Las rosas doradas

Capítulo 11

Una mujer debe ser siempre vigilante, pues el mundo está lleno de espejismos que pueden desviar su camino. No debe dejarse engañar por las apariencias ni por las palabras suaves que ocultan intenciones dudosas. La mente afilada y el corazón firme son sus mejores defensas; con ellos, podrá discernir la verdad en medio de la confusión y mantener su integridad en todo momento.

(15 de diciembre de 1771. Diario de Mary Patel)

La señorita Gilaberte estaba sentada en su austero escritorio, con la espalda recta y las manos juntas sobre la superficie de madera. Su mirada severa observaba la puerta, esperando la llegada de Maria Pia. Sabía que la joven no tardaría en llegar, pues nadie en Saint Helen se atrevía a desafiar una citación directa de la directora.

Unos minutos más tarde, la puerta se abrió lentamente, la joven florentina entró al despacho y caminó con paso firme, aunque sus manos estaban ligeramente tensas a los costados. Hizo una pequeña reverencia y se quedó de pie, esperando que la directora le indicara que podía sentarse.

—Siéntate, Maria Pia —ordenó Edwina con voz fría, señalando la silla frente a su escritorio.

La joven obedeció, su expresión era impasible, pero su mente alerta, anticipando las preguntas que podrían venir.

La directora la observó por un momento antes de hablar, sus ojos estaban fijos en los de la joven.

—Me preocupa la reciente visita a la casa de lady Kellping, que tú junto a tus amigas han hecho. Me inquieta que estén ocultando algo que podría comprometer la reputación de esta institución.

Maria Pia mantuvo su mirada firme.

—No estamos ocultando nada, señorita Gilaberte. La reunión fue una invitación de lady Kellping, y no se trató de nada que pueda poner en peligro la reputación de Saint Helen.

Edwina entrecerró los ojos, no satisfecha con la respuesta.

—Eso no es suficiente. Necesito saber qué se discutió exactamente en esa reunión. Esta escuela es un lugar respetable, y no permitiré que haya secretos que puedan poner en riesgo su buen nombre.

La joven rubia respiró hondo, sabiendo que debía ser cuidadosa con sus palabras.

—Lo que se habló entre nosotras y lady Kellping fue de carácter personal, relacionado con su propia vida y sobre nuestras familias. No hubo nada que pueda comprometer la integridad de esta escuela. Le aseguro, señorita Gilaberte, que mi comportamiento y el de mis compañeras fue intachable.

La directora se inclinó un poco hacia adelante, con una expresión más dura le dijo:

"Escucha bien, Maria Pia. No toleraré mentiras ni encubrimientos en Saint Helen. Esta institución tiene un prestigio que proteger, y no permitiré que unas jóvenes imprudentes lo pongan en peligro. Estás advertida.

Maria Pia sostuvo la mirada de la directora, su rostro inmutable, pero con una chispa de valentía en sus ojos.

—Entiendo, señorita Gilaberte. Mi intención nunca ha sido poner en riesgo la reputación de la escuela. Siempre he tenido en mente lo mejor para Saint Helen —volvió a decir.

Edwina la observó por un largo momento, buscando algún indicio de debilidad o mentira en su expresión. No encontrando ninguna, finalmente se recostó en su silla.

—Bien. Puedes retirarte. Pero recuerda, Maria Pia, las estoy vigilando.

Maria Pia asintió, se levantó y, tras una breve reverencia, salió del despacho con la cabeza en alto. Sabía que había conseguido mantener el secreto, pero también que tendría que ser aún más cuidadosa en adelante. Las palabras de la directora resonaban en su mente mientras caminaba por los pasillos, decidida a no permitir que nada ni nadie se interpusiera en la misión que ella y sus amigas habían asumido.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

La tarde se cernía suavemente sobre la casa de lady Kellping, bañando el elegante salón en tonos dorados. Las cuatro jóvenes junto a su maestra se reunieron alrededor de una mesa redonda, cubiertas de hojas de papel, plumas y tinta. La emoción era palpable mientras la benefactora, con su mirada cálida y sabia, las observaba con orgullo. Era la primera reunión oficial de las renacidas Rosas Doradas, y la expectación por lo que estaba por venir era tangible.

Maria Pia fue la primera en hablar, desplegando un pergamino con su propuesta.

—He pensado en un orfanato que está a las afueras de la ciudad. Los niños allí apenas tienen lo necesario, y podríamos hacer mucho por ellos.

La señorita Jane asintió con aprobación, y algunas de las chicas intercambiaron miradas de asentimiento.

La siguiente en hablar fue Kristen.

—Yo propongo un hospital en el que atienden a mujeres enfermas y ancianas. He escuchado que carecen de mantas, ropa adecuada y compañía, especialmente en las noches más frías —su voz temblaba un poco, pero la convicción en sus palabras era fuerte.

Celine, siempre analítica, sugirió que ayudaran a una pequeña escuela para niñas que estaba en ruinas.

—Podríamos darles libros, materiales, y nuestro tiempo para enseñarles lo que hemos aprendido aquí en Saint Helen. Sería una forma de devolver un poco de lo que hemos recibido.




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