—Por supuesto, sería mi primera vez, pero me gustan las primeras veces, así que hagámoslo. —Evito reír ante su comentario.
Ximena dice que no sabe coquetear y se hace la inocente, pero de inocente no tiene mucho y se le da increíblemente bien provocarme.
Esta ridícula, pero absolutamente divertida guerra en la que hemos caído va a terminar matándonos. Cada vez que estamos juntos las chispas saltan, ella me desea, lo sé y yo la deseo como hace mucho no deseaba a una mujer y esa es la razón por la que no pienso alargar mucho esta situación.
Cuando decidí invitarla a dar una vuelta, quería que se relajara. Este problema con la princesa Betania es difícil para ella. En el tiempo que llevo en el palacio, me he dado cuenta de que Ximena es muy unida a sus hermanas menores, fundamentalmente a Reni, pero de las mayores, con la que mejor relación tiene es con Betania.
Sin embargo, mis intenciones de relajarla se fueron al infierno cuando vi el video. Nunca pensé que lo copiaría para su teléfono y no me molesta, ni siquiera me molesta que lo hayan visto Reni y Nany, pero sí es algo incómodo. Ellas no son como las clientas habituales del club, ellas pertenecen a la realeza y no lo sé, me hace sentir raro, incluso vulgar.
Y ahora, después de esta charla sin sentido, medio caliente, medio divertida, sé lo que quiero hacer. La voy a llevar al límite, haré que Ximena pierda la guerra y bueno, creo que los resultados ambos lo disfrutaremos.
—¿Primera vez? ¿Nunca has montado a caballo?
—Nunca. Hasta que no cumplimos los diecinueve, tenemos prohibida esta zona del palacio. Se supone que ahora que puedo salir me enseñarían, pero parece que como he perdido el derecho a luchar por la corona, pues no importa lo que haga con mi vida. —Se encoje de hombros.
—Eso es un poco injusto.
He escuchado que al ser todas mujeres tienen que demostrar quién es la más apta para convertirse en reina y que Ximena al haber decepcionado al pueblo, ha perdido los derechos.
—La verdad es que no me importa —interrumpe mis pensamientos mientras acaricia el caballo—. Nunca he querido ser reina y desde que me casé contigo, me he sentido más liviana que en los últimos diecinueve años. Nadie me presiona, puedo ser yo.
—Me alegra haberte ayudado en algo. —Sonríe y yo la maldigo mi veces por tener una sonrisa tan bonita.
—¿Y tú? ¿Sabes montar?
—Desde los diez años. —Sonrío nostálgico. Recuerdos de mi padre enseñándome a montar acuden a mí. Extraño a ese hombre—. Mis padres eran granjeros, vivíamos en las afueras de Korok y aunque las cosas no eran fáciles, éramos felices.
—¿Dónde están tus padres ahora?
—Murieron en un accidente cuando yo tenía diecisiete.
—Lo siento. —Sus ojos me observan afligidos, pero como no quiero arruinar el día hablando de cosas tistes, me acerco a Azabache.
—No te preocupes, fue hace mucho. Ven aquí. —Ximena deja de acariciar el caballo y se posiciona a mi lado—. Un requisito primordial para montar es no tenerle miedo y haber pasado un rato de calidad con él, es decir acariciándolo o peinándolo para transmitirle confianza. Y tú lo has hecho perfectamente.
>>Yo lo sujetaré para que no se mueva, pero si lo hace, no tengas miedo, no permitiré que te caigas, ¿ok? —Asiente con la cabeza—. Pon el pie izquierdo sobre el estribo, te sujetas de aquí, coges impulso y cruzas el pie derecho por encima de la silla hasta quedar sentada sobre ella. ¿Entiendes?
Asiente con la cabeza y cuando pienso que lo va a intentar, me mira haciendo un puchero. Se ve condenadamente tierna.
—No podemos buscar un caballo más pequeño, este está gigante y yo soy una enana. No hay forma de que pueda cruzar el pie.
—No seas tonta, yo te ayudaré. Venga, pon el pie aquí —le pido pero me mira raro—. Venga, confía en mí.
Sin estar muy convencida aún, levanta el pie izquierdo y yo la ayudo a ponerlo en el estribo y como sé que por más impulso que coja no podrá cruzar el pie, la tomo de la cintura.
Su cuerpo se tensa instantáneamente y yo sonrío. Me gusta mucho cómo reacciona ante mi contacto y provocarla se ha convertido en algo muy adictivo, así que cerco mi cabeza a su oreja y susurro:
—Cuando te diga, coges impulso y yo te ayudaré a montar, ¿entiendes? —Un escalofrío recorre su cuerpo y se las arregla para asentir con la cabeza. Luego de varios segundos, doy la orden pero ella ni se mueve—. Ximena...
—¿Sí?
—Se supone que debías coger impulso —digo con una risita.
—Y se supone que mi profesor de equitación no debería provocar cosas raras en mi estómago y aquí estamos.
Río por su desfachatez. La vergüenza de la que hablaba hace apenas unos días se ha esfumado. Al parecer está decidida a ganar esta guerra.
Con cuidado, retiro su cabello de su espalda, colocándolo por delante de su hombro y acortando la distancia que separaba a su espalda de mi pecho, deposito un casto beso en su clavícula y un escalofrío recorre su cuerpo.
—Tienes dos opciones, subir o poner en práctica eso de las segundas primeras veces —murmuro contra su oreja.