Las rosas doradas

Capítulo 16

Hoy, con el corazón cargado de preocupación, reflexiono sobre las abismales brechas que existen entre nosotras, las mujeres. Es doloroso ver cómo tantas mujeres se ven obligadas a buscar recursos para sobrevivir, a sostener a sus hijos, aun si ello significa sacrificar su dignidad. No podemos cerrar los ojos ante esta realidad. Debemos luchar no solo por nosotras mismas, sino por todas aquellas que se encuentran atrapadas en situaciones de desesperación, sin opciones ni esperanza. Es nuestro deber tenderles la mano y trabajar por un mundo más justo, donde ninguna mujer deba elegir entre su supervivencia y su honor.

(15 de octubre de 1773. Diario de Mary Patel)

El lunes por la mañana, en el despacho de la señorita Gilaberte, se llevaría a cabo una importante reunión, ya que la directora había mandado llamar a lady Kellping, a las señoritas Fiona y Jane, y a las cuatro estudiantes implicadas en el asunto. Cuando todas estuvieron reunidas, Edwina se levantó de su asiento, mirándolas con un aire de decisión.

—Sé que están sorprendidas que las reuniera aquí en mi despacho. He tomado una decisión importante —dijo la directora con voz firme—. Después de mucha reflexión, he decidido apoyar la causa de las Rosas Doradas.

Las cuatro estudiantes se miraron entre sí, sorprendidas por la declaración. Maria Pia frunció el ceño, intentando procesar la información.

—¿Las Rosas Doradas? —preguntó Maria Pia, con total sorpresa—. ¿Usted también las conoce, señorita Gilaberte?

La directora esbozó una pequeña sonrisa, algo que rara vez hacía en presencia de sus alumnas.

—No solo las conozco —dijo Edwina—. Frona y yo, también fuimos Rosas Doradas en nuestra juventud.

Las jóvenes quedaron boquiabiertas, incapaces de imaginar a la estricta directora y a la siempre observadora señorita Frona como parte de un grupo secreto dedicado al bien.

—Es cierto —intervino Frona, con una sonrisa nostálgica—. Aunque nuestros días de Rosas Doradas quedaron atrás, aún recuerdo lo gratificante que era ayudar a los demás.

Lady Kellping, que había estado observando en silencio, asintió con aprobación.

—Sabía que en el fondo no habían olvidado esos días —dijo con calidez—. Es una alegría para mí ver cómo las Rosas Doradas renacen.

Edwina respiró hondo, volviendo a su tono serio.

—Pero quiero que quede claro —continuó—. Las apoyaré en su causa, pero bajo una condición. No deben descuidar sus estudios. Este es un lugar de aprendizaje, y su educación es primordial.

Maria Pia fue la primera en hablar.

—Lo prometemos, señorita Gilaberte. No descuidaremos nuestras responsabilidades académicas.

Celine, siempre calmada y sensata, asintió con convicción.

—Seremos diligentes en nuestros estudios, al igual que en nuestras labores como Rosas Doradas.

Kristen y Arianna asintieron, apoyando a sus amigas.

—Eso espero —dijo Edwina, relajando un poco su postura—. Confío en que sabrán balancear ambas responsabilidades.

La señorita Jane, que había estado escuchando con atención, sonrió con orgullo hacia sus alumnas. Sabía que ellas estaban preparadas para ese gran desafío.

—No las defraudaremos, señorita Gilaberte —aseguró Kristen con firmeza.

Edwina las miró con ojos críticos, pero llenos de una recién descubierta confianza en ellas.

—Muy bien. Ahora, vayan y demuestren que son dignas de llevar el legado de las Rosas Doradas.

Las jóvenes salieron del despacho junto a su maestra, quien les contó que efectivamente había podido cambiar el cheque, pero que al principio no había sido fácil, ya que el gerente del banco no quería darle el dinero, porque no tenía un padre o marido que viera por ella. La maestra se sonrojó, cuando siguió contándoles que gracias al maestro David, pudo hacer efectivo el cheque y tenía el dinero reunido en cinco bolsas.

Acordaron que esa tarde, irían junto a lady Kellping a comprar mantas e irían a donde una modista, que se encargaría de confeccionar vestidos y abrigos para las mujeres que ayudarían.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

Durante la tarde, el jardín de Saint Helen estaba lleno de luz mientras las cuatro jóvenes paseaban juntas esperando la llegada del carruaje de lady Kellping, aún asimilando la sorprendente revelación de la mañana. Las flores, con sus diversos colores, parecían acompañar la emoción que sentían. Maria Pia, siempre la más expresiva, fue la primera en romper el silencio.

—¿Pueden creerlo? —dijo, sacudiendo la cabeza en incredulidad—. ¡La directora y la señorita Frona, Rosas Doradas!

Arianna, con sus ojos brillando de asombro, se detuvo junto a un macizo de rosas.

—Nunca lo hubiera imaginado. Quiero decir, la señorita Frona siempre ha sido tan… ¿cómo decirlo? —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Tan estricta y reservada.

Celine asintió, con una sonrisa divertida.

—Lo sé. Y la directora, siempre tan seria, tan enfocada en la disciplina. Es difícil pensar en ella como una joven aventurera, dedicada a una causa tan noble.




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