🌹Capítulo dedicado a Florencia Franchioni 🌹
Santa jodida mierda... ¡me he casado!
Me he casado y no con el bombón del príncipe de Malinche, mi prometido desde hace casi diecinueve años, sino con un hombre sexy, característica sumamente importante, mucho mayor que yo, con tatuajes, estando borrachos y después de fugarme del palacio.
¿Me quedó algún error?
Ah, sí, perdí mi virginidad.
Me van a matar, mis padres me van a matar. ¡ESTOY MUERTA!
Mi teléfono suena en algún lado de la habitación, pero no lo encuentro así que sigo el sonido hasta encontrarlo debajo de la cama. Estiro mi mano todo lo que puedo y a tientas, lo cojo.
Es Betania.
¡Ay, Dios! ¡Ay Dios! Ya se enteraron de que me fugué y sabiendo que es por gusto demorar lo inevitable, contesto.
—¿Se puede saber dónde estás? —el grito para nada normal de mi hermana, hace que tenga que separar el móvil de mi oreja y a pesar de saber que ya he sido pillada porque si no, no me estuviese llamando, le respondo.
—En mi cuarto... durmiendo. —No me culpen, tengo un miedo del demonio.
—Ya... y esa que aparece en todos los canales de televisión, en todos los periódicos de país y en internet, contrayendo matrimonio, no eres tú.
Las piernas se me aflojan por la impresión y caigo al piso mientras las lágrimas se acumulan tras mis ojos.
¿Todos lo saben?
—Creo que me voy a tirar del balcón.
—Ximena Andrea Martínez Coral, como hagas algo estúpido, bueno, más estúpido, juro que bajo al infierno y te regreso por las greñas.
Un sollozo se escapa de mi interior y las lágrimas no demoran en salir. ¿Qué pesadilla es esta?
—Ay, Bet, ¿qué...? —Me sorbo la nariz—. ¿Qué he hecho?
Mi hermana mantiene silencio confirmando así, mi teoría de que estoy jodida.
—Yo no quería... yo solo...
—Lo sé, cariño, lo sé.
—En una... en una escala del uno al diez... ¿qué tan enojados están?
—¿Realmente quieres saber?
—Creo que no.
—Escucha, Ximena. El hotel en el que estás está rodeado de reporteros. —Oh, Dios, lo que me faltaba—. Ya enviamos un equipo para sacarte de ahí, así que espera en la habitación y no le abras a nadie, ¿de acuerdo?
—¿Y Reni?
—Dios, Ximena, ¿cómo pudiste llevarla contigo? —pregunta. Está enojada pero su tono no es fuerte y por eso es mi hermana mayor favorita. Es muy dulce—. Gracias a Dios, Reni no sale en ninguna foto, así que saldrá después de ti, cuando ya todo esté más tranquilo.
Suspiro aliviada al saber que Reni está bien, eso es lo importante.
Cuando termino de hablar con mi hermana me acuesto en la cama a esperar mi rescate y un dolor de cabeza horrible, me ataca. Creo que a esto se le llama resaca y tal vez por el susto que me di cuando me levanté, no la noté antes, porque no hay forma que el taladro en mi cerebro haya empezado a trabajar ahora.
Tal y como dijo Betania, un equipo de la guardia real llega al hotel y tras una maniobra de película, logran sacarme de ese infierno. El camino a casa transcurre en silencio mientras yo rezo para que el dolor de cabeza desaparezca porque lo que me está esperando en el palacio, promete ser un tormento.
Bajo del coche con cuidado de no caer y me dirijo a mi habitación. Necesito un baño antes de enfrentarme a mis verdugos.
No llevo cinco minutos en la tina, cuando tocan mi puerta. Supongo que se trata de mi doncella María de los Ángeles, por lo que cuando salgo con una tolla alrededor del cuerpo y otra enrollada en la cabeza, me sorprendo al ver una chica delgada, de pelo negro súper largo y ojos carmelitas. Jamás la había visto.
—La están esperando, alteza.
Suspiro profundo. ¿Dónde está mi doncella?
Sobre mi cama hay un vestido azul oscuro, aburrido como el infierno y hasta mis rodillas. Justo lo que suelo llevar y que siempre me ha parecido hermoso, pero que luego de ver el guardarropa de Kiara, me sabe horrendo.
Sin emitir palabra alguna me visto y dejo que la chica me peine. No quiero hablar ni preguntar, a pesar de que me muero por saber qué hace ella aquí; pero supongo que en el fondo sé qué sucede. María me ayudó a fugarme del palacio, no se quedará sin castigo y eso me duele. Ella no tiene la culpa de mis locuras.
Bajo las escaleras con toda la elegancia que me han enseñado y antes de entrar al salón del trono y enfrentarme a mi familia, respiro hondo.
—La cuarta princesa de la nación, Ximena Andrea, ha llegado —anuncia el hombre en la puerta y sé que no lo puedo retrasar más.
La puerta se abre y con más confianza de la que en realidad siento, entro, con la mirada en alto, el cuerpo erguido, las manos finamente sujetes delante de mi vientre y haciendo que la saya del vestido se mueva elegante con cada paso.
El salón es gigante. En el fondo, un cuadro enorme de la familia real de cuando yo tenía trece años, se alza imponente. Encima de un pequeño escenario, está el trono desde donde el rey y la reina me observan fijamente y su rictus serio y enojado, me aterra.