Las rosas doradas

Capítulo 1

Saint Helen, un afamado internado situado en la cercanía de Mayfair, se erige como un emblema de prestigio y tradición. Fundado hace más de medio siglo, el internado ha sido el hogar de muchas jóvenes aristócratas, moldeando sus mentes y preparándolas para sus futuros roles en la sociedad. La institución, con su fachada neoclásica y jardines inmaculados, es una imagen de serenidad y orden. Sin embargo, detrás de sus muros, las vidas de cuatro jóvenes están a punto de entrelazarse de manera inolvidable.

Edwina Gilaberte, sentada frente a su escritorio, se acomodó los anteojos de estilo quevedo mientras leía una de las tantas cartas que solía recibir. Diariamente repetía el mismo proceder cuando se sentaba en su despacho a las siete de la mañana. Un ruido hizo que levantara la vista.

Esa mañana esperaba a cuatro nuevas estudiantes, Maria Pia Lucchesi, Arianna Belli y las hermanas Spure, llamadas Celine y Kristen.

—Disculpa Edwina, pero acaban de llegar los duques della Grazia y los barones de Sclafani.

—¿Les han ofrecido té?

—Sí —asintió la señorita Frona Harris, mano derecha de la señorita Gilaberte, directora de la escuela. —Te están esperando para conocer las habitaciones que ocuparán sus hijas.

Edwina hizo una mueca y miró el reloj de pared. Odiaba ser interrumpida cuando estaba ocupada leyendo la correspondencia, pero no podía hacer esperar a unos aristócratas que habían venido desde tan lejos. Dejó lo que estaba haciendo y caminó con rectitud hasta la sala donde esperaban sus nuevas pupilas y los padres de estas.

Saludó a los nobles y observó a las dos muchachas que serían sus nuevas huéspedes.

—Señorita Gilaberte, me alegra mucho que reciba a mi hija y a mi sobrina —comentó Norah Belli, quien había sido alumna de dicha escuela en algún momento de su vida y se había convertido en la baronesa de Sclafani.

—Es un placer querida Norah —respondió la directora, obviando su título.

Edwina observó a Arianna, la hija de Norah. La muchacha era muy parecida a su madre a su edad. Podía ver bondad y timidez en ella. Estaba segura de que sería una buena alumna. Luego miró a la otra joven italiana, Maria Pia Lucchesi, hija de los duques della Grazia, frunció el ceño. Vio rebeldía y determinación en su mirada. Suspiró. Esperaba que no fuera un dolor de cabeza esa chiquilla.

—En este momento conocerán la habitación que ocuparán las jóvenes —Edwina los invitó.

Subieron las elegantes escaleras hasta el tercer piso. —Nuestras pupilas comparten habitación con tres compañeras —siguió explicando la mujer mayor.

El duque della Grazia, tomó del brazo a su esposa y la retuvo por un momento.

—¿Es necesario que dejemos a Maria Pia aquí?

Marie rodó los ojos y luego sonrió. Maria Pia era el talón de aquiles de su marido, era su consentida y entendía hasta cierto punto su aprehensión al dejarla en el internado para señoritas.

—Maria Pia está bien, este cambio de ambiente le vendrá muy bien. Además, tiene a George a pocas calles de aquí, así como a sus otros hermanos por cualquier cosa.

Alessandro Lucchesi suspiró.

—Además tenemos que volver a Florencia —le recordó la hermosa duquesa.

La idea de los duques della Grazia era pasar unos meses en su hogar de Florencia y luego de dejar en orden sus asuntos, regresar a Londres para asentarse durante un tiempo, esperando la presentación en sociedad de Maria Pia.

—Está bien —aceptó Alessandro.

Continuaron caminando para reunirse con el grupo.

—Nuestras pupilas comparten habitación con tres compañeras —siguió explicando la mujer mayor. —De tal manera que podamos tener un mayor orden —se acomodó los quevedos. —Esta es la habitación que ocuparan Arianna y Maria Pia —anunció Edwina. —Pasen por favor —estiró el brazo para que padres e hijas pudieran pasar. —La señorita Frona les dará las indicaciones, mientras resuelvo algunos asuntos que tengo pendiente. Nos reuniremos en la sala dentro de quince minutos —indicó.

La habitación era muy femenina, en colores blanco y beige, se podía encontrar cuatro cómodas camas, una pequeña sala, un escritorio, un tocador, un biombo y una pequeña habitación contigua de aseo. La comodidad para las jóvenes estaba asegurada.

Quince minutos después, todos estaban reunidos en la sala tal cómo había indicado la directora y luego les mostró las instalaciones, que consistían en un comedor, donde las alumnas compartirían sus alimentos.

Luego pasaron por la sala de ocio, el cual era un refugio acogedor, diseñado para proporcionar un espacio de relajación a las jóvenes estudiantes. Este era un salón amplio, iluminado por una serie de altos ventanales con cortinas de terciopelo azul marino que dejan entrar la luz natural del día, bañando la estancia con un resplandor suave. En el centro de la sala, se encontraban algunos sillones y sofás tapizados en terciopelo burdeos y azul oscuro, dispuestos en círculos y acompañados de mesas bajas de madera oscura. Estos sillones proporcionan el lugar perfecto para conversaciones tranquilas o la lectura de un buen libro. A lo largo de las paredes, Arianna se deleitó viendo los estantes llenos de libros de diversos géneros. Lucca, su padre, tomó su mano y le dio un besamanos.




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