Las rosas doradas

Capítulo 25

Con el tiempo, he llegado a comprender que la verdadera formación de una persona no se forja únicamente en momentos de gloria o aprendizaje estructurado, sino en las diversas situaciones vividas a lo largo de su vida. Cada experiencia, ya sea de alegría o sufrimiento, de triunfo o de pérdida, contribuye a moldear nuestro carácter. Es en la observación de todos los ángulos, en la comprensión de lo que otros ven y sienten, donde reside la verdadera sabiduría. Sólo así podemos alcanzar una visión más completa del mundo y de nosotros mismos.

(15 de agosto de 1777. Diario de Mary Patel)

La tarde cálida en la casona, mostraba a las Rosas Doradas de muy buen humor mientras ayudaban a las mujeres y niños. La energía en el lugar era contagiosa, y el ambiente vibraba con risas y conversaciones animadas. Maria Pia, Celine, Arianna y Kristen se esparcieron por los diferentes grupos, algunas ayudaban a los niños con la lectura, otras enseñaban a escribir a las mujeres que tanto lo deseaban.

Kristen, siempre risueña, jugaba con los niños pequeños, corriendo detrás de ellos mientras sostenían sus juguetes nuevos.

—¡Atrápame si puedes! —gritó un niño, riendo mientras corría alrededor de la joven.

—¡Te voy a atrapar, ya lo verás! —respondió Kristen, con un brillo en los ojos, disfrutando tanto como los pequeños.

Mientras tanto, en el patio mayor, la señorita Jane y la señorita Frona estaban ocupadas repartiendo ropa y algunos juguetes para los niños. Las sonrisas de agradecimiento de las mujeres y sus hijos al recibir estos gestos eran inmensurables. Jane observó a un pequeño que no dejaba de mirar un muñeco de trapo.

—Toma, es para ti —le dijo, inclinándose con dulzura para entregárselo.

—¿De verdad? ¿Para mí? —El niño la miraba con ojos asombrados.

—Sí, claro. Es todo tuyo —contestó Jane con una sonrisa.

Arianna, que estaba cerca de una mujer mayor ayudándola con la lectura, no pudo evitar mirar la escena con ternura.

—Qué día tan maravilloso —le susurró a Maria Pia.

—Lo es —respondió Maria Pia, satisfecha con el progreso que estaban haciendo —Afortunadamente Sir Rupert no ha aparecido. Todo está en calma.

—Esperemos que siga así —comentó Celine mientras ayudaba a doblar algunas de las nuevas prendas que estaban distribuyendo—. Hoy no necesitamos más interrupciones.

Frona, observando desde la distancia, también se sentía tranquila.

—El ambiente aquí está mucho más relajado cuando ese hombre no viene a causar problemas —le dijo en voz baja a Laura, la líder de las mujeres de la casona.

—Es cierto —contestó la mujer entre risas—. Ojalá esto fuera lo habitual.

La tarde siguió su curso, lleno de buenos momentos y risas. Las Rosas Doradas trabajaban juntas, sintiéndose más unidas que nunca. Sabían que su misión era importante, y a pesar de las dificultades que habían enfrentado, hoy todo se sentía en perfecta armonía.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

Laudine y Dorothy sintieron un movimiento brusco cuando el carruaje se detuvo bruscamente. El silencio que siguió hizo que se miraran, en la oscuridad, con los ojos llenos de incertidumbre. Al poco tiempo, escucharon las voces de los lacayos.

—Este baúl pesa más de lo normal —comentó uno, con tono cansado.

—Debe estar lleno de libros o algo pesado —respondió el otro.

Las dos jóvenes contuvieron la respiración mientras sentían que el baúl era levantado y movido. Cuando finalmente todo quedó en silencio, Dorothy susurró nerviosa:

—¿Y ahora qué hacemos?

—Salimos —respondió Laudine harta de ese encierro—. No podemos quedarnos aquí para siempre.

Con cuidado, abrieron la tapa del baúl y se incorporaron. Al mirar alrededor, se encontraron en un patio polvoriento, con paredes descascaradas que hablaban de tiempos mejores. Las dos se miraron con desconcierto.

—¿Dónde estamos? —preguntó Dorothy, frotándose los brazos al notar la humedad del lugar.

Laudine, siempre fisgona, miró hacia un pasillo cercano y señaló con la cabeza.

—No lo sé, pero debemos averiguarlo.

Con sigilo, caminaron a lo largo del pasillo, con sus pasos resonando en la quietud del lugar. Al llegar al otro extremo, se encontraron en un patio más amplio. La vista que las recibió las dejó sin palabras.

Delante de ellas, vieron a Maria Pia, Arianna, Celine y Kristen, junto con las señoritas Frona y Jane. Todas estaban rodeadas de niños, que jugaban y reían bajo la atenta mirada de las jóvenes. Las cuatro amigas parecían disfrutar de la situación, distribuyendo juguetes y ayudando a los pequeños a leer algunos libros viejos.

—¿Qué es esto? —murmuró Dorothy, aún en shock.

Laudine frunció el ceño, incapaz de ocultar su sorpresa. Nunca imaginó que sus compañeras pasaran las tardes en un lugar como este, ayudando a niños de los bajos barrios de Londres.

—Así que... este es su secreto —dijo Laudine en voz baja, sin dejar de observar la escena con los ojos entrecerrados—. Esto es lo que ocultan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.