Abro los ojos lentamente y una sonrisa se extiende en mi rostro al recordar los sucesos de la noche anterior. Suspiro profundo y me volteo en la cama con intenciones de abrazar al hombre que duerme a mi lado y que anoche me hizo tocar el cielo con las manos. Porque sí, puede que me haya dolido un poco, según él, algo normal en una segunda vez, aun así fue súper especial.
Elián es un hombre en todos los sentidos; desde esa masculinidad que exuda por cada poro de su piel, su más que gran amiguito hasta la ternura en sus caricias para hacerme sentir querida. Es que es el hombre perfecto y como dicen por ahí, soy una perra con suerte.
Estiro mi brazo, pero para mi total confusión, cae sobre el colchón y no sobre ese cuerpazo que tanto me gusta. Levanto la cabeza y Elián no está por ningún lado.
Frunzo el ceño mientras me siento en la cama. Paso mis manos por mis ojos alejando los últimos vestigios del sueño y luego de estirarme, voy al baño.
Me aseo con la duda de dónde estará mi esposo pues si soy honesta, pensaba despertar entre sus brazos mientras me llenaba de besos y caricias, pero supongo que si no está aquí, por algo debe ser.
Salgo del baño con la idea de llamarlo y cuando cojo mi teléfono me encuentro con un mensaje suyo. Con una sonrisa bobalicona extendiéndose por todo mi rostro, lo abro.
"Buen día, preciosa. Lamento no despertar contigo, Daniel me ha llamado. Nos vemos luego. Besos".
Suspiro mientras maldigo mentalmente a mi cuñado. Tecleo un mensaje de respuesta: "Buen día, precioso. Te extrañé, dile a Daniel que lo odio. Besos". Lo envío.
Termino de alistarme y salgo de la habitación con un sentimiento de felicidad inundando cada centímetro de mi ser. Sin embargo, cuando llego a la sala principal y veo a Elián salir del despacho de David, esposado y custodiado por dos guardias, el alma se me cae a los pies.
Corro hacia ellos sin entender absolutamente nada. ¿Quién diantres se creen que son como para ponerles las manos encima?
—¡Elián! —lo llamo sin importarme lo que me han inculcado sobre no alzar la voz más de lo necesario.
Le dedico una fría mirada a los guardias quienes hacen una reverencia. Elián me dedica una sonrisa tímida.
—¿Qué ha sucedido? —Miro a uno de los guardias—. ¿Por qué se lo llevan?
—Alteza, el rey ha dado la orden de llevarnos al señor Díaz.
Sonrío incrédula.
—Necesito hablar con mi esposo. —El guardia asiente con la cabeza y al ver que no se mueve, continúo—: A solas.
Las mejillas del hombre se tiñen de un ligero rosa y con la cabeza gacha se aleja unos pasos; el otro lo sigue. Concentro mi atención en Elián que sonríe divertido.
¿De qué carajos se ríe? ¿No ve en la situación que está?
—¿Qué sucede? ¿Por qué te llevan esposado?
—¿Te han dicho alguna vez que te vez sexy cuando das órdenes? —pregunta sonriendo y yo lo miro con mala cara logrando que su sonrisa se esfume. Estoy demasiado asustada como para ponerme a bromear.
En ese momento, las puertas del despacho de David se abren y dos guaridas lo ayudan a salir y, por ayudar, me refiero a casi cargarlo. Tiene la cara cubierta de sangre e inflamada, eso sin contar con que su conciencia no parece estar muy presente.
Llevo mis manos a mi boca en asombro al suponer lo que ha pasado y aterrada ante la idea de que haya sido Elián quien lo ha dejado en ese estado, lo miro. Ya no luce tan divertido, sino enojado mientras mira a mi cuñado.
—Ximena. —Abro mis ojos más de lo normal como señal de que le estoy prestando atención pues mis palabras han salido corriendo de la impresión—. Escucha, necesito que me atiendas y no sobre reacciones ante lo que te diré.
—¿Tú… tú… le hiciste… eso? —Él sonríe de medio lado y yo lo quiero matar.
Con el poco movimiento que le permiten las esposas en sus muñecas, toma mi mano derecha entre las suyas y deposita un beso en ella.
—¿Confías en mí? —Asiento sin pensármelo dos veces y él sonríe aliviado. No sé qué carajos ha pasado, pero si tengo que apostar a favor de uno de los dos, sin dudas ese es Elián—. Esto no hay forma de decirlo bonito así que ahí va: Betania ha sido secuestrada.
¿Qué?
¿Betania ha sido secuestrada? ¿Está bromeando?
Pero no, la seriedad de su rostro y la preocupación en su mirada, me dice que está siendo sincero y yo creo perder el mundo bajo mis pies.
Mis ojos se abren de puro terror mientras se llenan de lágrimas. Mi hermana no puede… ella no… ¡Ay, Dios mío!
—Ey, preciosa, mírame. —Elián toma mi barbilla y me obliga a mirarlo—. Tranquila, la vamos a encontrar, pero necesito tu ayuda. Necesito que te calmes y me escuches.
Me obligo a respirar profundo para no caer en un ataque de pánico e intento controlar mis lágrimas. Necesita un favor mío, necesito centrarme.
Asiento con la cabeza para que sepa que lo escucho.
—Joshua lo golpeó —murmura bien bajito. ¿El jefe de seguridad? —. Entre él y Betania hay historia.
¿Qué? Oh, Dios mío.