La calidez del lugar comenzó a envolverme lentamente. Todo se sentía reconfortante: la luz suave del sol que entraba por las ventanas, el aroma familiar que flotaba en el aire. Reconocí de inmediato dónde estaba: era mi antigua casa, aquella donde viví con mis padres. La nostalgia me golpeó como una ráfaga cálida. El salón, los muebles, incluso los detalles más pequeños, todo parecía exactamente como lo recordaba. Por un instante, me sentí tranquilo, como si nada malo pudiera pasar en este lugar.
Sin embargo, algo no estaba del todo bien.
Intenté moverme para explorar el lugar, pero al tratar de levantarme, mis piernas no respondieron. Era como si no supiera cómo usarlas. La sensación era extraña, frustrante. Bajé la mirada hacia mi cuerpo y sentí un escalofrío al darme cuenta de lo que estaba viendo: mi cuerpo era más pequeño, más débil. Mis brazos eran cortos, y mi ropa… estaba vestido con un conjunto blanco de tela suave, de esos que suelen usar los bebés, con un babero que colgaba torpemente de mi cuello.
"¿Qué es esto?", pensé, sintiendo cómo la confusión empezaba a reemplazar cualquier sensación de comodidad. Intenté mover mis piernas de nuevo, pero era como si mi cuerpo hubiera olvidado por completo cómo caminar. Una mezcla de desesperación y determinación me hizo intentarlo una vez más. Después de varios movimientos torpes y un par de caídas dolorosas al suelo, finalmente logré ponerme de pie. Pero caminar era una tarea monumental. Cada paso se sentía como si estuviera aprendiendo a hacerlo por primera vez.
Con pasos torpes y lentos, me dirigí hacia la cocina, donde el aroma a comida fresca llenaba el aire. Al asomarme, vi a mi madre, Yuri, de espaldas, cocinando algo en la estufa. Mi corazón dio un vuelco al verla. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño suelto, y llevaba uno de esos delantales que siempre usaba cuando cocinaba. Parecía tan real, tan viva, que por un momento me olvidé de todo lo extraño que estaba ocurriendo. El sonido del sartén chisporroteando parecía una melodía tranquila, como cualquier día.
Pero al notar mi presencia, Yuri se giró con una sonrisa cálida que iluminó su rostro. Era la misma expresión que recordaba de los buenos días, pero algo en sus ojos brillaba de una manera que me desconcertó.
—¿Qué necesitas, mi amor? —me preguntó, su voz suave y llena de una dulzura que me hizo sentir seguro y querido. Su tono era amoroso, como si no hubiera preocupación alguna en el mundo.
Mi boca intentó abrirse para responder, pero algo no funcionaba. Al intentar hablar, mi voz sonaba como un susurro, como si las palabras no salieran con claridad. El sonido que emití fue tan bajo que apenas lo pude escuchar: “Mamá”. Me sorprendió lo extraño que sonaba, como si no fuera mi voz, o como si mi cuerpo estuviera incapaz de expresarse como lo hacía normalmente.
Yuri me miró por un momento, con una mezcla de sorpresa y cariño, como si estuviera procesando la situación. Sin dudarlo, se acercó a mí y me levantó con facilidad, como si fuera tan ligero como una pluma. Me sentó suavemente en una silla alta de color blanco, sus manos cuidadosas al ajustar mi posición, como si estuviera tomando la precaución de no dañarme. El aire se sintió de repente denso, como si todo alrededor de mí se hubiera ralentizado.
—Tienes hambre, ¿verdad? —dijo con un tono juguetón, como si hubiera querido adivinar lo que necesitaba.
Mientras me acomodaba en la silla, mi mente seguía luchando por entender. ¿Qué clase de sueño era este? No podía ignorar lo extrañamente real que se sentía todo: el calor de las manos de mi madre al cargarme, el aroma de la comida que cocinaba, incluso el tacto del material lizo de la silla bajo mis pequeñas piernas. Todo era demasiado vívido para ser un simple recuerdo. Pero más que eso, no podía dejar de preguntarme por qué me veía a mí mismo como un bebé. ¿Qué estaba tratando de decirme mi mente?
Cuando ella regreso a la estufa, me encontré reflexionando sobre ella, sobre su personalidad. Ella siempre había sido un enigma para mí. Era el tipo de persona que podía cambiar de humor en un abrir y cerrar de ojos. Había días en los que su carácter era estrictamente práctico, casi frío, y podía regañarme por los errores más pequeños. Pero luego, como si algo se encendiera en su interior, se convertía en una figura increíblemente amorosa, sobreprotectora, que me abrazaba como si quisiera protegerme del mundo entero. Esa dualidad siempre me había confundido, pero también era una de las cosas que más recordaba de ella.
En ese momento, al verla cocinar, parecía estar en uno de sus momentos de calidez, su voz tarareando una melodía suave que reconocía pero que no podía nombrar. Sin embargo, algo no encajaba. Por más reconfortante que fuera esta escena, había algo en el aire, algo que hacía que mi pecho se sintiera pesado, como si una sombra invisible estuviera esperando en algún rincón.
Mientras seguía sentado en la silla alta, observando cómo mi madre cocinaba con esmero, su voz se alzó de repente, rompiendo el suave tarareo que llenaba la cocina. No me miraba directamente, pero su tono era casual, como si estuviera recordando algo agradable.
—Tu papá está a punto de llegar, cariño —dijo mientras volteaba algo en la sartén—. Debo apurarme con la comida antes de que él entre por esa puerta y empiece a quejarse de que siempre le hacemos esperar.
Aunque no podía responder más que con un leve asentimiento, sentí un extraño nudo en el estómago al escucharla mencionar a mi papá. Su voz parecía tan natural, como si no hubiera pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vi. Pero lo cierto era que casi no tenía recuerdos claros sobre él. Lo poco que recordaba eran fragmentos borrosos: la textura de su voz, el destello de una sonrisa, o cómo siempre parecía estar ocupado con algo importante.
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Editado: 02.12.2024