Los días siguientes transcurrieron como una secuencia monótona, llenos de pequeñas tareas que parecían no tener fin. Keila seguía recuperándose en su habitación, mientras que Yunna y Sabrina parecían cada vez más ocupadas con asuntos que no compartían conmigo. La casa, normalmente silenciosa, tenía una atmósfera peculiar, una mezcla de calma aparente y algo indefinible que latía bajo la superficie.
Intenté mantenerme ocupado, ayudando a Rose con lo que podía o pasando tiempo cerca de Keila para asegurarme de que estaba bien. El amuleto verde seguía en la mesita de noche, un objeto que evitaba tocar, pero que no podía dejar de observar cada vez que entraba a su habitación. Su brillo tenue, casi imperceptible, me hacía sentir incómodo, como si estuviera vigilando todo desde las sombras.
Nada parecía fuera de lo normal, al menos no de una forma que pudiera señalar directamente. Pero mi mente no dejaba de regresar al pañuelo y a esa mancha negra, a las palabras de Yunna y al comportamiento preocupado de Sabrina. Aunque intenté apartar esos pensamientos, volvieron una y otra vez, especialmente por las noches, cuando la casa estaba en silencio y yo no podía conciliar el sueño.
Una semana había pasado, pero sentía que no había aprendido nada nuevo. El sol del atardecer que había llenado la casa días atrás había sido reemplazado por la luz brillante de una mañana despejada. La conversación en la mesa era tranquila, aunque Sabrina parecía absorta en una lista que había estado escribiendo desde que comenzó el desayuno.
—Nos estamos quedando sin varias cosas. —anunció finalmente, levantando la mirada hacia Rose, que estaba recogiendo los platos.
—Puedo acompañarlos o pasar por el supermercado más tarde. —respondió Rose, su tono habitual, calmado y dispuesto.
Estaba seguro de que esa sería la última palabra, pero entonces Yunna habló desde su lugar, su voz firme cortando el aire.
—Yo iré.
Todos nos detuvimos un momento. No era común que Yunna se ofreciera para este tipo de tareas. Sabrina la miró con curiosidad, sus cejas ligeramente alzadas.
—¿Tú? —preguntó, como si no estuviera segura de haber oído bien—. Pensé que evitabas este tipo de cosas.
Yunna bajó su taza de café con un movimiento deliberado, su mirada fija en Sabrina.
—No es cuestión de gustos, es cuestión de eficiencia. —dijo mientras se levantaba, alisando las arrugas de su camisa con movimientos rápidos—. Haremos las compras rápido y sin distracciones.
Rose parecía a punto de insistir, pero algo en la postura de Yunna la detuvo. Era esa mirada suya, inquebrantable, que no admitía objeciones.
—Al menos llevemos a Davinder contigo para que ayude con las compras tambíen. —sugirió Sabrina con un pequeño toque de humor en su tono.
Miré hacia arriba, sorprendido por el comentario.
—¿Yo? —pregunté, mi voz traicionando la pequeña esperanza de que Yunna rechazara la idea.
Pero su respuesta fue un simple vistazo rápido y un asentimiento.
—Preparense. Salimos en diez minutos.
Sabía que no tenía elección. Suspiré mientras empujaba mi silla hacia atrás, pensando en lo diferente que sería esta salida al mercado con Yunna al mando. Algo me decía que no iba a ser tan relajado como cuando Sabrina o Rose iban conmigo.
Cuando llegué a mi habitación, la luz matinal iluminaba el pequeño espacio. Cerré la puerta tras de mí y me dirigí al armario, rebuscando entre las pocas prendas que tenía. Decidí ponerme algo cómodo: una playera blanca sencilla y mis shorts negros habituales. Terminé el conjunto con mis zapatos desgastados pero confiables. Antes de salir, me aseguré de llevar mi bufanda morada. Aunque hacía calor, la bufanda siempre me daba cierta sensación de seguridad, algo que parecía necesitar en estos días.
Mientras ajustaba la bufanda frente al espejo, me quedé mirando mi reflejo por un momento. No podía evitar sentirme un poco fuera de lugar en esta casa, con estas personas que parecían saber tanto sobre el mundo y sus secretos. Suspiré y me di un último vistazo antes de salir de la habitación, dirgiendome a la cocina de nuevo.
Cuando bajé las escaleras, Sabrina estaba en la puerta, revisando algo en su teléfono mientras hablaba con Yunna, quien sostenía una pequeña lista en su mano. El contraste entre ambas era casi gracioso: Sabrina lucía relajada, con una camisa holgada y unos pantalones cómodos, mientras que Yunna, con su postura rígida y su mirada calculadora, parecía lista para una operación militar.
—Por fin, Davinder. Pensé que tendríamos que salir sin ti. —dijo Sabrina con una sonrisa mientras guardaba su teléfono en el bolsillo.
—Estaba… arreglándome. —respondí, un poco avergonzado.
—Bueno, no hay tiempo que perder. —interrumpió Yunna mientras me lanzaba una mirada rápida y se dirigía al coche—. Vamos.
Al entrar, Sabrina tomó el asiento del copiloto sin dudarlo, mientras yo me acomodaba en la parte trasera. El viaje comenzó en silencio, con Yunna concentrada en la carretera y Sabrina hojeando la lista de compras. Me apoyé contra la ventana, observando el paisaje pasar. Las calles estaban llenas de vida: personas caminando apresuradas, tiendas abriendo sus puertas y algun que otro animal caminaba por la acera.
—Entonces, ¿qué vamos a comprar exactamente? —pregunté después de un rato, intentando romper el silencio.
Sabrina giró ligeramente la cabeza hacia mí, sosteniendo la lista en alto.
—Lo básico: frutas, vegetales, algo de comida… —hizo una pausa, mirando hacia Yunna con una sonrisa traviesa—. Y tal vez algo dulce, si no molesta a nuestra comandante.
Yunna soltó un suspiro audible, sin apartar la vista del camino.
—No hay necesidad de comprar cosas innecesarias. Esto es una salida breve, no un paseo.
—Relájate, Yunna. No es el fin del mundo si nos tomamos un momento para disfrutar.
Yo me quedé en silencio, observando la dinámica entre ambas. Era curioso cómo Sabrina parecía encontrar maneras de suavizar la rigidez de Yunna, aunque rara vez lograba cambiar su opinión.
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Editado: 12.01.2025