Las rosas doradas

Prefacio

Londres, 1799...

Mi nombre es Mary Patel, y soy la fundadora de la escuela para señoritas, Saint Helen. Esta institución, nacida de mi ferviente deseo de ver un cambio en la sociedad, no es solo un refugio para la educación de las jóvenes aristócratas, sino también un faro de esperanza para todas las mujeres, especialmente aquellas que, por su condición, nunca tendrían la oportunidad de aprender, de crecer y de soñar.

Mi vida ha sido testigo de injusticias y desigualdades que arrebatan a las mujeres la libertad y sobre todo la dignidad. En cada rincón de esta ciudad, desde las mansiones opulentas hasta los oscuros callejones de los barrios bajos, he visto cómo las mujeres son relegadas a un papel secundario, privadas de educación y de voz. Fue en medio de esta opresión que decidí alzar la mía, formando una sociedad secreta de mujeres valientes y decididas: "Las Rosas Doradas".

Nosotras, las Rosas Doradas, luchamos en las sombras, ayudando a las mujeres menos favorecidas, brindándoles educación, apoyo y esperanza. Cada acción, cada pequeño gesto de resistencia, es un ladrillo en la construcción de un futuro mejor, un futuro que anhelo ver aunque sé que mis ojos no vivirán para contemplarlo.

Escribo estas palabras con la esperanza de que un día sean leídas por otras mujeres, por aquellas que recogerán nuestra antorcha y continuarán nuestra lucha. Sueño con un mundo donde las mujeres sean libres, donde sus voces resuenen con fuerza y sus talentos sean reconocidos. Un mundo donde no haya distinciones de género que las limiten, donde puedan caminar con la cabeza en alto, dueñas de su destino.

Sé que mi tiempo en este mundo es finito, pero también sé que cada semilla plantada aquí germinará en los corazones de las futuras generaciones. Desde mi posición privilegiada, haré todo lo posible para que esas semillas encuentren tierra fértil y crezcan fuertes.

Si algunas alumnas encuentran este diario, les dejo mi legado y mi sueño. Sigan luchando, sigan soñando. La libertad y la igualdad no son utopías inalcanzables, sino derechos por los que vale la pena luchar cada día. Y aunque yo no veré el fruto de esta labor, tengo la certeza de que algún día, gracias a mujeres como ustedes, ese mundo justo y libre será una realidad.

Me despido con esperanza,

Mary Patel.

Mary dejó que la tinta secara y suspiró. Sabía que tenía poco tiempo de vida, la vida era algo injusta, porque ella aún tenía ganas de vivir. ¡Tenía tanto por hacer! Cuando se percató

de que la tinta había secado, dobló la nota y la guardó en el bolsillo oculto de su diario personal.

Su doncella y amiga, Elisa, tomó el diario y lo guardó en su baúl. Sonrió al ver a la mujer que la había acompañado durante casi toda su vida.

—Has sido muy buena conmigo querida Elisa.

—Trabajar con usted siempre ha sido muy fácil —sonrió la doncella.

—Cuando muera, espero que ocupes la casa que te regalé.

—No diga eso mi señora —Elisa dijo apenada y sorbió por la nariz.

—Es la verdad, el médico no me da mucho tiempo de vida —tosió.

La doncella se acercó a la mesa, sirvió un poco de té y le entregó la taza a Mary.

—Justo como me gusta, con miel y anís.

Bebió con deleite el té y cuando terminó le entregó la taza a Elisa.

Elisa se aseguró de que su señora estuviera cómoda para dormir. Acomodó las mantas y se despidió.

—Hasta mañana mi señora.

—Nos vemos mañana querida Elisa —respondió Mary de buen ánimo.

Mary suspiró, añorando profundamente dirigir su escuela. Sin embargo, el problema cardíaco que le había diagnosticado el doctor Basset le impidió continuar con su labor. Cansada, cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, del cual nunca despertó.

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