Las rosas doradas

Capítulo 12

Hoy, mientras reflexionaba sobre los logros y desafíos de este año, no pude evitar sentir un profundo orgullo por las jóvenes que conforman las Rosas Doradas. Verlas crecer y madurar, no solo en sus estudios, sino en su carácter y compasión, ha sido un privilegio indescriptible. Ellas son la encarnación de lo que siempre soñé para esta escuela: mujeres que no solo buscan la excelencia, sino que también tienen el coraje y el corazón para marcar una diferencia en el mundo. Saber que mis pupilas están llevando adelante la misión de ayudar a las más necesitadas, manteniendo vivo el espíritu de solidaridad y altruismo, me llena de esperanza y confianza en que el futuro será mejor gracias a ellas.

(9 de abril de 1772. Diario de Mary Patel)

En la habitación que compartían las nuevas estudiantes, la luz de las velas iluminaba suavemente las paredes decoradas con tonos pastel, creando un ambiente acogedor. Maria Pia, con una sonrisa traviesa, sacó de su bolsillo una bolsa con monedas y lo agitó delante de sus amigas. El sonido de las monedas tintineando captó de inmediato la atención de Arianna, Celine y Kristen.

—¡Miren lo que conseguí esta tarde! —exclamó Maria Pia, dejando caer sobre la mesa algunas monedas brillantes y un cheque.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Celine, arqueando una ceja mientras observaba el dinero con curiosidad.

Maria Pia se sentó en la cama con un aire de satisfacción, disfrutando del momento de intriga.

—Este dinero se lo gané a cierto caballero, hijo de un conde italiano. Pero lo que ustedes no saben es que el que estuvo en casa de lady Kellping no era Enrico —movió las cejas con picardía—. ¡Era su gemelo Giulio!

Kristen frunció el ceño.

—¿Cómo te diste cuenta de ello?

Arianna, que había estado callada hasta ese momento, se sonrojó un poco y bajó la mirada. —Yo también lo noté —confesó en voz baja, jugando con un mechón de su cabello—. Había algo diferente en su manera de actuar. No era tan reservado como Enrico.

—¡Exactamente! —afirmó Maria Pia, dándole una palmada en el hombro a Arianna. —Giulio es más descarado, por así decirlo. Le propuse guardar su secreto a cambio de todo el dinero que llevaba encima, y antes de que se diera cuenta, ya había ganado estas monedas y el cheque.

Celine soltó una carcajada, contagiando a las demás.

—¡Eres increíble, Maria Pia! Con ese dinero podríamos hacer muchas cosas.

Kristen asintió, entusiasmada.

—Podríamos comprar ropa para las mujeres en la casona. Ya tenemos un buen plan, pero esto hará que realmente podamos ayudar.

Maria Pia sonrió con satisfacción, disfrutando de la emoción que había causado en sus amigas.

—Esto es perfecto y es solo el comienzo. Si Giulio quiso jugar, pues jugamos... y gané. Ahora podemos hacer algo realmente bueno con este dinero.

Las jóvenes comenzaron a planear con entusiasmo cómo utilizarían las monedas y el cheque para ayudar a las mujeres necesitadas. La habitación se llenó de risas y susurros cómplices, mientras sus mentes se llenaban de ideas para su próxima misión. La noche prometía ser larga, con muchas más historias por contar y planes por elaborar.

Ya cuando se colocaron sus respectivos camisones para dormir, el ambiente se había relajado. La luz de los candelabros proyectaba sombras suaves sobre las paredes, mientras el sonido del viento afuera creaba una melodía tranquila que acompañaba la charla nocturna.

Celine, que estaba sentada en su cama cepillando su largo cabello, suspiró y miró a sus amigas con una sonrisa nostálgica.

—Parece mentira que ya hayan pasado varias semanas desde que llegamos a Saint Helen. Todo ha sido tan... intenso.

Kristen, que estaba acariciando cuidadosamente a su peculiar mascota, asintió con la cabeza.

—Es verdad. Parece que fue ayer cuando cruzamos esas puertas por primera vez, nerviosas por lo que nos esperaba.

Arianna, que estaba recostada en su cama, mirando el techo, se incorporó de repente, recordando algo importante.

—¡Oh, chicas! ¿Se dan cuenta de que este fin de semana es cuando podemos ir a visitar a nuestras familias? Tenemos un fin de semana al mes para volver a casa, y el próximo es nuestro turno.

Maria Pia, que estaba estirándose perezosamente, sonrió.

—Cierto. Ya estaba pensando en eso. Será bueno ver a nuestras familias, pero también me vino una idea.

Las demás la miraron con curiosidad, esperando que continuara.

—Podríamos aprovechar la visita para pedir que nos aumenten la asignación —sugirió Maria Pia—. Así, podríamos contribuir aún más a nuestra causa con las Rosas Doradas. Cada pequeña ayuda cuenta.

Kristen asintió rápidamente, entusiasmada con la idea.

—¡Eso es una excelente idea! Además, somos privilegiadas al pertenecer a la aristocracia, no creo que mi hermano nos niegue un aumento.

Celine se recostó en su almohada, con una expresión pensativa.

—Sí, es una buena oportunidad. Viktor siempre hace lo que le pedimos —reconoció recordando a su hermano, el conde de Chafluk—. Podríamos comprar más cosas para las mujeres en la casona, e incluso pensar en proyectos más grandes a futuro.




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