Aun no puedo creer que Seth esté en el palacio.
Esta mañana cuando lo vi, me entró una alegría que no sabría explicar con palabras. La verdad es que no sabía que podía extrañar tanto a ese idiota y aunque sé que el rey lo trajo simplemente para que no abriera la boca sobre el falso matrimonio usando la excusa de un buen trabajo, no puedo evitar estar agradecido.
Y no soy el único, cuando Lucien lo vio también se alegró, supongo que es bueno para él ver un rostro conocido en este lugar y Pao ni hablar. Esa mocosa corrió a los brazos de su príncipe azul importándole un comino las clases de etiqueta que ha estado recibiendo desde hace dos días. Porque sí, señores, hasta mi niña tiene que saber comportarse correctamente.
Por suerte ella se lo toma como un juego mientras finge que es una princesa.
Abro la puerta de mi habitación con intenciones de darme una buena ducha y bajar a cenar pues mi estómago ruge en protesta por las horas que hace desde la última vez que lo complací, pero no he cerrado cuando me percato de que no traigo el celular conmigo.
Maldita sea, lo dejé en la cocina mientras conversaba con el idiota de mi mejor amigo, así que salgo nuevamente.
Gracias a Dios, a mitad de camino me encuentro con Seth, teléfono en mano y una sonrisa de idiota en el rostro.
—Alteza, ha dejado su ilustre móvil en nuestra sencillamente gigante cocina y este humilde servidor se ha tomado el atrevimiento de venir a sus aposentos a entregárselo. —Para mayor indignación hace una exagerada reverencia.
Ruedo los ojos y le doy un cocotazo.
—Auch, idiota, eso dolió. —Me río.
—Era la idea, imbécil. Y deja de jugar con esas cosas, me erizas la piel.
—No me puedes negar que es condenadamente divertido.
—No, Seth, no lo es.
—Tío, eres como un príncipe ahora, aun no me lo puedo creer.
—Ni yo, macho, ni yo. —Le quito el teléfono—. Me largo que tengo un hambre del demonio y aun me tengo que bañar.
—Nos vemos mañana.
—Ok.
Seth se da la media vuelta y yo hago lo propio.
Abro la puerta de mi habitación y me quedo paralizado con la imagen frente a mí. ¡¿Pero qué mierda?!
Ximena, completamente desnuda al lado de la cama con el teléfono en sus manos y una sonrisita divertida en el rostro.
Sus ojos me observan sorprendidos, pero no le presto mucha atención porque mi mirada no se resiste a viajar por todo su cuerpo deleitándose con cada centímetro de piel expuesta. ¡Está buena la condenada!
Trago duro mientras siento como mi amiguito de abajo comienza a entusiasmarse.
Un grito de sorpresa se le escapa y el móvil cae al piso, por suerte la mullida alfombra bajo sus pies amortigua el golpe. Intenta cubrirse sus senos con una mano y con la otra sus zonas más íntimas sin mucho resultado. Y yo tengo que aguantar la risa ante su cara de nerviosismo ligada con vergüenza y los múltiples saltitos que da en el lugar mientras intenta decidir qué hacer.
Y a pesar de que sé que debería voltearme, no puedo, mi mirada es atrapada con la fuerza de un imán sobre ese cuerpo que por más que intento recordar cómo se sintió tenerlo en mis brazos no lo consigo.
Eso sí, estoy seguro de que esta imagen jamás saldrá de mi mente y me provocará muchos problemas para dormir.
Ximena sale corriendo hacia el baño cubriendo sus nalgas y ahí sí que no puedo contener mi carcajada.
Madre de Dios, sin duda no me esperaba esta bienvenida.
Camino hacia donde estaba mi esposa hace apenas unos segundos para recoger su móvil y a pesar de que no es mi intención, no puedo evitar que la sonrisa divertida se me esfume al ver el nombre del contacto y los mensajes que compartían
¿Chatea con el príncipe? No, mejor, ¿coquetea con el príncipe?
Y después dice que no sabe hacerlo.
Frunzo los labios mientras suelto el móvil sobre la cama con más fuerza de la necesaria.
Está casada conmigo, ¿pero mantiene contacto con el príncipe? No es que me interese, pero es bastante feo de su parte. Si nuestra relación fuera real, no me molestaría que converse con él, o al menos eso creo porque nunca he sido muy celoso, pero ¿coquetear? Eso sí que no.
Además, aún recuerdo los ojos de ese muchacho, el brillo que lucían cada vez que la miraba. El príncipe sí sentía algo por ella y creo que fue un duro golpe para él que las cosas hayan cambiado con relación a su matrimonio.
—Elián… —Escucho como me llama desde el baño. Suena nerviosa, pero no es para menos—. ¡Elián!
Camino hacia la puerta y me apoyo en la pared a su lado.
—¿Si, princesa? —Mi voz sale un poco más hosca de lo que pretendía, pero qué me importa.
—Necesito una toalla.
Frunzo el ceño. ¿Y la suya? ¿Y las que siempre hay de repuesto? Aunque eso explicaría qué carajos hacía desnuda en medio de la habitación. Se lo pregunto y ella me responde que han sacado todas las toallas del baño y que olvidaron poner las nuevas por lo que me pide una del armario.