Las rosas doradas

Capítulo 14

Es triste observar cómo algunas de nuestras estudiantes, nacidas en familias nobles, son tratadas como meras cargas, relegadas a la sombra de sus padres hasta que llegan a la edad de ser casadas. Para muchos de estos padres, una hija no es más que una responsabilidad temporal, algo que debe ser transferido a otro hombre en cuanto sea posible. Ellas, nuestras queridas alumnas, sufren en silencio el desdén de quienes deberían amarlas más profundamente. Es nuestro deber aquí en la escuela brindarles el amor, la educación, y la fortaleza necesarias para que sepan que su valor no depende de la aprobación de un esposo, sino de su propia capacidad para brillar y hacer una diferencia en el mundo.

(8 de mayo de 1772. Diario de Mary Patel)

Laudine descendió del carruaje frente a la imponente mansión de su familia en Mayfair, una joya de la arquitectura con sus columnas imponentes y jardines impecables. Sin embargo, a pesar de la grandeza que la rodeaba, sintió el aire frío de la soledad tan pronto como cruzó el umbral. La casa, a pesar de su belleza, se le antojaba tan fría como la nieve que cubría los paisajes en época de invierno.

El mayordomo, un hombre alto y con el rostro imperturbable, la recibió con una inclinación de cabeza.

—Buenos días lady Laudine.

—¿Dónde está mi padre? —preguntó la joven, tratando de ocultar la decepción en su voz.

—El conde ha viajado al norte de Inglaterra con el señorito Claude —respondió el mayordomo, sin rastro de emoción en su voz. Claude era el heredero de su padre.

Laudine asintió, ya acostumbrada a la ausencia de su padre, y luego preguntó por su madre.

—La condesa se encuentra en su salón personal con unas amigas. La están esperando, milady.

Laudine respiró hondo, preparando su mejor sonrisa de cortesía, y se dirigió al salón de su madre. Al llegar, abrió la puerta suavemente, encontrando a la condesa rodeada de un grupo de elegantes damas, todas inmersas en conversaciones que claramente giraban en torno a los últimos cotilleos de la alta sociedad londinense.

—Madre —saludó Laudine con una reverencia, esperando algún rastro de calidez.

Su madre levantó la vista apenas un instante, sus ojos reflejando el mismo frío que parecía impregnar toda la mansión.

—Laudine, querida —respondió la condesa con un saludo tan frío como su mirada —siéntate con nosotras. Estamos discutiendo los últimos eventos sociales. Es importante que te mantengas informada, ya que en un año serás presentada en sociedad.

Laudine obedeció, tomando asiento junto a su madre luego de saludar a las damas presentes, mientras continuaban con sus charlas superficiales. Se sentía atrapada en un mundo de apariencias, donde las palabras carecían de significado y el cariño era una rareza. Con cada nuevo rumor que se comentaba, Laudine no podía evitar pensar en lo vacía que era su vida fuera de las murallas de Saint Helen, donde, al menos, había encontrado un atisbo de propósito y conexión con alguna de sus compañeras como Selma.

—Todos hablan de que la presentación de la hija de los duques della Grazia será un gran acontecimiento —comentó lady Rigblow.

—No creo que sea mejor que la presentación de mi hija Laudine —señaló la condesa levantando la taza y estirando el dedo meñique para beber su té.

—No lo dudamos —acotó lady Amelia con una sonrisa falsa.

—Pero bueno, hay tiempo para planear todo —dijo la madre de Laudine. —Falta algo más de un año. Así que no me preocupa.

Las damas asintieron.

Lady Rigblow esta vez se dirigió a la hija de la anfitriona.

—Laudine, querida, ¿creo que eres compañera de la hija de los duques della Grazia?

—Sí lady Rigblow.

—Pero cuéntanos, ¿es tan bella cómo dicen? —preguntó lady Amelia.

—¿Es verdad que tiene un carácter algo…especial? —continuó lady Rigblow.

Laudine quería salir de la sala de su madre. ¿Es que ni ahí podía librarse de Maria Pia?

—No hablo mucho con ella —respondió —. Pero sí debo reconocer que es muy hermosa, y que sí, es algo altanera.

Las demás mujeres emitieron sonidos de sorpresa.

—Veremos si consigue esposo con ese carácter —se mofó la condesa antes de continuar bebiendo té.

El cotilleo continuó, las damas continuaron haciéndole preguntas sobre las otras muchachas y Laudine tuvo que pasar aburrida toda la mañana con las amigas de su madre.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

Mientras tanto, en otra calle de Mayfair, el carruaje se detuvo frente a Mersey Hall, la majestuosa residencia del hermano y cuñada de Maria Pia. Arianna miró por la ventana, impresionada por la grandeza de la mansión, cuyos muros de piedra gris parecían resplandecer bajo la luz del sol. A su lado, Maria Pia esbozó una sonrisa al ver el hogar de su hermano después de tantas semanas en Saint Helen.

—Estamos en casa señoritas —dijo George con un tono cálido—. Espero que se sientan cómodos aquí.

—Gracias hermano —Maria Pia besó la mejilla del conde.

—Es un lugar precioso —respondió Arianna, tratando de ocultar su nerviosismo.




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