Elián me presenta a Max, esta vez como su esposa y conversamos por unos diez minutos de pie frente al portón hasta que el timbre suena anunciando el horario de almuerzo y decidimos marcharnos para evitar que alguien nos reconozca.
Elián y Joshua intercambian algunas palabras mientras yo los espero al lado de otro de los guardias y cuando mi esposo llega a mí, me toma de la mano para juntos, continuar la marcha.
—¿Qué haremos ahora? —pregunto.
—Es una sorpresa. —Su sonrisa provoca cosas raras en mi interior y como tonta se la devuelvo—. ¿Estás enojada conmigo? —Frunzo el ceño y me lo pienso por unos segundos.
—Siento que debería estarlo porque me has hecho pasar un muy mal rato, pero también creo que me lo merecía. —Observo que los guardias no estén cerca y continúo hablando—. Aunque si te soy sincera, no pensé que esos mensajes pudieran ponerte celoso; fue idea de las chicas, pero estaba tan enojada contigo después de nuestra discusión en la que solo me dijiste: “Bien…” —Pongo voz rara al pronunciar esa palabra ganándome una risita por su parte—. En ese momento me pareció buena idea, quería hacerte pagar, me juré que te volvería loco y luego te daría tres patadas en el culo.
—Bueno, loco sí me volviste —responde deteniendo la marcha y se para frente a mí—. Dices que no sabes coquetear pero en mi opinión, se te da de maravilla, pero, ¿dónde quedaron las tres patadas en el trasero? —Me río.
—Digamos que yo también caí redondita y no me quedó de otra que sucumbir a la tentación.
—Es bueno saberlo.
—Entonces… ¿Estamos a mano? ¿Satisfecho con tu venganza?
—No, aun no. —Abro los ojos alarmada ante su declaración—. Falta la mejor parte y me lo cobraré esta tarde, ahora iremos a almorzar.
—¿A dónde? —pregunto ante el rugido abismal de mi estómago al mencionar la palabra almuerzo.
—Ya verás.
—¿Y luego qué haremos?
—Disfrutar de una bonita tarde en pareja. Me he dado cuenta de que prefiero pasar nuestro día de libertad pasándolo bien contigo que mostrándote problemas, ya tendremos tiempo para eso.
Emocionada ante la expectativa de una tarde en pareja, me acerco a él y beso su mejilla.
El resto del camino a sabrá Dios dónde, que, por suerte para mis pies no es tanto, lo hacemos mientras él me cuenta cosas buenas sobre su vida por estos lares y debo decir que se me escapa alguna que otra carcajada ante las anécdotas.
Nos detenemos frente a una casa de dos pisos, pintada de un azul claro, un poco desteñido también por el sol. No es la gran cosa, pero es bonita. Nos acercamos a la puerta y me sorprende sacando una llave de su bolsillo y encajándola en la cerradura.
—Es mi casa —murmura antes de abrir.
Emocionada ante la idea de poder conocer un poco más acerca de su vida, entro primero y me sorprendo al ver a Seth, en short, sin camiseta y a Nany con una espumadera en la mano dándole algo a probar. Ambos nos observan sorprendidos.
—Hola —dice Elián como si nada.
—Joder, ¿macho, por qué no avisaste que venías? Cinco minutos antes y nos coges en una situación comprometedora.
Nany abre los ojos más sorprendida aun y lo golpea en el brazo con la espumadera.
—¡Coño, Nany, que está caliente! —chilla y mi hermana suelta la espumadera que retumba contra el suelo. Ambos dan un paso atrás.
—Lo siento —dice ella y yo no puedo evitar reír.
—Lo siento, Seth, pero no tengo la culpa de lo que haces con tu novia en casas ajenas.
Elián termina de adentrarse en la sala y yo sigo observando a mi hermana que luce fabulosa con ese moño a medio hacer, en un short rosa pastel un poco holgado, una blusa de tirantes que luce realmente cómoda y descalza. Madre mía, descalza. Si Ivonne la ve pone el grito en el cielo.
—Ey, tonta, ¿te vas a quedar ahí mirándome? ¿No piensas darme un beso?
Corro hacia ella feliz de verla y me cuelgo de su cello.
—Estás descalza. —Es lo único que consigo decir.
—Sí y cada vez que doy un paso, siento que aplasto todas las palabras de la reina. Que se joda ella y todas sus reglas.
Nunca he estado descalza; solo cuando me despierto con muchos deseos de ir al baño y no encuentro mis sandalias por ningún lado he recorrido las frías baldosas del palacio sin que nada cubra mis pies, es por eso que una extraña y absurda emoción me invade al verla así.
Sin pensarlo mucho más, me descalzo.
—¡Qué se joda ella y todas sus reglas! —grito feliz ganándome una riza por parte de los dos hombres en la habitación, aunque estoy seguro de que ellos no entienden nada.
Me giro hacia mi esposo.
—Cuando Betania gane la corona y elimine todas las reglas estúpidas, quiero esto. No quiero vivir en el palacio, quiero una casa más pequeña, algo que sea solo tuyo, Mío, de Pao y bueno, Lucien. Quiero libertad, poder caminar por la casa descalza, en las fachas que me dé la gana sin preocuparme por maquillaje, peinado, vestidos, tacones. Quiero reír a carcajadas sin que me miren mal por hacerlo, quiero gritar, cocinar aunque lo queme todo. Quiero una vida lo más normal posible.