Las rosas doradas

Capítulo 20

Hay momentos en la vida de toda mujer en los que el riesgo se convierte en el único camino hacia el bien. No se trata de imprudencia, sino de coraje, de saber que sin desafiar el orden establecido, jamás se logrará un cambio verdadero. A veces, debemos poner en juego lo que consideramos seguro para proteger a las más vulnerables, para abrir puertas donde solo hay muros. El riesgo, cuando está guiado por un corazón justo, se convierte en la más noble de las apuestas, y es en esos actos audaces donde la verdadera fuerza de nuestra unión florece.

(18 de marzo 1777. Diario de Mary Patel)

En un rincón de la amplia casona, Sir Rupert Barremy, con su corpulenta figura, se mantenía firme, cruzado de brazos, mientras lanzaba una mirada severa a Edwina y Frona.

—No voy a permitir que mi propiedad se convierta en una escuela para estas mujeres que, francamente, no le importan a nadie —dijo Sir Rupert con tono cortante, su voz retumbando en la estancia.

La directora, siempre serena, dio un paso adelante.

—Sir Rupert, con todo respeto, lo que está ocurriendo aquí va más allá de lo que usted pueda imaginar. No se trata solo de enseñarles a leer y escribir, sino de darles la oportunidad de cambiar sus vidas. Cada ser humano merece la dignidad de saber que puede salir adelante, de que su futuro puede ser mejor que su presente.

—¡Bah! Dignidad, futuro. Estas mujeres no tienen futuro, ¡nunca lo han tenido! La sociedad no las necesita, son un lastre —replicó Rupert con desdén, ajustándose el chaleco mientras soltaba una risa sarcástica.

La señorita Frona, con impulsividad, intercedió: —¿Y usted quién es para decidir quién merece o no una oportunidad? No todos hemos nacido con las mismas ventajas, Sir Rupert, y, si algo me ha enseñado la vida, es que cualquiera puede cambiar su destino si tiene una mano amiga. Eso es lo que estamos haciendo aquí.

Rupert resopló, claramente irritado.

—Esta casona es mía. No tengo por qué permitir que se use para algo tan... inútil.

Edwina lo miró fijamente, su voz calmada, pero firme.

—Puede que la casona sea suya, pero estas mujeres también tienen derechos. Además, usted sigue recibiendo su renta, ¿o no? Lo que les estamos ofreciendo es educación, algo que ni usted ni nadie puede negarles.

Rupert levantó la barbilla, observándolas con cierto desdén.

—Lo que usted propone va en contra de las reglas del mundo tal y como lo conocemos.

Frona lo miró fijamente.

—El mundo está cambiando, Sir Rupert. Y será mejor que aprenda a adaptarse, porque las mujeres como estas, como nosotras, no nos detendremos hasta ver ese cambio.

El robusto hombre levantó los brazos hastiado.

—¡No se puede discutir con ustedes! Seguro son un par de solteronas —salió hecho una furia.

Las viejas amigas se miraron y sonrieron.

—Solteronas, sí, pero no malas personas —aseveró Frona.

Enroscaron sus brazos y se dirigieron hasta donde estaban sus estudiantes, quienes mostraban caras de preocupación.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

El día en la casona se había vuelto tenso. Las jóvenes Rosas Doradas, ocupadas en sus tareas, no podían evitar sentir una nube de preocupación sobre ellas. Los murmullos de la discusión entre la directora y Sir Rupert se habían colado por las paredes y, aunque no habían escuchado todo, sabían que algo no andaba bien.

Edwina y Frona se acercaron a ellas, sus rostros mantenían la calma, pero era evidente que la conversación no había sido fácil. Maria Pia, siempre valiente, se adelantó con el ceño fruncido.

—¿Qué pasó con Sir Rupert? ¿Por qué se fue tan abruptamente? —preguntó con evidente preocupación.

La directora suspiró suavemente antes de responder.

—Sir Rupert es... complicado. No está de acuerdo con que las mujeres y los niños aquí sigan estudiando. Según él, este lugar no debe ser utilizado para la educación de personas que, como él lo ve, no tienen valor para la sociedad.

Arianna frunció el ceño con indignación.

—¡Eso es una barbaridad! ¿Cómo puede alguien pensar así?

—Lastimosamente muchos de nuestros pares piensan como sir Rupert —señaló Maria Pia.

Kristen, quien había estado en silencio, se acercó con el rostro lleno de preocupación. —¿Qué va a pasar ahora? ¿Vamos a dejarlas solas?

Celine, más seria que nunca, se cruzó de brazos.

—No podemos permitir que se queden sin ayuda. Estas mujeres y niños nos necesitan.

Frona, con una expresión decidida, intervino antes de que Edwina pudiera responder.

—No nos echaremos atrás. Lo que hemos empezado aquí es demasiado importante como para detenernos por los caprichos de un hombre como Sir Rupert.

La directora asintió.

—Hemos enfrentado obstáculos antes, y los superaremos. No vamos a dejar solas a estas mujeres. Nosotras seguiremos aquí, y lo haremos de la mano de cada una de ustedes.

Las jóvenes Rosas intercambiaron miradas, más resueltas que nunca. Kristen levantó la cabeza, con el brillo característico en sus ojos.




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