Semanas después de aquel episodio que se había dado en el castillo de Veronan, ambos reinos habían llegado a un mutuo acuerdo mucho más pacífico que el que tenían. Se habían redactado y modificado actas y numerosos artículos que pronto comenzaban a impactar sobre la calidad de vida y la comunidad de los elfos de ambas tierras. Sin embargo, aún faltaría un poco más de tiempo para que los elfos de Gremland se animaran a transitar libremente entre ambos reinos, la discordia disminuyera y la confianza creciera. Finalmente, la construcción de tuberías de plomo había sido aplazada y descartada de manera rotunda.
En cuanto a mí, todavía seguía castigada pero mi padre me permitió algo por lo que le estaría muy agradecida y era que me permitía comunicarme con la princesa de Darowan. Un día, en su despacho, le conté con franqueza todas las experiencias que allí había vivido. Pude notar la preocupación evidente en su mirada así que tuve que disculparme reiteradas veces durante el relato de aquellas anécdotas. No obstante, estaba tan contenta de que hayamos superado nuestra pequeña confrontación. Sabía que me costaría ganarme nuevamente su confianza y esperaba esta vez no decepcionarlo.
Miré por la ventana de mi habitación hacia el cielo. Era una asombrosa noche estrellada y la luna llena descansaba sobre el cielo brindando una tenue luz amarillenta. Regresé la vista hacia mi caballete de pinturas, que era lo único que me permitía mantenerme concentrada en algo que no fuera pensar en mi castigo. Cuando de pronto, mi paloma interrumpió mi pintura y repiqueteó con insistencia sobre el cristal. Me avisó de un mensaje.
Se lo saqué y lo leí:
Amiga Nyëmura, lo que tanto temí está siendo cada vez más frecuente aquí y en tu tierra. La enfermedad se está llevando más vidas y, Mintos, el padre de Taiel, está agravando su cuadro. Mi padre ha reunido a un círculo de especialistas para investigar y yo pensé que quizá tu podrías ayudarnos. La desesperación se apropia de mí con cada segundo que pasa y los investigadores no dan con la cura. Pronto, tendrás noticias mías...
Kathrin.
La culpa se instaló en mí. Estaba tan concentrada en mis pinturas que no había tomado conciencia de la enfermedad que aún castigaba a Gremland. Me había sentido tan contenida entre mi padre y Shaa, además de mis pinturas, que había olvidado que había elfos que aun sufrían. El lado rebelde volvió a apoderarse de mí al decidir que tendría que desobedecer a mi padre una última vez. De algún modo, tendría que regresar a Darowan. Tal vez Kathrin suponía que mi habilidad podría ser puesta a disposición de una posible cura que nos salvara a todos.
En el balcón, distraje a Ellor, quien siguió un ruido extraño hacia el patio trasero del castillo. Me lamenté por engañarlo, pero esta vez sí que era por una noble causa. Entonces mi vista se perdió en el cielo cuando algo similar a una sombra cubrió la luz de la luna. Pronto descubrí que se trataba de dos dirtophant que venían volando y trayendo consigo a Draksael y a Kathrin.
Bajé las escaleras corriendo para ir a su encuentro. Habían aterrizado en medio del jardín cuando los vi. Eran dos criaturas que daban algo de miedo por su intimidante aspecto, pero Kathrin se bajó ágilmente de uno de ellos y me tendió la mano. Cuando iba a tomarla, alguien me lo impidió.
—Hija, ¿qué vas a hacer? —me sorprendió mi padre.
—Lo siento. No voy a discutir contigo. Ellos me necesitan. La cura está siendo por fin investigada.
—Rey, por favor, permita a su hija venir con nosotros. La enfermedad invadirá más y más a Gremland... —interfirió Kathrin esperando una respuesta.
Mi padre, luego de lo que parecía un intenso debate interno, asintió comprensivamente y en silencio. Subí detrás de Kathrin a ese monumental animal. Tenía miedo, sobre todo a las alturas y a la nueva experiencia, pero quería ayudar a los elfos de Darowan.
—Muchacho, ¿estás seguro de podrás llevar a este viejo también? —la voz de mi padre me sorprendió y sonreí.
Pronto ambos volábamos sobre esas enigmáticas criaturas en medio de la noche hacia Darowan. Estaba contenta de que él también colaborara en esta importante tarea que significaba tanto para mí. Giré mi rostro hacia un costado y lo vi detrás del hermano de Kathrin montado en el dirtophant. El viento agitaba sus rubios cabellos y entonces me vio. Le sonreí con gracia y entonces ambos nos reímos de la descabellada situación. Dos elfos de Veronan sobrevolando hacia el territorio prohibido para hallar la salvación por medio de la síntesis de una posible cura.
Cuando llegamos a esa tierra, toda la hostilidad entre los reyes había sido olvidada. Un gran círculo de especialistas se congregaban alrededor de la investigación de esa enfermedad. Pronto nos rodearon a mí y a mi padre ya que parecía que todas las respuestas se hallaban quizás en torno a la misteriosa magia que nos envolvía y formaba parte de nosotros. Por mi parte, esperaba que la cura fuera lo bastante potente como para acabar con la enfermedad del Cosmos de una vez por todas.