—¡Davinder! ¡Despierta! —La voz de Rose rompió el silencio de la habitación, acompañada por suaves golpes en la puerta.
Parpadeé varias veces, tratando de sacudirme la neblina del sueño. Me senté en la cama, todavía sintiendo el cansancio pesado en mis hombros. El sol apenas había salido, pero ya podía escuchar el movimiento en la casa.
—Vamos, debes darte prisa —continuó Rose—. Tenemos que desayunar rápido y salir temprano. Yunna no quiere retrasos.
—Sí, ya voy… —respondí mientras me frotaba los ojos. Yunna y su estricta puntualidad.
Me levanté y me puse la ropa limpia doblada en una silla, probablemente la que Rose había preparado para mí, intentando despejarme con la rutina. Me cambié de ropa lo más rápido que pude y bajé las escaleras hacia el comedor.
Cuando llegué, Yunna y Sabrina ya estaban sentadas a la mesa, comiendo en silencio. El ambiente era tranquilo, casi relajado, lo cual era extraño considerando el apuro en el que estábamos. Noté inmediatamente que Lance no estaba
—¿Y Lance? —pregunté, sin poder evitarlo.
Sabrina levantó la vista, con una sonrisa suave, como si ya hubiera previsto la pregunta.
—Salió temprano. Tiene algunas cosas que hacer antes de que nos reunamos más tarde —respondió casualmente, dándole un sorbo a su café.
Asentí, pero no pude evitar sentirme un poco aliviado. Sin él, el ambiente definitivamente se sentía más ligero, más fácil de respirar. Me senté y comencé a comer en silencio. El desayuno pasó rápido, sin muchas palabras, pero el silencio no se sentía incómodo. Yunna hablaba con Sabrina de manera tranquila, algo que no había notado antes.
Una vez que terminamos, todos comenzamos a levantarnos y prepararnos para salir. Yo me dirigí a la puerta, poniéndome la chaqueta, cuando un sonido de pasos en las escaleras captó mi atención.
Giré la cabeza justo a tiempo para ver bajar a la adolescente que había visto con Lance el día que me trajeron aquí. Tenía el mismo aire distante de la vez anterior, con la cabeza ligeramente baja y sus manos nerviosas en los bolsillos de su chaqueta.
Antes de que pudiera preguntarme algo, Sabrina la recibió con una sonrisa cálida y maternal.
—¡Keila! Qué bueno que ya bajaste, pensé que no querrías venir con nosotros. —Sabrina le hizo una seña para que se acercara, y cuando lo hizo, posó una mano en su hombro con un gesto cariñoso—. Davinder, quiero que conozcas a mi hija, Keila. Se que ayer Lance la presento, pero quiero presentártela más formalmente.
¿Hija? Mi mente tardó un segundo en procesarlo. Sabía que Sabrina estaba casada con Lance, pero no me había imaginado que también tenía una hija.
Keila me miró brevemente, sus ojos grises apenas encontrando los míos antes de desviar la mirada con rapidez. Era evidente que no estaba cómoda, su actitud tímida y distante llenaba el espacio entre nosotros. Keila, en voz baja, musitó:
—Soy Keila, tu prima… Un gusto en conocerte. —Tras decir eso, rápidamente se situó al lado de Sabrina, como si quisiera desaparecer.
Me quedé mirándola por un momento, sin saber qué decir.
—Hola, soy Davinder. Un gusto igualmente… —respondí, tratando de sonar amigable, pero ella no pareció notar mucho.
El ambiente se volvió algo incómodo por un segundo, pero Sabrina, siempre cálida y acogedora, lo disolvió rápidamente.
—Bueno, chicos, es hora de irnos. Tenemos un día largo por delante.
Nos dirigimos a la puerta y salimos de la casa, donde el coche ya estaba estacionado y con las puertas abiertas. Una vez que subimos al coche, todo se sintió más incómodo de lo que esperaba. Yunna tomó el asiento del copiloto, ya concentrada en su teléfono, mientras Sabrina se instalaba al volante con su habitual sonrisa tranquila. Pero cuando miré hacia los asientos traseros, mi incomodidad aumentó al darme cuenta de que tendría que sentarme junto a Keila.
Ella ya estaba sentada junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mirada fija en el paisaje que pasaba. No parecía muy interesada en interactuar. El silencio llenaba el espacio entre nosotros, denso y pesado.
Sabrina encendió el motor y pronto estuvimos en camino. Ella conducía en silencio, mientras Yunna estaba absorta en su teléfono, lo que le daba al viaje un aire de normalidad, pero el ambiente entre Keila y yo no podía ser más distante.
Quizás debería intentar hablarle. Pensé, intentando ahuyentar el nerviosismo que comenzaba a aflorar en mí. Sabía lo incómodo que era estar callado, pero tampoco quería parecer invasivo.
Tomé aire y, sin saber muy bien cómo empezar, me animé a romper el hielo.
—Eh… ¿Te gusta escuchar música? —pregunté, con la esperanza de encontrar un terreno común.
Keila apenas giró la cabeza hacia mí, aunque sus ojos no me miraron directamente. Se encogió de hombros y murmuró:
—Un poco.
Un poco. Bueno, no era exactamente el comienzo que había imaginado, pero al menos había respondido.
—Ah, genial… —continué, tratando de mantener la conversación en marcha—. A mí me gusta bastante… ¿Tienes alguna banda favorita?
Keila se tomó un segundo más para responder, su mirada aún fija en la ventana.
—No lo sé… escucho de todo.
Sus respuestas eran cortas, secas, como si no tuviera mucho interés en hablar. Aunque trataba de parecer despreocupado, la tensión en mis hombros aumentaba con cada intento fallido. Aun así, no quería rendirme tan rápido.
—Yo escuchaba bastante música con mis amigos antes de… —Mi voz se desvaneció, dándome cuenta de que estaba a punto de mencionar algo de mi vida pasada, algo que no quería recordar ahora—. Digo, antes de mudarme aquí.
Keila solo asintió, sin mostrar mucho interés en continuar la conversación. El silencio volvió a instalarse entre nosotros. Sabrina seguía conduciendo, tranquila, y Yunna seguía absorta en su teléfono. Al parecer, nadie se había dado cuenta del fracaso rotundo de mi intento por hacerla hablar.
A pesar de todo, decidí intentarlo una vez más.
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Editado: 08.11.2024