Tal y como Rose lo había prometido, me llevó a escoger los regalos. Nunca imaginé que comprar algo sería tan estresante. A pesar de que Rose intentaba tranquilizarme, diciéndome que no debía complicarme tanto, el nerviosismo se mantenía.
Visitamos varias tiendas, y mientras caminábamos entre escaparates, mi mente no dejaba de darle vueltas a qué sería lo adecuado. Las primeras opciones no me convencían. Todo me parecía demasiado simple o poco significativo. Veía relojes, libros, y cosas que no encajaban con lo que buscaba. Por otro lado, Rose, siempre paciente, me sugería distintas opciones y trataba de hacer que el proceso fuera más llevadero.
Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, me decidí. Para Sarah, opté por algo que sabía que le encantaría: un peluche suave y colorido y una caja de dulces. Era simple, pero sentía que le transmitiría lo mucho que significaba para mí. Para sus padres, compré unos pendientes delicados para su mamá y un conjunto de ropa elegante para su papá. Me costó decidirme, pero Rose me aseguró que eran opciones perfectas, algo que haría feliz a cualquier familia.
Esa tarde, después de hacer las compras, me sentí algo más relajado, pero el nerviosismo no desapareció por completo. El siguiente día pasó en un abrir y cerrar de ojos. Cada vez que pensaba en el sábado, en ver a Sarah y entregar los regalos, mi estómago se llenaba de mariposas. Traté de distraerme, pero no había forma de alejar el nerviosismo.
El viernes fue igual de rápido. Nada realmente importante sucedió, pero mi mente seguía atrapada en lo que venía. Las horas pasaron entre la expectación y el constante repaso de lo que diría y haría. Cada vez que intentaba calmarme, recordaba que el sábado estaba más cerca, y mis nervios volvían a la carga.
Finalmente, llegó el sábado. Me desperté temprano, sintiendo que el corazón me latía en la garganta. Me preparé apresuradamente, con la mirada fija en los regalos que estaban envueltos cuidadosamente sobre la mesa. Intentaba recordar cada detalle que Rose me había dicho, pero mi mente estaba nublada por la ansiedad. Hoy era el día.
Mientras me vestía, escuché la voz firme de Yunna llamándome desde el pasillo.
—Davinder, es hora de irnos.
El tiempo se me acababa. Me apresuré a ponerme los zapatos y terminé de alistarme lo mejor que pude. Tomé los regalos y respiré hondo, tratando de calmar los nervios que me oprimían el pecho. Hoy visitaría a Sarah. Hoy tendría que enfrentarme a todo lo que había estado anticipando durante días.
Bajé las escaleras de dos en dos, los regalos bien sujetos en mis manos y mi corazón latiendo con fuerza. Al llegar al vestíbulo, me encontré con Yunna, quien, como siempre, estaba más que lista para salir. Llevaba su típica expresión impasible, y aunque no dijo nada, pude notar cómo sus ojos me recorrieron de arriba abajo, evaluando mi vestimenta: un suéter gris, shorts negros y mi bufanda, esa que casi nunca me quitaba. Probablemente pensaba que no era apropiado, pero no comentó nada al respecto, lo que de alguna manera me incomodó más.
—Vamos, no quieres llegar tarde, ¿o si?
Subimos al carro en silencio, el mismo silencio que me hacía sentir un poco más pequeño en su presencia. A medida que el auto avanzaba, me quedé mirando por la ventana, intentando distraerme con los paisajes que pasaban, pero mi mente seguía enfocada en un solo tema: cómo iba a entregar los regalos. ¿Debería dárselos a todos al mismo tiempo o uno por uno? ¿Y si no les gustaban? ¿Se reirían de mí por llevar algo que no era lo que esperaban? La idea de que mis regalos pudieran causar una mala impresión me atormentaba.
El silencio en el auto era casi tangible, y cada segundo que pasaba me hacía sentir más incómodo. Sabía que Yunna no era del tipo que iniciaba conversaciones casuales, pero en ese momento deseaba que lo hiciera, solo para distraerme de mis propios pensamientos. No pude evitar dar alguna que otra mirada furtiva hacia ella, esperando quizás alguna palabra de ánimo, pero su mirada seguía fija en el camino, inmutable.
Finalmente, después de lo que se sintió como una eternidad, el auto se detuvo frente a la casa de Sarah. Antes de que pudiera abrir la puerta, Yunna me miró y me dio una advertencia clara.
—Puedes quedarte toda la mañana y la tarde si quieres, pero no deberás regresar más tarde de las 9:00 pm.
Asentí rápidamente, tomando los regalos y bajando del auto. Sin embargo, cuando me di la vuelta para preguntarle cómo se suponía que iba a regresar, ya era demasiado tarde. El auto había arrancado y se alejaba rápidamente por la calle. Me quedé allí parado, un poco atónito, con la sensación de haber sido abandonado sin saber exactamente qué hacer. ¿Y cómo se supone que iba a volver?.
Sacudí la cabeza, decidiendo que lo averiguaría más tarde. Me giré hacia la casa de Sarah, tratando de calmarme antes de tocar la puerta. Todo va a estar bien, me repetí, aunque mi corazón seguía acelerado.
Toqué la puerta una vez, y casi al instante, esta se abrió de golpe. Inmediatamente, Sarah me envolvió en un abrazo tan rápido y fuerte que casi me derribó.
—¡Davinder! —gritó con entusiasmo, sonriendo de oreja a oreja.
Me quedé paralizado por un segundo, sorprendido por la calidez de su recibimiento, pero luego sonreí tímidamente y correspondí el abrazo. El abrazo de Sarah, cálido y sincero, contrastaba completamente con el frío silencio que había compartido con Yunna. En ese momento, me di cuenta de lo mucho que había extrañado su compañía.
El abrazo de Sarah duró lo que pareció una eternidad para mí. No es que no me alegrara verla, pero la intensidad de su entusiasmo me tomó por sorpresa. Cuando finalmente me soltó, notó las bolsas de regalo que tenía en las manos. Su expresión, que ya era de pura alegría, se iluminó aún más.
—¿Trajiste regalos? —preguntó emocionada, sus ojos fijos en las bolsas.
Yo, nervioso, intenté ocultarlas detrás de mí de manera torpe, pero no tuve éxito. Sarah ya las había visto y su emoción era incontrolable. Antes de que pudiera decir nada, me tomó de la mano con fuerza y me arrastró hacia adentro.
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Editado: 08.11.2024