Las rosas doradas

Capítulo 26

La amistad verdadera es un tesoro invaluable, especialmente cuando se basa en principios y valores compartidos. Las relaciones más profundas y duraderas se construyen sobre el respeto mutuo y el compromiso hacia ideales comunes. Es en la compañía de aquellos que comparten nuestras convicciones donde encontramos apoyo inquebrantable y la fuerza para avanzar en nuestros propósitos. Cultivar amistades que reflejan nuestras aspiraciones más altas no solo nos enriquece como individuos, sino que también fortalece el tejido de nuestras comunidades, guiándonos hacia un mundo más justo y compasivo.

(17 de octubre de 1777. Diario de Mary Patel)

Laudine, aún en shock, se quedó paralizada mientras el niño pequeño la abrazaba. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro, una reacción inesperada que la sorprendió a sí misma. Los brazos diminutos del niño alrededor de su cintura le recordaron una sensación de calidez que había olvidado. La coraza que había construido alrededor de sí misma comenzó a desmoronarse.

Maria Pia, conmovida por la escena, se acercó a Laudine y, sin dudarlo, la abrazó con ternura.

—No tienes por qué estar sola, Laurine —le dijo en un tono suave.

Arianna y Celine también se unieron al abrazo, rodeándola con apoyo y comprensión. Kristen se acercó y se inclinó para acariciar la cabeza del niño, dándole una sonrisa reconfortante.

Dorothy, al ver la escena, no pudo quedarse al margen. Se unió a las jóvenes y abrazó a Laudine, sintiendo una conexión instantánea.

Laudine, entre sollozos, murmuró: —Nunca pensé que encontraría esto en un lugar como este. Nadie me había abrazado así desde que mi abuela falleció.

Las señoritas Frona y Jane se miraron con complicidad. Ambas sabían que la presencia de Laudine y Dorothy en la casona marcaba un cambio importante.

Frona se acercó a las jóvenes y les dijo con una sonrisa: —Ahora que han visto lo que realmente significa ser una Rosa Dorada, es el momento de que les expliquemos en detalle lo que esto implica —así que con una expresión seria pero amable, se dirigió a Laudine y Dorothy—. Tienen dos opciones. Pueden guardar silencio y regresar a sus vidas sin involucrarse más, o pueden unirse a nuestra causa y convertirse en Rosas Doradas, trabajando para mejorar la vida de aquellos que lo necesitan.

Laudine, secándose las lágrimas, miró a Dorothy y luego a las jóvenes Rosas Doradas.

—No hay duda en mi mente —dijo con firmeza—. Quiero ser parte de esto. Quiero ayudar —en su casa nadie la quería ni abrazaba y ahí, en un momento, sintió todo el amor que un pequeño niño podía prodigarle, aún sin conocerla.

Dorothy asintió con decisión.

—Yo también. Esto es lo correcto.

Con una sonrisa, las jóvenes Rosas Doradas les dieron la bienvenida a Laudine y Dorothy en su grupo. Las dos nuevas integrantes estaban listas para comenzar un nuevo capítulo en su vida, comprometidas con la causa que ahora entendían y valoraban profundamente.

✤ ∴ ✤ ∴ ✤

Después de su conmovedora experiencia en la casona, Laudine se sumergió con dedicación en las tareas, especialmente en el cuidado y apoyo a los niños. Cada sonrisa que recibía, cada momento compartido con los pequeños, la llenaba de un nuevo propósito. Su integración en la cofradía secreta de las Rosas Doradas se sintió como una verdadera revelación.

Cuando terminaron sus labores, llegó lady Kellping, quién se sorprendió al ver a las dos nuevas integrantes y les dio una cálida bienvenida.

—Es un gusto tenerlas con nosotros —dijo la benefactora con una sonrisa sincera—. Su decisión de unirse a nuestra causa y su esfuerzo en ayudar son profundamente apreciados.

De regreso en Saint Helen, Laudine no pudo esperar para hablar con Maria Pia. Se dirigió a su habitación con algo de nerviosismo y mucha determinación. Encontró a Maria Pia sentada junto a la ventana, revisando algunas notas.

—Maria Pia, ¿puedo hablar contigo? —preguntó con voz temblorosa, algo que nunca le pasaba porque ella era muy segura.

Maria Pia levantó la vista y sonrió al ver a Laudine.

—¡Por supuesto! ¿Qué sucede?

Laudine tomó una respiración profunda antes de hablar.

—Primero, quiero disculparme. Lamento profundamente mi comportamiento anterior. Estaba equivocada al juzgar la importancia de lo que hacían ustedes. Mi actitud fue inapropiada y me doy cuenta ahora de lo valioso que es lo que hacen.

Maria Pia la miró con comprensión.

—No tienes que disculparte, Laudine. Todos cometemos errores. Lo importante es que has visto la verdad y estás dispuesta a hacer un cambio. Estoy feliz de que estés aquí con nosotras.

Laudine asintió, su rostro reflejaba sinceridad.

—También quiero disculparme con las otras Rosas Doradas. Mis palabras y mi actitud fueron injustas. Espero poder demostrarles que estoy comprometida con nuestra causa.

Maria Pia la abrazó con calidez.

—No puedo creer lo que diré, pero lo aprecio mucho, Ladine. El perdón y la aceptación son partes importantes de nuestra misión. Ahora tenemos dos nuevas compañeras que compartirán este camino con nosotras.




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