grito.

—Ellor, por favor, te lo ruego —le supliqué con lágrimas en los ojos, pero este no accedía, hasta que el ruido de una espada caer al suelo resonó.

Intenté ver qué sucedía al mirar hacia abajo, pero todos los elfos me impedían ver quien había caído. Ellor se había quedado petrificado y sin habla mirando también hacia allí. Lo empujé y me atreví a huir sin que se opusiera.

Bajé sin medir las consecuencias de mi castigo y, a medida que me acercaba, sentía los latidos de mi corazón querer salirse de mi pecho. Mi padre no podía estar muerto. ¡No podía estarlo! Tampoco me gustaría que al padre de Kathrin le sucediera algo...

Cuando llegué había dos cuerpos tendidos sobre el suelo. Vi a mi padre. Me acerqué y lo revisé. Tenía fuertes golpes y hematomas, pero estaba vivo gracias a Círceleb. Sin embargo, miré al rey Dumintar. Su estado parecía visiblemente más grave.




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