🌹Capítulo dedicado a Alicia Farías🌹
—¡Joder, bro! ¿En serio te casaste con una princesa? —pregunta mi hermano menor como por octava vez desde que salimos de la casa.
Estamos en la lujosa limusina camino al palacio. Pao está completamente alucinada con todo lo que hay aquí dentro, fundamentalmente con el refresco de fresa que le dio uno de los guardias, yo estoy de los nervios y mi hermano menor, Lucien, aún está anonadado, intentando procesar la noticia que le cayó como un balde de agua fría al llegar a la casa y ver tantos guardias reales.
Y digo “tantos” porque los dos que tocaron la puerta no eran los únicos, lo sé porque intenté fugarme. Les pedí que me dieran unos minutos para asearme y cambiarme de ropa pues no creo que al rey y a la reina le haría mucha gracia recibirme con lagañas, mal aliento y la ropa toda arrugada. Lo hice todo en cuestiones de minutos y en vez de salir por la puerta delantera, lo intenté hacer por la de la cocina junto a Seth. Había dos guardias esperándonos ahí. Son inteligentes los condenados, eso no lo puedo negar.
Pero eso no fue todo, cerca de la limusina, había dos más y en un todoterreno negro más atrás, pude ver a otros tres. No sé qué pensaban para necesitar tantos escoltas; tal vez se debe a que esta es la zona más baja, pobre y por consiguiente, problemática de la ciudad. No me culpen, no me gusta esta zona para vivir y mucho menos para Pao y mi hermano de diecisiete años, pero es lo más barato que he podido encontrar con mi salario en la discoteca.
No siempre fue así, hace unos años trabajé como stripper en un club nocturno, ahí la paga si era buena y las propinas mejor aún, pero debía trabajar todas las noches y eso colisionaba con mi papel de padre responsable, tuve que dejarlo.
—Sí, Lucien, por octava vez, sí lo hice.
—Joder, El, tú cuando metes la pata, lo haces hasta la rodilla.
—¿Podrías callarte de una vez?
Lucien llegó justo cuando estaba a punto de subirme a la limusina. Había pasado la noche en casa de unos amigos y yo esperaba que demorara un poco más para que no tuviera que venir, pues este chico es una mala copia menor mía y podría empeorar el desastre que yo intentaré arreglar, pero ni modos.
Mi hermano hace la mímica de cerrar la boca con un zipper y yo apoyo la cabeza en el espaldar. Creo que se me va a reventar.
El resto del camino lo hacemos en silencio y a pesar de que he visto el palacio real en televisión, no puedo evitar que mi boca se abra con sorpresa al ver la majestuosidad ante mí. No es un castillo en toda su regla, es más como una mansión, muy, pero muy grande.
Uno de los guardias nos abre la puerta y un señor ya mayor, con su pelo teñido de canas y vestido en ese tipo de trajes que creo que le llaman pingüino, nos espera con una sonrisa. Amablemente nos pide que lo acompañemos, pero más imponente que entrar en este lugar, me aterran sus palabras: “El Rey lo espera”.
Antes de entrar, sacudo los pies contra el asfalto, tengo la estúpida sensación de que terminaré contaminando el palacio de la suciedad de mi barrio.
Seguimos al señor por el largo pasillo y no les voy a contar los que mis ojos sorprendidos ven porque correrían el riesgo de tener un ataque al corazón igual al que creo que estoy a punto de sufrir. Esto es alucinante y la sonrisa tonta que sé que tengo en el rostro, desaparece en el momento en punto en que mi supuesta esposa atraviesa una puerta cruzándose con nosotros.
No voy a negar que es guapa la condenada, pero a pesar de que lleva maquillaje, ligero en comparación al de anoche, sigue pareciendo lo que es, una niña. No tengo idea de dónde estaba mi cabeza y mi sentido común ayer.
—Dios mío, eres una cría. —Termino diciendo en voz alta mientras restriego mis ojos y jalo mi cabello incrédulo.
Por su parte, en su vestido clásico de princesa azul oscuro hasta las rodilla, su peinado inmaculado y su porte rígido como si tuviera un palo metido ya ustedes saben dónde, me mira de arriba abajo y puedo notar la desaprobación en sus ojos. Además de princesa, tiquismiquis, lo que me faltaba. Sé que mi ropa no es la más acorde para venir al palacio, pero es una de las mejorcitas que tengo.
—¿Qué has dicho? —pregunta horrorizada.
—¿Cómo pude haberte confundido anoche con una mujer de veintitantos años? ¡Pero si tienes cara de niña!
Mi corazón late acelerado cada vez más al confirmarse mi teoría de que estoy muerto. El rey me va a matar por haber desposado a su hija y haberle arrebatado su virginidad.
¡Maldita sea! ¡Maldito idiota! ¡Maldita cerveza!
—Y tú de delincuente y no me ves quejándome. La que no sabe cómo se puedo enredar con alguien como tú soy yo.
¿Delincuente? ¿Alguien como yo? Indignado le pregunto a qué demonios se refiere pues su tonito no me gusta ni un poquito, pero mucho menos me gusta su respuesta:
—Tatuado, viejo, delincuente, insoportable, de mal gusto y mal besador.
—¿Mal besador? —Ja, eso no se lo cree ni ella—. Bueno, no creo que pensaras eso anoche teniendo en cuenta que solo querías hacer bebés.
La mujer a su lado, a pesar de que lo intenta, no puede evitar reír, lo mismo pasa con mi hermano, mientras Pao observa confundida nuestro tira y afloja.