Las Sombras de un Inmortal

El Eco de las Sombras

La noche cayó rápidamente mientras Clara y Viktor seguían el mapa proyectado por el cristal de la verdad. La ruta los guiaba a un desfiladero estrecho, donde el viento ululaba como si cantara una advertencia. Las estrellas parecían desaparecer a medida que avanzaban, dejando todo sumido en una oscuridad antinatural.

“Esto debe ser parte de la Prueba de las Sombras,” dijo Clara, sintiendo cómo la temperatura descendía.

“Se siente diferente a la luz,” respondió Viktor, sus ojos atentos al entorno. “La luz te obliga a enfrentarte a lo que escondes de los demás. Pero las sombras... te muestran lo que escondes de ti mismo.”

Clara asintió, sabiendo que lo que estaba por venir sería aún más personal y doloroso. La entrada al desfiladero parecía estar vigilada por dos estatuas de piedra, figuras humanoides con rostros sin rasgos. En sus manos, sostenían antorchas apagadas.

“El diario,” dijo Viktor. “¿Dice algo sobre esto?”

Clara abrió el libro. Las páginas respondieron inmediatamente, revelando una inscripción:

“En la prueba de las sombras, la oscuridad no es tu enemiga. Es tu guía. Solo quien se adentre sin miedo descubrirá el camino.”

Clara cerró el diario, tragando saliva. “Parece que tenemos que entrar sin más.”

Viktor no protestó, pero su mirada reflejaba inquietud. Juntos cruzaron el umbral, y la oscuridad se cerró a su alrededor como un manto.

Al principio, no vieron nada, solo oyeron sus propios pasos resonando en el suelo pedregoso. Pero pronto, la sombra pareció cobrar vida. Siluetas comenzaron a formarse a su alrededor, figuras familiares que surgían de la penumbra.

Clara reconoció a su madre, su rostro severo y distante, y a su padre, cuya ausencia había marcado su infancia. Ambos la miraban con una mezcla de desaprobación y tristeza.

“Siempre elegiste tu camino sobre nosotros,” dijo su madre, su voz fría.

“¿Qué esperabas lograr, Clara?” añadió su padre. “Solo sigues hiriendo a los demás.”

Clara sintió un nudo en la garganta, pero no desvió la mirada. “No busco su aprobación. Tomé mis decisiones porque sabía que eran necesarias, aunque dolieran. No me arrepiento.”

Las figuras se desvanecieron lentamente, dejando atrás ecos de sus palabras. Viktor, por su parte, estaba paralizado frente a una sombra más definida: un hombre de cabello oscuro y ojos llenos de rabia.

“¿Por qué me abandonaste?” exigió la sombra. “Prometiste protegernos, pero nos dejaste morir.”

Viktor cerró los puños. “No pude salvarlos. Lo intenté, pero fallé. No pasa un día sin que lo recuerde.”

La sombra se acercó más, sus palabras como cuchillos. “No intentaste lo suficiente. Elegiste tu vida sobre la nuestra.”

“¡Basta!” gritó Viktor, con los ojos llenos de lágrimas. “Sí, fallé. Pero estoy tratando de redimirme. Tal vez nunca lo logre, pero seguiré intentándolo.”

La sombra se desvaneció, dejando a Viktor temblando. Clara lo ayudó a levantarse, ambos jadeando por el esfuerzo emocional.

Al final del desfiladero, una figura encapuchada los esperaba. Su voz era un susurro profundo, como el eco de miles de voces.

“Han enfrentado las verdades que las sombras revelan. Pero recuerden: las sombras no desaparecen. Siempre estarán con ustedes, esperando el momento de resurgir.”

La figura levantó una mano, y un segundo cristal apareció, esta vez oscuro como la obsidiana. Clara lo tomó con cuidado, sintiendo una energía fría que contrastaba con el calor del cristal anterior.

“Dos pruebas superadas,” dijo Viktor, su voz ronca. “Pero la última será la más difícil.”

Clara asintió, guardando ambos cristales en su bolsa. Sabía que el juicio del equilibrio no solo pondría a prueba sus convicciones, sino también la conexión entre la luz y la sombra dentro de ellos mismos.

Cuando salieron del desfiladero, el cielo aún estaba cubierto de estrellas. Pero ahora parecían brillar con una intensidad diferente, como si el universo reconociera su avance.

“El equilibrio,” murmuró Clara. “Ese será nuestro verdadero desafío.”

Y con esa certeza, continuaron su viaje hacia la última prueba.




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