Las rosas doradas

Capítulo 17

Es doloroso observar cómo, en lugar de unirse, las mujeres son empujadas por la sociedad a competir entre sí, a envidiarse, como si el éxito de una fuese la derrota de otra. Este veneno, sembrado con astucia por un mundo que teme nuestra fortaleza colectiva, sólo sirve para debilitarnos. Si tan solo pudiéramos ver que el verdadero poder reside en la solidaridad, en el apoyo mutuo, podríamos forjar un lazo inquebrantable, capaz de enfrentar cualquier adversidad. El camino hacia un futuro más justo no se construye con rivalidades, sino con la unión de nuestras manos y corazones.

(17 de junio de 1774. Diario de Mary Patel)

En la dirección de Saint Helen, las paredes de madera oscura parecían absorber la luz tenue de la lámpara en la mesa, creando un ambiente de seriedad cómo solía ser el despacho de la señorita Edwina. Las cuatro Rosas Doradas más jóvenes estaban sentadas al frente, junto a lady Kellping. Edwina, con su porte solemne, presidía la reunión, mientras las señoritas Frona y Jane estaban a un lado, listas para dar su informe.

—Señorita Jane, Frona, por favor, pónganos al corriente de lo que han encontrado en la casona —pidió la directora, cruzando las manos sobre el escritorio.

La señorita Jane, con algo de timidez y preocupación, tomó la palabra.

—Visitamos la casona esta tarde. Está dividida en doce apartamentos, y aunque esperábamos encontrar mujeres solas, lo cierto es que la mayoría de los habitantes son niños. Hay más niños que adultos, y las condiciones en las que viven son muy preocupantes.

Frona asintió, añadiendo: —No sólo carecen de ropa adecuada, sino que también muchos de ellos parecen estar enfermos o malnutridos. No podemos dejarlos en esas condiciones.

Las jóvenes intercambiaron miradas de sorpresa y preocupación. María Pia, que estaba sentada al borde de su silla, fue la primera en hablar.

—Entonces, lo que debemos hacer es obvio. Necesitan ropa, y nosotros podemos proporcionársela.

—Además, podríamos dedicar tiempo para estar con los niños, enseñarles algo o simplemente jugar con ellos —sugirió Celine con entusiasmo.

Arianna y Kristen asintieron, visiblemente emocionadas con la idea.

—Sí, podríamos organizar actividades, llevarles libros, lo que sea necesario —añadió Arianna.

Lady Kellping, con su mirada serena pero llena de decisión, intervino.

—Me encargaré de los recursos para que podamos comprar las telas y todo lo necesario. Pero lo más importante es que lo hagamos con dedicación. Estas personas no solo necesitan ayuda material; necesitan sentir que no están solas, que alguien se preocupa por ellas.

Edwina, quien mostraba una rígida postura, no pudo evitar mostrar una pequeña sonrisa de aprobación.

—Estoy impresionada por su compromiso. Esto será un esfuerzo enorme, pero con todas nosotras trabajando juntas, estoy segura de que lo lograremos. Recuerden, sin embargo, que no deben descuidar sus estudios. Esta será una labor noble, pero deben continuar siendo alumnas ejemplares.

Las jóvenes asintieron con seriedad, pero la emoción era palpable. La misión que tenían por delante era enorme, pero la idea de marcar una diferencia real en las vidas de esas mujeres y niños llenaba la sala de una energía renovada.

—Bien —concluyó la directora—. Ahora que estamos todas de acuerdo, comencemos a trazar un plan de acción. No hay tiempo que perder.

Acordaron que el fin de semana, irían todas a la casona, aunque Edwina y Frona se turnarían, ya que no podían dejar la escuela sola. La sola presencia de cualquier de ellas, era suficiente para mantener a las estudiantes tranquilas.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

El día jueves, durante la tranquila tarde en el jardín de Saint Helen, las cuatro rosas doradas más jóvenes, estaban sentadas en la hierba bajo la sombra de un gran roble. Sobre una manta extendida, tenían papeles y plumas, anotando ideas y planeando actividades que llevarían a cabo para los niños de la casona. Había risas suaves y murmuraban emocionadas mientras discutían las mejores formas de ganarse la confianza de los pequeños.

—Podríamos cantarles canciones —sugirió Arianna, garabateando la idea en un papel—. Algo alegre, que los haga sonreír.

—Podemos leerles cuentos —añadió Celine con una sonrisa—. Podríamos llevar libros de la biblioteca, cuentos que les permitan soñar con mundos mejores.

Kristen asintió, dibujando pequeñas estrellas en el margen de su lista.

—También podríamos hacer manualidades con ellos. Algo simple, pero que les permita crear con sus propias manos.

María Pia, que estaba revisando la lista, levantó la vista y dijo: —Creo que esto es un buen comienzo. Lo importante es que sientan que pueden confiar en nosotras, que estamos allí para ayudarles.

Pero antes de que pudieran continuar, la conversación fue interrumpida por la presencia de Laudine y Selma, quienes se acercaron con aire de superioridad.

Laudine, con una sonrisa maliciosa, habló primero: —¿Y qué tenemos aquí? Las señoritas tan ocupadas, siempre juntas, ¿qué traman? No será que están haciendo algo a escondidas, algo que no querrían que la directora supiera, ¿verdad?




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