Las rosas doradas

Capítulo 4

"La amistad entre mujeres es un vínculo sagrado, un lazo que nos une en un mundo que a menudo nos separa. Es en el abrazo de una amiga donde encontramos consuelo en los momentos de angustia, y en sus palabras de aliento donde hallamos la fuerza para seguir adelante. Juntas, somos más fuertes; fuertes ante la adversidad. Que nunca subestimen el poder de una amistad sincera, pues en ella reside la capacidad de cambiar nuestro destino y, quizá, el del mundo entero."

(10 de junio de 1770. Diario de Mary Patel)

Era una mañana tranquila, como todos los días en la prestigiosa escuela para señoritas, cuando la directora Gilaberte se dirigía a su despacho en silencio, lista para enfrentar otro día de responsabilidades. Al llegar, se sentó en su escritorio de caoba, enderezando su espalda con la compostura habitual que la caracterizaba. El suave sonido de la pluma rasgando el sobre de papel fue el único ruido en la habitación mientras comenzaba a leer y firmar las cartas que se habían acumulado desde la noche anterior.

Justo cuando se disponía a abrir una nueva carta, sintió un tirón en la falda de su vestido. Frunció el ceño, pero no le prestó mayor atención, pensando que quizás se había enganchado con la pata de la silla o alguna irregularidad en el suelo. Sin embargo, un ligero escalofrío recorrió su espalda, haciendo que su ceño se profundizara. Con una respiración controlada, continuó con su trabajo, ignorando la incomodidad.

Pero entonces, un peso inusual cayó sobre su regazo. Parpadeó, desconcertada, y bajó la vista lentamente, solo para encontrarse con dos ojos grandes y escamosos mirándola fijamente. La directora dio un respingo, dejando caer la pluma y el papel al suelo. Sobre su regazo se encontraba una iguana, con su larga cola colgando hacia un lado de la silla y sus patas delanteras apoyadas en su falda.

Edwina se quedó paralizada por un instante antes de soltar un grito agudo, completamente fuera de su carácter habitual.

—¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué hace esta criatura aquí?! ¡Ayuda! ¡Alguien, ayúdeme!

Su voz resonó por los pasillos de la escuela, y en cuestión de segundos, el mayordomo, el señor Humphrey, entró apresuradamente en la oficina, seguido de cerca por la señorita Frona, quien tenía la expresión de alguien que esperaba lo peor.

—¡Señorita Edwina! —exclamó el mayordomo, quedando boquiabierto al ver a la distinguida directora con una iguana cómodamente instalada sobre su regazo.

La señorita Frona intentó mantener la compostura, pero su mandíbula temblaba ligeramente mientras observaba la escena.

—¡Oh, cielos! ¡Eso es... eso es... la mascota de Kristen Spure!

Edwina, aún en shock, señaló a la iguana con un dedo tembloroso.

—¡Quítenla de aquí! ¡Quítenla ahora mismo!

El señor Humphrey y la señorita Frona intercambiaron miradas antes de que el mayordomo, con cuidado, intentara levantar a la iguana. Pero el animal, aparentemente satisfecho con su nuevo trono, se aferró a la falda de la directora, lo que hizo que Edwina gritara nuevamente, esta vez con una mezcla de pánico y frustración.

—¡Humphrey, vaya a buscar a Kristen Spure inmediatamente! —ordenó Frona, mientras trataba de calmar a la directora.

El mayordomo asintió rápidamente y salió corriendo del despacho. No tardó mucho en llegar a la habitación de Kristen, quien, junto con Maria Pia, Arianna y Celine, se preparaba para su primera clase del día.

—Señorita Kristen, disculpe la interrupción, pero es urgente. La directora... tiene a su iguana en el despacho. Necesita que baje de inmediato.

Kristen palideció por un momento y luego corrió hacia la puerta, seguida por sus tres amigas que intercambiaban miradas preocupadas.

Al llegar al despacho de la directora, Kristen encontró a Edwina todavía sentada en su escritorio, con el cabello ligeramente despeinado y una expresión de total disgusto en el rostro. La iguana, por su parte, parecía completamente ajena al caos que había causado, descansando tranquilamente sobre el regazo de la mujer mayor.

—Oh, Dios mío... ¡Benito! —exclamó la joven de cabellos castaños, mientras se acercaba lentamente a la iguana. —Lo siento mucho, señorita Gilaberte. No sé cómo salió de mi habitación.

—¡Eso es lo de menos ahora! —replicó Edwina con una voz que temblaba de ira contenida —. ¡Solo quítalo de encima, por favor!

Kristen, con sumo cuidado, levantó a Benito en brazos. La iguana la miró con sus ojos tranquilos mientras la joven la sujetaba contra su pecho, intentando no hacer movimientos bruscos.

—Gracias —dijo la directora con voz tensa, mientras se arreglaba el vestido y el cabello —. Pero esta es la última vez que algo así ocurre en mi escuela. Benito, como llamas a esa bestia, deberá permanecer en una jaula en todo momento. Si vuelve a salir, habrá consecuencias.

Kristen asintió rápidamente, sintiéndose terriblemente culpable.

—Entendido, señorita Gilaberte. No volverá a ocurrir.

Maria Pia, Arianna y Celine, que habían observado en silencio, intercambiaron miradas preocupadas, pero también algo divertidas ante la extraña situación.

La directora lanzó una última mirada de advertencia a Kristen antes de sentarse nuevamente, tratando de recuperar su compostura.




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