La luz tenue de la lámpara en la esquina de la habitación apenas iluminaba la cama de Keila. Mi mirada permanecía fija en la mancha negra sobre la sábana, su forma irregular y textura brillante que parecían absorber casi toda la luz que tocaba. El frío que había sentido en mi dedo al tocarla aún persistía, una sensación que parecía penetrar hasta los huesos.
Intenté racionalizarlo, buscar alguna explicación lógica. "Tal vez es algo normal," me dije, aunque sabía que no lo era. Ninguna medicina que yo conociera, ni siquiera algo como un simple jarabe, dejaba una sustancia como esa. Y aunque intenté convencerme de que no era nada grave, una parte de mí no podía sacudirse la sensación de que estaba viendo algo que no debería existir.
Miré a Keila, acurrucada bajo la manta, su respiración tranquila, casi imperceptible. No podía despertarla. No ahora, no cuando parecía estar descansando por primera vez en horas. Pero tampoco podía simplemente ignorar lo que había visto.
Me levanté con cuidado, tomando el pañuelo de nuevo. Lo presioné contra la mancha, limpiando la sustancia viscosa tan rápido como pude. Al retirarlo, noté que parte de la mancha seguía moviéndose, como si tuviera vida propia, resistiéndose a ser contenida. El escalofrío recorrió mi espalda, pero no me detuve. Cuando terminé, envolví el pañuelo con cuidado, apretándolo en mi mano mientras observaba la sábana ahora más limpia. Tal vez Rose sabía más sobre la sustancia.
Con el pañuelo bien guardado, salí de la habitación con pasos lentos, cerrando la puerta detrás de mí para no despertar a Keila.
Mientras bajaba por el pasillo, los crujidos familiares de las tablas bajo mis pies resonaban suavemente en el silencio de la casa. Justo cuando doblé la esquina hacia las escaleras, escuché pasos subiendo desde abajo.
Era Rose. Llevaba una bandeja vacía en las manos, probablemente después de recoger algo de la cocina. Su rostro, como siempre, estaba sereno, aunque sus ojos parecían buscar algo mientras ascendía.
—¿Davinder? ¿Se te ofrece algo? —preguntó, su tono cálido pero algo curioso.
—Rose, tengo que mostrarte algo. —Mi voz salió un poco más baja de lo que esperaba, y me di cuenta de que aún estaba nervioso.
Ella frunció el ceño ligeramente, deteniéndose en el escalón frente a mí.
—¿Algo malo?
Sin decir nada, saqué el pañuelo de mi bolsillo y lo extendí hacia ella. El peso de lo que contenía parecía hacerse más evidente cuando lo sostuve frente a sus ojos.
Rose miró el pañuelo con una mezcla de sorpresa y preocupación antes de tomarlo con cuidado. Al abrirlo y ver la mancha negra, su expresión cambió.
—¿Qué es esto? —murmuró, casi como si estuviera hablando consigo misma.
—No lo sé. —Tragué saliva, tratando de ordenar mis pensamientos—. Keila empezó a toser muy fuerte hace un rato, y cuando la ayudé, esto… esto apareció en la sábana. Lo limpié para no dejarlo ahí, pero no sabía qué hacer con esto.
Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, vi algo que rara vez mostraba: duda.
—¿Estás seguro de que fue Keila quien lo expulsó? —preguntó, su tono ahora más serio.
—Sí, lo vi. No sé qué lo causó, pero salió mientras ella tosía. —Mi respuesta salió rápida, casi como una defensa.
Rose miró el pañuelo otra vez, esta vez sosteniéndolo más lejos, como si quisiera examinar la sustancia desde una distancia segura.
Finalmente, suspiró, cerrando el pañuelo con cuidado antes de devolvérmelo.
—Gracias por decírmelo, Davinder. Esto… podría ser importante. —Su voz se suavizó mientras señalaba hacia el pasillo—. Voy a revisar a Keila.
Sin esperar una respuesta, Rose se dirigió hacia la habitación de Keila. La observé desaparecer tras la puerta, el pañuelo aún apretado en mi mano, y no pude evitar sentir que acababa de soltar una pieza de un rompecabezas que ni siquiera sabía que estaba construyendo.
Bajé las escaleras lentamente, con el pañuelo aún guardado en el bolsillo y la cabeza llena de preguntas. La casa estaba bañada por los tonos cálidos del atardecer, con la luz anaranjada filtrándose a través de las ventanas y proyectando sombras alargadas sobre las paredes. Todo estaba inquietantemente silencioso, salvo por el leve crujir de las tablas bajo mis pies.
La cocina se sentía extrañamente vacía, con los reflejos dorados del sol brillando sobre las superficies metálicas. Llené un vaso con agua fresca y me apoyé contra la encimera, dejando que el vaso descansara entre mis manos mientras trataba de organizar mis pensamientos.
La mancha negra en la sábana seguía ocupando mi mente. Podía recordar perfectamente la sensación fría y viscosa al tocarla, y cómo parecía moverse por sí sola, como si tuviera vida. Intenté buscar una explicación lógica, pero nada encajaba.
¿Y si es algo más que una enfermedad? Aún recordaba su tos, su debilidad, y ahora esta mancha extraña. Pero, ¿qué podía hacer yo? Apenas lograba mantenerme en control frente a situaciones normales, y esto definitivamente no era normal.
Me senté en una de las sillas junto a la mesa, dejando el vaso sobre la superficie de madera. Mi mente vagaba entre preguntas que no podía responder. ¿Qué diría Rose cuando regresara de revisar a Keila? ¿Sabía algo sobre lo que estaba pasando? Y Yunna… ¿qué haría si se enterara?
El sonido de la puerta principal abriéndose me sacó de mis pensamientos. Me enderecé de inmediato, girándome hacia el pasillo. Las voces familiares de Sabrina y Yunna rompieron el silencio, llenando la casa con un eco que parecía más fuerte de lo necesario en el ambiente tranquilo.
—No entiendo por qué no tenían esa medicina en la primera tienda —murmuró Sabrina.
—Lo importante es que conseguimos todo lo que necesitábamos. —La voz de Yunna sonaba firme, pero también un poco cansada, como si el día la hubiera desgastado.
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Editado: 12.01.2025