Las rosas doradas

Capítulo 10

El verdadero gozo en la vida se encuentra en el servicio a los demás, especialmente a nuestras hermanas que necesitan una mano amiga. No hay mayor satisfacción que ver cómo, a través de pequeños gestos de bondad y apoyo, se enciende en ellas una luz de esperanza. Que el entusiasmo por ayudar nunca se apague en nuestros corazones, pues en la unión y en el cuidado mutuo reside la fuerza y la prosperidad de todas las mujeres.

(23 de octubre de 1771. Diario de Mary Patel)

La señorita Gilaberte estaba sentada en su escritorio, con las cejas fruncidas mientras sostenía la carta que le había enviado lady Kellping. El sonido del papel al ser desplegado rompía el silencio solemne del despacho. A su lado, la señorita Frona se inclinaba ligeramente hacia adelante, intentando disimuladamente echar un vistazo al contenido de la carta.

—¿Qué dice? —preguntó Frona, con la voz cargada de curiosidad.

Edwina dejó escapar un suspiro, alzando la mirada hacia su amiga con una expresión de disgusto mezclada con sorpresa. Agitó la carta ligeramente antes de colocarla sobre el escritorio.

—Parece que está muy interesada en nuestras nuevas estudiantes. Ha solicitado que ellas junto con la señorita Jane, la acompañen dos o tres tardes a la semana para estudiar los animales exóticos de los cuales su esposo es benefactor.

Frona arqueó una ceja, visiblemente confundida.

—¿Estudiar animales exóticos? ¿Por qué estaría interesada en que nuestras alumnas se involucren en algo así?

—Eso es lo que yo me pregunto —replicó Edwina, haciendo una mueca de desagrado—. Lady Kellping menciona que tiene grandes esperanzas para esas jóvenes y que cree que este tipo de educación práctica podría ser beneficiosa para ellas. Pero me preocupa que todo esto las distraiga de sus estudios regulares.

Frona asintió lentamente, aunque había un brillo de interés en sus ojos.

—Bueno, quizás sea una oportunidad para que las chicas aprendan algo nuevo. Aunque no puedo evitar pensar que hay algo más detrás de esta solicitud. ¿Por qué sólo esas cuatro? Y la señorita Jane, ¿por qué ella y no yo?

Edwina apretó los labios, pensando en la situación. Finalmente, exhaló con resignación.

—No tenemos muchas opciones, Frona. Hege es generosa con su apoyo a la escuela, y no podemos ignorar su petición. Además, es un honor que nuestras alumnas reciban una educación tan particular. Pero quiero que las mantengamos vigiladas, especialmente a la señorita Jane. No quiero que estas "clases" se conviertan en un motivo de distracción o —hizo una pausa —rebeldía.

Frona asintió con un movimiento de la cabeza.

—Por supuesto. Me aseguraré de que todo se mantenga en orden.

—Eso espero, Frona. La escuela Saint Helen tiene una reputación que mantener, y no podemos permitir que nada la ponga en riesgo.

Con esas palabras, la señorita Gilaberte volvió a tomar la carta, guardándola en un cajón antes de cerrar con llave, como si quisiese sellar no solo la carta, sino también sus inquietudes respecto a la petición de la benefactora. Pero no podía negarse, ya que en horas de la tarde, las alumnas ya habían terminado con sus estudios y se dedicaban un poco al ocio, como bordar, jugar o hacer algún paseo con los maestros.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

Laudine y Selma se apoyaron contra la pared junto a la puerta del despacho de la señorita Gilaberte, aguantaron la respiración mientras intentaban captar cada palabra de la conversación que ocurría al otro lado. Los murmullos apenas se distinguían, pero habían oído lo suficiente para que sus rostros reflejaran incredulidad.

Cuando la conversación terminó y escucharon el sonido de la silla de la directora raspar el suelo, las dos jóvenes intercambiaron una mirada de conspiración y rápidamente se deslizaron por el pasillo, moviéndose con rapidez hacia el jardín trasero, donde podrían hablar sin ser oídas.

Una vez en el jardín, Laudine se dejó caer en un banco de piedra, cruzando los brazos sobre su pecho mientras fruncía el ceño. Selma se sentó a su lado, sacudiendo la cabeza con disgusto.

—¿Puedes creerlo? —exclamó Laudine, con la voz cargada de resentimiento—. ¡Esas recién llegadas ya tienen privilegios especiales! ¿Qué les ve lady Kellping?

Selma, que normalmente era la más tranquila de las dos, apretó los labios en una fina línea de frustración.

—¡Ni siquiera llevan aquí tanto tiempo! Nosotras hemos estado en Saint Helen mucho más, hemos seguido todas las reglas y nunca nos han dado una oportunidad como esa. ¿Por qué ellas?

Laudine golpeó el banco con la palma de la mano, su irritación fue creciendo con cada palabra.

—Esas niñitas… —dijo irritada—. Se creen tan especiales, pero esa Maria Pia tiene a todos a sus pies con su aire de “chica perfecta”. ¡Es ridículo! Y ahora van a pasar las tardes estudiando animales exóticos como si fueran algo importante. ¡Esto es una injusticia!

Selma asintió, la envidia era evidente en su tono.

—La señorita Jane las favorece, la benefactora las adora... Es como si el resto de nosotras no importáramos. Nosotras también somos de familias respetables, ¿por qué no tenemos esas oportunidades?




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