Las rosas doradas

Capítulo 15

"En un mundo donde los hombres dominan las esferas del poder y la sociedad, es fundamental que las mujeres cultiven una astucia sutil y refinada. No se trata de astucia en el sentido de engaño, sino de una inteligencia estratégica que les permita moverse con gracia entre las limitaciones que se les imponen. Aquella que logra comprender las reglas no escritas y utilizarlas a su favor, sin perder la esencia de su integridad, es quien realmente triunfa. En la sutileza de sus acciones, radica la verdadera fuerza para influir y transformar, incluso dentro de un entorno que, a menudo, parece estar en su contra."

(22 de agosto de 1774. Diario de Mary Patel)

La pequeña reunión en Mersey Hall estaba en pleno apogeo. Las lámparas de araña brillaban sobre la elegante sala, y las voces se mezclaban en un murmullo agradable. Celine y Kristen llegaron acompañadas por su hermano Viktor y su bella esposa Beatricce. Después de los saludos formales y de intercambiar algunas palabras con los presentes, las cuatro jóvenes se escabulleron discretamente hacia una pequeña sala apartada, donde podían hablar sin ser interrumpidas.

Maria Pia cerró la puerta suavemente detrás de ellas y, con una sonrisa de triunfo, se volvió hacia sus amigas.

—¡Lo logré! —anunció con entusiasmo a las recién llegadas—. George me dio las cien libras que le pedí.

Celine se iluminó al escuchar las palabras de Maria Pia.

—¡Nosotras también lo conseguimos! —exclamó —Nuestro hermano fue muy generoso, y nos dio cien libras sin hacer demasiadas preguntas.

Kristen, que estaba sentada en el borde de un sillón, se unió a la conversación con una sonrisa emocionada.

—Esto es perfecto. Ahora tenemos suficiente para hacer una gran diferencia en la casona. Estoy segura de que las mujeres que viven allí recibirán con alegría toda nuestra ayuda.

Arianna, que había estado observando el intercambio con una sonrisa, preguntó: —¿Y qué hay del cheque que ganaste, Maria Pia? ¿La señorita Jane habrá logrado cambiarlo

Maria Pia asintió con confianza.

—La señorita Jane me dijo que iría al banco esta mañana. Estoy segura de que todo salió bien. Lo cual significa que tendremos aún más recursos para ayudar a las mujeres en la casona.

Las cuatro se quedaron en silencio por un momento, asimilando lo que habían logrado hasta ahora. La emoción en sus ojos era palpable, y saber que harían algo fuera de serie las fortalecía.

—Esto es solo el comienzo —dijo Celine en voz baja, pero con firmeza. —Vamos a hacer algo grande con todo esto.

—Y lo mejor —añadió Kristen —es que lo estamos haciendo juntas.

Maria Pia sonrió, sintiendo una oleada de afecto por sus amigas.

—Así es, chicas. Somos las renacidas Rosas Doradas.

Las jóvenes unieron las manos en un gesto de unión, listas para enfrentar lo que viniera.

A continuación Maria Pia se dirigió a las hermanas Spure: —¿Cómo van los preparativos para la presentación de vuestras hermanas? —en alusión a las hermanas más grandes de sus amigas, llamadas Rosalía y Natalia.

—Natalia espera con ansias su presentación —contó Kristen.

—Pero Rosalía no está tan feliz —siguió diciendo Celine. —Ella quiere ser monja —contó.

—¡¿Monja?! —dijeron al unísono Arianna y Maria Pia.

—Sí, quiere vivir en un monasterio —añadió la más pequeña de las Spure.

—No puedo entenderlo —dijo Maria Pia —Creo que la mayoría de chicas ansiamos el momento de ser presentadas.

Arianna asintió con la cabeza.

Maria Pia se puso de pie y estiró la falda de su vestido.

—Sueño con el momento de dejar estos vestidos de niña y empezar a utilizar vestidos largos.

Cada una con mirada soñadora pensaron en el momento en que la basta de sus vestidos se alargaría, indicando que eran consideradas señoritas en edad casadera.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

Los adultos estaban en la sala conversando a gusto, cuando de pronto el mayordomo indicó que los gemelos Scarpatti habían llegado. George frunció el ceño, ya que no los esperaban.

Rebecca fue la primera en reaccionar.

—Por favor Clyde —se dirigió al mayordomo. —Haga pasar a Giulio y a Enrico. Por favor agregue dos lugares a la mesa.

Un minuto después, los mellizos ingresaron y saludaron a los presentes.

—Lamentamos interrumpir —dijo Giulio.

—No sabíamos que estaban en reunión —siguió Enrico.

—Ustedes son siempre bienvenidos —acotó Rebecca. Efectivamente, los mellizos eran casi familia, ya que su padre, el conde de Manarola era amigo y socio del padre de Rebecca.

El mayordomo indicó que la cena estaba servida y fueron invitados al comedor.

—Por favor Clyde, avise a las niñas —pidió la condesa.

—Aquí estamos —dijo Maria Pia, que llegó junto a sus amigas. Sonrió al ver a los mellizos.

—Perfecto, pasemos al comedor —insistió George.




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