Antes de iniciar, les recomiendo leer el capítulo 2 de la novela ya que este es una continuación. Solo para refrescar la memoria.
Espero que lo disfruten…
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Lo que realmente sucedió:
Ximena:
William Shakespeare dijo una vez: “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que las jugamos”.
Siempre he creído que tenía razón, pero hoy, tres años después de haberlo conocido y mirando en retrospectiva, no creo que siempre sea así.
Esa noche, el día que lo conocí, alguien más tomó las riendas del destino y jugó las cartas a su favor. No tuvimos oportunidad de elegir, actuamos bajos los efetos de las drogas y nos condujeron por un camino que, de haber estado con nuestros sentidos en alerta, nunca habríamos transitado; sin embargo, hoy no puedo estar más agradecida.
Conocí al amor de mi vida, mi media mitad y aunque toda mi realidad se desmoronó de repente, me dio la oportunidad de vivir la historia más divertida, alocada y emocionante del universo.
Elián Díaz me hizo ver la vida de una manera completamente distinta y ahora que estoy aquí sentada en la cama, con el pelo enmarañado y observando su tonificada espalda mientras duerme plácidamente, debo reprimir los deseos de reír a carcajadas porque lo que acabo de recordar, sin duda alguna ha de convertirse en la anécdota más loca del mundo.
Mi primera vez.
Cuando salimos de la notaría especial de Nordella en el Dream Park, ya la madrugada estaba bien avanzada. Mi cabeza daba vueltas y dolía un poco, sin embargo, tenía un pensamiento claro. Quería hacer el amor con mi recién estrenado esposo y si en el proceso encargábamos a nuestros bebés, mejor aún.
Estaba emocionada.
Todos y cuando digo todos, me refiero a Reni, Nany, Seth y Kiara, gritaban en voz alta que era la mejor noche de nuestras vidas y que debíamos seguir celebrando la boda más asombrosa del planeta. Elián no parecía tener problemas con eso, pero por algún motivo que aún desconozco, pues nunca he sido atrevida, yo solo quería mandarlos a la mierda para quedarme a solas con él.
Aunque pensándolo bien, puede que sí sepa. Elián está para darle y no consejos. El hombre es la perversión andante, es lujuria pura y mis hormonas en ese momento estaban revolucionadas.
—Deberían tirarse una foto encima de ese auto. Sería muy original —propuso Seth arrastrando un poco las palabras. El chico prácticamente no podía mantener los ojos abiertos y se iba de lado a lado cada dos pasos.
Como en ese momento cualquier idea por absurda que fuera, nos parecía la mejor del mundo, Elián se subió al capote del… yo no sé nada de autos, pero no parecía muy caro. Me ayudó a subir y por suerte ese trasto no tenía alarma porque pudimos caminar sobre él hasta treparnos al techo… La verdad es que me alegro de que al menos la carrocería haya estado en buen estado porque, que yo recuerde, no se abolló ni nada.
Elián sacó su celular, un cacharrito que de puro milagro encendió y para colmo, casi se le cae de las manos. Por un momento me imaginé pasar nuestra noche de bodas en el entierro del aparato que parecía tener más años que yo. Cuando por fin logró poner la cámara, juntamos nuestros rostros y yo sonreí feliz al ver el flash.
—¡Te amo! —gritó de repente y las mariposas que nunca había sentido, hicieron cosas raras en mi interior.
Como el caballero que era, me ayudó a bajar del coche y desde que puse mis pies en el piso, no pude evitar soltar la frase que estuvo rondando mi cabeza toda la noche y que esperaba que, en esa ocasión, la tomara en serio:
—¡Vamos a hacer bebés!
Para mi suerte, Elián me cargó en sus fuertes brazos y corrió calle abajo dejando a nuestros amigos por su cuenta mientras yo gritaba emocionada ante la idea de la increíble velada que nos quedaba.
Una vez llegamos al hotel, yo, con la cabeza concentrada en solo una cosa: llegar a la habitación y desnudarnos y él, con la intención de disfrutar el proceso, me atrajo a su cuerpo y me besó de esa forma que solo él sabe… Bueno, tampoco es que hubiese besado a alguien con anterioridad, así que no tenía con qué comparar; pero por los libros que había leído, sabía que había besos y besos.
Estaban esos que ni cosquillas provocaban y luego estaban los que abrían el suelo bajo tus pies, te hacían perder la noción del tiempo y el espacio, convertían tu cuerpo en gelatina y hacían que tus partes íntimas palpitaran.
Los de Elián eran de estos últimos y yo, como inexperta al fin, no sabía qué hacer con las reacciones que provocaba en mí.
Su lengua provocaba a la mía con maestría mientras yo me derretía en sus brazos. Mis manos recorrían su esculpido pecho con mente propia y las de él, vagaban por mi espalda hasta mi trasero; lo apretaba empujándome hasta su entrepierna permitiéndome sentir el monumento que se levantaba en esa zona.
En ese punto, ya no era consciente de mí y me enorgullece decir que no era precisamente por las drogas que ahora sé que mi hermana nos dio. No, Elián era una droga aún mayor y aún hoy, tres años después de haberlo conocido, sigo enajenándome completamente cuando estoy en sus brazos.