El Amanecer del Nuevo Destino

El viento soplaba con una suavidad distinta, como si la misma tierra hubiera exhalado un suspiro de alivio. El altar, antes cubierto de sombras, yacía ahora en ruinas, su poder disipado. Kael, Clara y Viktor se miraron, sintiendo el peso de la batalla aún sobre sus hombros, pero con una claridad nueva en sus miradas.

“El poder de las sombras… se ha ido,” murmuró Clara, todavía tratando de asimilarlo.

“No. No se ha ido,” corrigió Kael, observando sus propias manos, que antes temblaban con el peso de su pasado. “Solo hemos aprendido a controlarlo.”

Viktor exhaló una risa sin humor. “Y ahora, ¿qué sigue?”

La pregunta quedó suspendida en el aire. Durante tanto tiempo, su único propósito había sido luchar contra la oscuridad, superar las pruebas, sellar el poder. Ahora que lo habían logrado, el vacío de lo desconocido se abría ante ellos.

Un crujido interrumpió sus pensamientos. Desde la maleza, un anciano emergió, apoyado en un bastón nudoso. Sus ojos, de un azul profundo, los observaron con una mezcla de respeto y expectativa.

“Habéis hecho lo imposible,” dijo con voz rasposa. “Pero cada final es solo un nuevo comienzo.”

Kael frunció el ceño. “¿Quién eres?”

El anciano sonrió. “Un guardián del equilibrio. He esperado este momento durante mucho tiempo.”

Clara cruzó los brazos. “Si todo ha terminado, ¿por qué sigues aquí?”

El anciano miró el altar destruido. “Porque sellar un poder no significa destruirlo. Solo lo habéis contenido. Y en las manos equivocadas… podría despertar de nuevo.”

El silencio cayó sobre ellos como un peso invisible.

Kael sintió una chispa de comprensión encenderse en su interior. No era solo el fin de su lucha. Era el inicio de una nueva responsabilidad.

“Entonces, ¿qué debemos hacer?”

El anciano les ofreció una mirada sabia. “Vivir. Proteger. Asegurar que la historia no se repita.”

El sol comenzaba a salir, tiñendo el horizonte de dorado y carmesí. La larga noche había terminado. Pero su verdadera historia apenas estaba comenzando.