Las rosas doradas

Capítulo 21

Hay momentos en la vida en que el miedo se presenta como un muro insuperable, pero es en esos instantes cuando debemos recordar que incluso el paso más pequeño nos lleva hacia adelante. Avanzar, aunque sea con cautela, es la clave para vencer los miedos. No es la velocidad, sino el coraje de dar el primer paso lo que nos transforma y nos acerca a la meta. Solo quien se atreve a moverse, aunque con temor, descubrirá que el camino se abre ante ella con cada avance.

(17 de marzo de 1778. Diario de Mary Patel)

La mañana estaba fresca y tranquila cuando lady Kellping llegó a Saint Helen. Su porte elegante hacía que su presencia fuera imponente. Al llegar al despacho de la directora, fue recibida por Edwina y Frona, quienes la invitaron a tomar asiento frente a la chimenea.

—Gracias por venir tan pronto —dijo Edwina, sirviendo té a su invitada—. Hay algo de lo que debemos hablar.

La benefactora las miró a ambas con interés.

—Parece algo serio —respondió, acomodándose en su asiento—. ¿Qué ha sucedido?

La directora fue la primera en hablar, su tono era directo y sin rodeos.

—Se trata de Sir Rupert Barremy, el propietario de la casona donde viven las mujeres a las que hemos estado ayudando. Ayer irrumpió en medio de nuestras lecciones y se mostró furioso al ver que las mujeres y los niños estaban aprendiendo a leer y escribir.

—No quiere que continuemos con nuestra labor en la casona —añadió Frona, su voz contenía una nota de frustración—. Según él, esas mujeres no merecen educación ni atención, y teme que si aprenden demasiado, podrían rebelarse contra sus condiciones.

Lady Kellping dejó la taza de té en la mesita con un gesto firme, su mirada aguda se endureció.

—Ese hombre siempre ha sido un problema —comentó con calma, aunque sus ojos revelaban determinación—. No puedo permitir que interfiera con nuestro trabajo ni con el futuro de esas mujeres.

—Tememos que pueda tomar represalias, incluso echarlas de la casona si seguimos adelante —continuó Edwina—. Pero sabemos que retirarnos no es una opción.

Hege se levantó de su asiento con una decisión que no dejaba lugar a dudas.

—Yo me encargaré de Rupert. Él puede tener poder sobre esas paredes, pero no sobre lo que hacemos por esas mujeres. Hablaré con él personalmente.

Edwina y Frona intercambiaron una mirada de alivio y agradecimiento.

—Sabíamos que podíamos contar contigo —dijo la directora, esbozando una ligera sonrisa—. Sir Rupert es un hombre testarudo, pero tú tienes un don para convencer a los más difíciles.

Hege Kellping asintió..

—Haré lo necesario para protegerlas. Ningún hombre, por más obstinado que sea, podrá impedirnos ayudar a aquellas que más lo necesitan. Esas mujeres han sufrido demasiado. Nosotras no las abandonaremos.

Con un último asentimiento firme, la benefactora se despidió, dejando a Edwina y Frona con vientos de esperanza. Sabían que, con ella al frente, Sir Rupert tendría que pensarlo dos veces antes de volver a enfrentarse a ellas.

Tras la partida de Hege, Edwina y Frona se quedaron en el despacho, compartiendo una taza de té mientras la calma volvía a la sala. El silencio se mantuvo durante unos momentos, hasta que Frona, con una sonrisa nostálgica, rompió el silencio.

—¿Recuerdas cuando estábamos aquí, en Saint Helen, como estudiantes? —preguntó, su mirada perdiéndose en los recuerdos—. No ha cambiado tanto, ¿verdad?

Edwina, sentada al otro lado del escritorio, esbozó una sonrisa y asintió.

—Es cierto, parece que fue ayer. Nosotras, jóvenes e idealistas, pensando que podíamos cambiar el mundo... aunque, en cierto modo, lo hicimos —dijo con una nota de orgullo en su voz—. Eran tiempos difíciles, pero también emocionantes.

Frona dejó la taza sobre la mesa y la miró con afecto.

—Sí, y recuerdo claramente cuando nos convertimos en Rosas Doradas. Ese día fue especial, ¿no crees?

Edwina asintió lentamente, su expresión más seria ahora.

—Fue más que especial. Fue un momento que marcó el resto de nuestras vidas. No teníamos idea de lo que significaba, pero sabíamos que estábamos destinadas a algo más grande. Y, por supuesto, siempre estaba ella... —hizo una pausa, refiriéndose a la Hege Kellping—. Incluso entonces, destacaba. Siempre fue una líder.

—Sí, lo era —agregó Frona, con una sonrisa que reflejaba admiración—. Incluso cuando éramos jóvenes, todos la seguían. No por imposición, sino porque tenía esa capacidad de hacer que las cosas parecieran posibles. Su visión, su manera de no rendirse jamás. Es un don que no cualquiera tiene. La señorita Mary confiaba en ella.

La directora suspiró, recordando con claridad los momentos de su juventud.

—Era implacable cuando se trataba de justicia —añadió—. Y lo sigue siendo. Lo vimos hoy. Cuando dijo que se encargaría de Sir Rupert, supe que lo haría. No importa quién se interponga, siempre logra lo que se propone.

Frona asintió.

—Es curioso cómo algunas cosas nunca cambian. Aunque ahora somos nosotras las que dirigimos esta escuela, no puedo evitar sentir que, en cierta forma, seguimos siendo esas jóvenes bajo la tutela de la señorita Mary Patel —dijo, con una risa suave—. De hecho, es un honor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.