El coche permanecía en silencio, salvo por el suave zumbido del motor apagado que parecía mezclarse con el susurro del viento. Sentado en el asiento trasero, mi mirada se perdió por la ventana mientras intentaba mantenerme entretenido. Justo frente a nosotros estaba la tienda donde Sabrina había entrado. No tenía idea de qué clase de lugar era exactamente, pero la fachada tenía algo extraño, como si el tiempo la hubiera olvidado. La pintura negra estaba desgastada, y el letrero colgante sobre la entrada no ayudaba a que se viera menos inquietante. No podía leer las palabras grabadas, pero las letras tenían un diseño curvo y retorcido que me recordó a algunos de los dibujos que había hecho Sarah cuando hablábamos de monstruos.
Mi mirada se desvió hacia una estantería junto a una de las ventanas de la tienda. Había varios objetos exhibidos: cristales brillantes que reflejaban la luz del sol, velas de colores intensos, y unas figuras pequeñas talladas en madera que parecían animales o criaturas extrañas. También había algo que parecía un atrapasueños, aunque las plumas eran negras y los hilos formaban un patrón que no lograba descifrar del todo.
“Tal vez es una tienda de cosas de brujería…”, pensé, aunque no estaba seguro. Nunca había estado en un lugar como este, y lo poco que sabía sobre esos objetos extraños venía de algunos resultados que aparecieron mientras Sarah y yo investigabamos en internet sobre la criatura de mis sueños.
El tiempo pasó lento mientras seguía observando los detalles de la tienda. A pesar de todo, algo en su apariencia me mantenía fascinado. Era como si cada objeto estuviera colocado de manera intencional para llamar la atención de cualquier transeúnte curioso. Pero entonces noté que algo no encajaba. Sabrina ya llevaba un buen rato dentro, mucho más de lo que había prometido.
Miré de reojo a Yunna, quien seguía sentada en el asiento del conductor, con las manos apoyadas en el volante y la mirada fija en la tienda. Aunque su expresión no había cambiado mucho, podía notar la tensión en la forma en que sus dedos golpeaban ligeramente contra el volante. Sus labios estaban apretados, y su respiración era un poco más pesada de lo normal. No era alguien que mostrara impaciencia con facilidad, pero en este momento su lenguaje corporal lo delataba.
—Se está tardando demasiado. —dijo finalmente, rompiendo el silencio. Su voz era baja, pero firme, como si estuviera hablando consigo misma más que conmigo.
Antes de que pudiera responder, Yunna abrió la puerta del coche y salió. La brisa fría entró al coche por un momento, haciendo que me estremeciera ligeramente. Ella dio la vuelta hacia mi lado y abrió la puerta trasera.
—Ven conmigo. —ordenó sin darle mucha importancia a mi opinión al respecto.
Asentí, aunque con algo de duda. No estaba seguro de querer entrar a un lugar tan raro, pero tampoco me sentía cómodo quedándome solo en el coche. Me bajé rápidamente y la seguí hacia la entrada de la tienda.
Cuando Yunna empujó la puerta de madera, esta se abrió con un chirrido prolongado que me hizo estremecer. El interior de la tienda era… diferente a cualquier cosa que hubiera imaginado. El aire estaba extrañamente frío, a pesar de que afuera el clima era bastante cálido. El primer olor que me golpeó fue una mezcla de incienso y algo más, como tierra húmeda o madera antigua.
Las paredes estaban cubiertas de estanterías que llegaban hasta el techo, llenas de frascos, cajas, libros y toda clase de objetos extraños. Había tarros de vidrio con líquidos de colores, algunos de los cuales contenían cosas flotando en su interior que prefería no identificar. También había máscaras talladas, plumas de aves, y collares hechos de materiales que parecían demasiado viejos para seguir existiendo.
El suelo crujía bajo nuestros pasos mientras avanzábamos lentamente. Una ligera neblina, probablemente de los inciensos encendidos, flotaba en el aire, haciendo que la luz que entraba por las ventanas pareciera más tenue. Me sentía pequeño en medio de todo esto, como si hubiera entrado en un mundo completamente diferente.
—No toques nada. —advirtió Yunna sin mirarme, su tono más firme de lo habitual.
Asentí, metiendo las manos en los bolsillos para asegurarme de no cometer un error. Mis ojos seguían recorriendo el lugar, intentando procesar todo lo que veía. Cada rincón de la tienda parecía estar lleno de secretos, y aunque una parte de mí quería seguir explorando, otra parte quería salir corriendo.
Sabrina no estaba a la vista, pero podía escuchar voces al fondo, más allá de las estanterías. Yunna también pareció notarlo, porque se giró hacia el sonido con una expresión neutral, aunque sus ojos brillaban con algo que no pude identificar del todo.
—Vamos. —dijo, y sin esperar respuesta, comenzó a caminar hacia el fondo de la tienda.
La seguí, mi corazón latiendo un poco más rápido con cada paso. Había algo en este lugar que no se sentía del todo correcto, como si el aire mismo estuviera cargado de algo que no podía ver, pero sí sentir. No sabía qué encontraríamos, pero estaba seguro de que este lugar guardaba más secretos de los que quería descubrir.
Cuando finalmente llegamos al mostrador, ahí estaba Sabrina. Estaba de pie frente a un hombre de estatura media, con poco cabello pero un bigote prominente. Parecían estar conversando cómodamente, como viejos amigos. La expresión de Sabrina era relajada, y soltó una risa ligera ante algo que el hombre dijo. Ninguno de los dos pareció notar nuestra presencia hasta que estuvimos justo detrás de ella.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Sabrina al darse la vuelta, con una mezcla de sorpresa y leve incomodidad en su rostro.
—Ya pasaron los cinco minutos. —respondió Yunna, su tono era directo, aunque mantenía la calma. Claramente no estaba dispuesta a discutir.
Sabrina miró hacia el hombre con una sonrisa de disculpa antes de encogerse de hombros.
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Editado: 16.06.2025