Sabrina regresó con una bandeja y dos tazas de té. Las colocó con cuidado en una mesa pequeña de la biblioteca, justo al centro de la habitación. Me invitó a sentarme frente a ella, y aunque todavía no me sentía del todo cómodo, me dejé caer en el sillón, observando cómo el vapor se elevaba de las tazas.
—Es bueno que explores la casa, —me dijo con una sonrisa mientras me servía una taza—. Hay mucho por descubrir aquí.
Asentí, aunque mi mente estaba en otro lugar. Había tantas preguntas acumuladas en mi cabeza desde que llegué, y este parecía un buen momento para aclarar algunas cosas.
—Es… una casa muy grande, —comenté, tratando de iniciar la conversación de manera casual—. Estoy acostumbrado a algo mucho más pequeño.
—Sí, lo es —respondió, llevando su taza a los labios—. A veces, incluso para mí, parece demasiado grande. Mi padre fue quien insistió en algo de este tamaño cuando se mudó a este país.
Esa frase capturó mi atención de inmediato. ¿Se mudó a este país?
—¿De dónde era tu padre?
Sabrina dejó la taza sobre la mesa y miró hacia las estanterías, como si sus pensamientos la llevaran lejos.
—Era japonés. Se mudó aquí hace muchos años, después de la guerra. Conoció a nuestra madre, que era de este país, y juntos construyeron esta casa.
Intenté imaginar cómo debió haber sido para su padre, mudarse desde tan lejos y empezar una vida aquí. ¿Cómo sería tener padres de culturas tan diferentes? Aunque Yunna y Sabrina compartían ciertas similitudes, ahora entendía un poco más sobre su trasfondo.
—¿Y Lance? —pregunté, girando la conversación hacia alguien que me intrigaba mucho—. Siempre parece tan… relajado.
—Lance y yo llevamos casados más de veinte años. Es un hombre muy paciente, algo que definitivamente necesitaba en esos tiempos —dijo con un leve toque de humor—. Nos conocimos cuando yo empezaba a trabajar como fiscal.
La sorpresa me golpeó de inmediato. ¿Fiscal? Nunca había imaginado que Sabrina, tan calmada y maternal, hubiera tenido un trabajo tan exigente.
—¿De verdad fuiste fiscal?
—Sí, —respondió, sonriendo mientras miraba su taza—. Era un trabajo que me apasionaba. Pero lo dejé cuando nació Keila. Sabía que no podía seguir el ritmo de ese trabajo y ser madre al mismo tiempo.
Noté una ligera incomodidad en su expresión cuando mencionó dejar el trabajo. Su sonrisa, aunque presente, no era tan confiada como antes. Era como si hubiera algo más detrás de esa decisión, algo que no quería compartir. La pausa en sus palabras lo decía todo, aunque no me atreví a presionarla para que explicara más. ¿Por qué habría dejado un trabajo que amaba tanto? Algo no cuadraba, pero decidí dejarlo pasar.
Sabrina pareció recuperar su compostura rápidamente y cambió de tema con facilidad.
—Yunna, en cambio, siempre ha sido reservada. Incluso cuando éramos niñas, ella era la más responsable, la que mantenía todo bajo control —Ella solto un suspiro ligero, como si fuera un hecho que había aceptado hace mucho tiempo.
Lo que dijo no me sorprendió tanto. La forma en que Yunna se movía por la casa, siempre tan rígida y distante, encajaba con esa descripción. Pero lo que me intrigaba era la falta de cercanía entre ellas. Sabrina hablaba de Yunna con respeto, pero había una distancia emocional clara.
—Parece… estricta —comenté, recordando nuestras interacciones hasta el momento.
—Lo es, —admitió Sabrina, sonriendo levemente—. Pero no es que no se preocupe. Solo lo hace a su manera. No le gusta mostrarlo. Siempre ha sido así.
Asentí, aunque seguía procesando todo. Vivir en esta casa era como estar en medio de un rompecabezas gigante, donde cada pieza que descubrías te revelaba algo nuevo pero también dejaba más preguntas. Yunna y Sabrina, aunque hermanas, eran como dos lados de una moneda. Y Lance, con su paciencia y calma, parecía el puente que mantenía todo unido.
—¿Algo más en lo que piensas? —preguntó Sabrina, observando que me había quedado callado.
—No… nada más, —respondí con sinceridad—. Es solo mucho que procesar.
—Es normal. Esta casa y nuestra familia pueden ser un poco abrumadoras al principio, pero tómate tu tiempo. Si alguna vez necesitas hablar o tienes más preguntas, no dudes en decírmelo. A diferencia de Yunna, no me molesta responder.
Sabrina se levantó, recogiendo las tazas.
—Voy a preparar más té, ¿Quieres acompañarme o prefieres quedarte aquí un rato más?
Sabía que no tenía mucho más que hacer, así que la opción de acompañarla no me parecía mala.
—Te acompaño, —respondí, levantándome del sillón.
Sabrina sonrió de nuevo, y mientras la seguía hacia la cocina, no podía dejar de pensar en todo lo que acababa de descubrir. Esta familia era mucho más complicada de lo que parecía a simple vista, y aunque ahora sabía más, también sentía que quedaban muchos misterios por resolver.
Mientras seguíamos caminando hacia la cocina, Sabrina mantenía un aire relajado, pero había algo en su mirada que me hacía sentir que no solo estábamos aquí para preparar té. Llegamos a la cocina y, con la misma gracia que siempre, comenzó a llenar la tetera con agua mientras yo sacaba las tazas y el té de la despensa. Me mantuve en silencio, todavía procesando la información que había compartido en la biblioteca.
—Davinder, ¿cuándo es tu cumpleaños?
Me detuve un momento, sorprendido por la pregunta. Era algo que no había pensado en un buen tiempo, pero rápidamente respondí.
—El 22 de septiembre... En un mes cumpliré siete años.
Sabrina sonrió al escucharlo.
—Siete años… —dijo en un tono reflexivo, como si el dato significara algo especial para ella—. Eso es un gran paso. ¿Sabes qué te gustaría hacer para celebrarlo?
No estaba seguro de cómo responder. Nunca había sido de grandes fiestas o celebraciones, especialmente después de lo que había sucedido con mis padres. Pero antes de que pudiera pensar en una respuesta adecuada, Sabrina continuó hablando, haciendo que sus palabras resonaran en mí.
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Editado: 08.11.2024