Finalmente, llegamos a la casa. Darlene se detuvo frente a la entrada, y antes de bajar del coche, le di las gracias nuevamente.
—De nada, cariño, —dijo Darlene con una sonrisa cálida—. Nos vemos pronto. Y no te preocupes, Sarah se encargará de darle su regalo a su papá.
Me despedí con un gesto y salí del coche, sintiendo el peso del día en mis hombros mientras veía cómo el auto de Darlene se alejaba en la noche. Me giré hacia la casa y noté que estaba bastante desolada. La luz suave de las lámparas interiores apenas iluminaba el pasillo, lo que daba una sensación de vacío.
Entré lentamente, intentando no hacer mucho ruido. Al caminar por el pasillo hacia la sala de estar, no podía evitar pensar que la casa parecía diferente, más fría de lo usual. Cuando llegué a la sala, me encontré con Rose sentada en el sillón. Tenía una lista en las manos y murmuraba algo en voz baja mientras la repasaba con atención.
Rose levantó la mirada de la lista que estaba revisando y sonrió con esa calidez que le era característica.
—Hola, Davinder. ¿Qué tal tu día? —preguntó, dejando la lista a un lado por un momento.
—Estuvo bien, —respondí, aunque mi mente ya comenzaba a enfocarse en otra cosa.—¿Dónde están los demás? —pregunté, mientras dejaba mis cosas a un lado.
—Oh, Sabrina y Yunna llevaron a Keila al doctor —explicó—. La pobre no se sentía bien, y Lance las acompañó para asegurarse de que todo estuviera bien.
—Ah, ya veo —respondí, sintiendo una mezcla de alivio y extrañeza. No era común que la casa estuviera tan vacía.
—¿Por qué no te quedas un rato aquí? —me sugirió Rose—. Al menos hasta que tengas sueño.
No tenía mucha hambre ni sueño, así que asentí y tomé asiento en el sillón a su lado. Pasaron unos minutos en silencio, y aunque generalmente me siento cómodo en silencio, esta vez era diferente; había algo incómodo en el ambiente. No sabía de qué hablar ni por dónde empezar, hasta que Rose rompió el silencio con una pregunta que no esperaba.
—¿Cómo te has sentido viviendo aquí hasta ahora, Davinder? —me preguntó, mirándome con una expresión genuinamente interesada.
Me tomó un segundo reunir mis pensamientos ya que la pregunta me tomó por sorpresa. No era algo que alguien me hubiera preguntado directamente. Finallmente respondí.
—La verdad… ha sido mejor de lo que esperaba —admití, un poco asombrado por lo sencillo que fue decirlo—. Pero… a veces me confunden las personalidades de algunos aquí.
Me sorprendió lo fácil que fue decir eso en voz alta. Hablar con Rose se sentía… natural. Era casi como hablar con Sarah, como si ya la considerara alguien en quien podía confiar.
Rose me escuchó con atención, asintiendo lentamente. Parecía que, sin yo haber dicho más, entendía exactamente lo que quería decir.
—Te entiendo, —dijo finalmente, sonriendo un poco—. He trabajado para esta familia por más de diez años. Sabrina me ofreció el trabajo y, además, la oportunidad de vivir aquí. Todo llegó en un momento en que realmente lo necesitaba, y fue de gran ayuda.
La sinceridad en sus palabras me hizo sentir una conexión inesperada. Era algo raro imaginar a Rose en un momento de necesidad, ya que siempre la había visto tan organizada y resuelta en su papel en la casa.
—¿Te ha costado acostumbrarte? —me atreví a preguntar, aunque en el fondo sospechaba que tenía una respuesta interesante.
Rose soltó una pequeña risa y asintió, pensativa.
—A veces, sí. He aprendido a apreciar a cada uno a mi manera, pero también tengo que admitir que, incluso después de todos estos años, algunos de ellos todavía me confunden —dijo, su tono amistoso pero sincero—. Es interesante cómo las personas cambian con el tiempo… o cómo algunos son siempre un enigma.
Aunque Rose no mencionó a nadie en particular, mi mente fue de inmediato a Yunna y a Keila. Yunna, con su personalidad rígida y distante, siempre había sido un misterio para mí. Keila, por otro lado, parecía tener una inocencia en su comportamiento, aunque había algo en sus ojos que me hacía pensar que había más detrás de esa fachada tranquila. Quizá Rose también sentía algo parecido.
En ese momento, el sonido de un dinguido fuerte resonó desde la cocina, y ambos nos volvimos hacia la puerta. El ruido provenía del horno.
Rose frunció el ceño, su expresión cambiando a una mezcla de sorpresa y ligera confusión.
—Voy a ver qué es eso —dijo, poniéndose de pie—. No recuerdo haber dejado nada cocinando.
La observé mientras se dirigía a la cocina, la sensación de que algo extraño estaba sucediendo instalándose en mí. No había habido señales de que alguien más estuviera usando el horno, y la casa había estado vacía hasta hacía poco.
Mientras esperaba a que Rose regresara, traté de concentrarme en otra cosa, cualquier cosa, para mantener la calma, pero la sensación de incomodidad en la habitación era imposible de ignorar. Fue entonces cuando un escalofrío helado golpeó la parte posterior de mi cuello, como un susurro gélido que calaba hasta los huesos. Mi piel se erizó de inmediato, y giré la cabeza con rapidez, pensando que tal vez Rose había regresado y estaba justo detrás de mí.
Pero al voltear, no había nadie.
Un silencio espeso llenaba el aire, cada sombra en la habitación parecía deformarse bajo la luz de la luna, proyectándose de manera extraña en las paredes. Intenté respirar hondo, convenciéndome de que era solo mi imaginación, que el silencio y la espera me estaban jugando una mala pasada.
"Solo estás nervioso," me dije, pero la sensación de ser observado se intensificó, como si alguien o algo estuviera allí, escondido en algún rincón de la habitación, estudiándome en la penumbra. Sentía una opresión en el pecho, y, a medida que el miedo crecía, algo aún más perturbador comenzó a suceder.
Las luces empezaron a parpadear lentamente, el parpadeo prolongado en cada destello de oscuridad, hasta que, finalmente, se apagaron todas de golpe, dejando la habitación sumida en una penumbra casi absoluta. Solo la luz fría de la luna se filtraba por la ventana, dibujando siluetas inquietantes en el suelo y en las paredes, como si la casa estuviera tomando un respiro profundo, uno lleno de oscuridad y secretos.
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Editado: 08.11.2024